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Mario Gas: «Los concursos públicos son la puerta abierta al nepotismo»

Ocupa de nuevo las tablas de La Abadía con «Invernadero» y, como voz autorizada y ex patrono del Teatro Español, prefiere no entrar en el «caso Pérez de la Fuente»
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Ocupa de nuevo las tablas de La Abadía con «Invernadero» y, como voz autorizada y ex patrono del Teatro Español, prefiere no entrar en el «caso Pérez de la Fuente».
Entre ajustar las intensidades y calibrar los ángulos de las luces, Gas saca un hueco para atender a LA RAZÓN. Acaba de terminar «Sócrates» en el Matadero de Madrid e «Invernadero» en el Lliure de Barcelona, pero no ha perdido el tiempo para volver con esta última de nuevo a la capital (hasta el día 27 en el Teatro de la Abadía, donde estuvo en 2015). Mientras, prepara la sátira «El recanvi» y tiene en el horizonte veraniego los gorgoritos de «Don Quijote, el musical». No para. Normal que diga que no «especula». No tiene tiempo.
–Comencemos con una frase de la promoción: «Una fantasía que se ha convertido en realidad». Diga una.
–No sé quién la acuñó. Es muy publicitaria, pero no me hace muy feliz. Me imagino que habla de algo increíble que pasa más a menudo de lo que podría parecer. No sé muy bien qué contestar, uno sueña y, a veces, se convierte en realidad; otras no, como con las pesadillas.
–Pinter aguantó más de veinte años para estrenar esta obra...
–La tuvo en un cajón metida sin saber por qué. Lo que me parece una feliz idea es que en el 78 la releeyera, le gustara y que, con unos retoques, la subiera dos años más tarde a los escenarios londinenses. Es una obra de juventud, energética, con un Pinter desatado y un sentido del humor fantástico.
–¿Sería usted tan paciente?
–No lo sé.
–¿Existe la posibilidad de encontrar algo en su cajón?
–No, que recuerde, pero si veo una la pondré en escena.
–¿Qué le atrajo de «The Hothouse» (nombre original de la pieza)?
–Pinter, creo que es una especie de Beckett urbano con esa descomposición del lenguaje de ciudad aplicado a la resolución de relaciones con el poder. Aquí hay un lugar, potenciado por el Estado, en el que la gente es enviada a reposar –de ahí la cosa de invernadero–, pero en realidad lo que se practica es una eliminación de la personalidad. También se reproducen las traiciones y las luchas por el poder. Además, me llamó la atención la forma de expresarse, en la que la risa no sólo es liberadora, sino que esconde un mundo de horror.
–Un «balneario sanador», dicho por usted, que termina siendo todo lo contrario...
–No recomendaría a nadie ir a un sitio de esos. Corre el peligro de perderse para el resto de sus días.
–¿Dónde se puede encontrar algo así más allá del escenario?
–En los estados occidentales y los totalitarios, que tienen esas alcantarillas cerradas en las que se elimina al disidente y donde se genera miedo. Siempre se están autoeliminando unos a otros para conservar el poder.
–Como ex director del Español (2004-2012) y con toda la polémica actual, ¿qué opina de la politización del teatro?
–En sí mismo tiene ese fondo, pero deberíamos haber aprendido que los centros públicos no deben ser una correa de transmisión de los partidos que están en ese momento al mando; y no es así. No es bueno ni para el teatro ni el poder. Más allá no opino del momento posterior a mi salida, o expulsión, del Español. La elección de los directores debe ser por un contrato que no coincida con los periodos electorales, y que se mire la calidad, la independencia y el lenguaje crítico del director. No creo en los concursos públicos, son la puerta abierta al nepotismo. No hay que confundir el nombramiento a dedo con el ejercicio de la responsabilidad de un cargo que elija a alguien competente.
–¿Y cómo ve el «caso Pérez de la Fuente»?
–No quiero entrar.
–Hace muy poco trabajó con él en «Sócrates»...
–Ya le agradecí que nos programara, pero de los colegas prefiero no hablar. Es una trampa en la que no debemos caer.
–¿Se echa de menos la parte gestora?
–Me gusta mucho el teatro y siempre me ha interesado estar muy pegado en todos los ámbitos, pero con esos ocho años hubo sufuciente para no tener nostalgia. La recuerdo con gran cariño, abrimos Matadero y la sala pequeña del Español, llevamos el teatro a la ciudad... Intento coger los proyectos que me ofrecen.
–Que no son pocos. Recientemente me vienen «Sócrates», «Invernadero», «Don Quijote», «El recanvi»... ¿Qué me dice de este último, de este Frankenstein político?
–Cuenta la historia de cómo se construye un líder desde el engaño, de cómo se hace ver una cosa y es otra y cómo las relaciones de poder entre una persona y otra pueden modificarse a lo largo del tiempo. Un hombre que puede engañar con su discurso.
–No me suena a nada... ¿Existe algo así?
–(Risas) Mucho...
–Y en agosto Don Quijote vuelve a cantar, ¿no?
–Vamos a hacer el musical que se vio hace casi veinte años y que se estrenó en el 66, pero con una mirada diferente, expresado de manera contundente.
–Y ya hace tiempo que no le vemos dirigiendo cine, desde «El pianista» (1998).
–La verdad es que se ha ido aparcando porque se necesitan muchos años para un proyecto, aunque estoy barajando un par de guiones con una pequeña productora de Barcelona, estoy viendo si los ponemos en marcha el año que viene.
–Que así sea.