México recupera la memoria de José Bergamín
Ignacio García dirige «La sangre de Antígona», una gran producción. El país homenajea al español con el estreno de su obra teatral y un foro sobre su época en el exilio
Ensayista, poeta tardío, editor de numerosas publicaciones y dramaturgo desconocido –firmó al menos 14 obras–, José Bergamín (1895-1983) fue una de las piezas claves de la Generación del 27 y de eso que se ha dado en llamar el exilio. El de la Guerra Civil española, se entiende. Republicano y comunista, abandonó España en 1939 para embarcarse en un largo periplo que lo llevó a México (hasta 1947), Venezuela, Uruguay, París, Madrid en 1958 (fue aceptado por el régimen, pero tuvo que volver a exiliarse por segunda vez en 1963) y finalmente París de nuevo, donde vivió años de amarga soledad. Regresó por segunda vez a España en 1970, y en su etapa final se refugió en Bilbao, donde abrazó la defensa de Herri Batasuna, una posición que acaso tuviera más de acracia que de comunión con sus tesis. El estreno en Ciudad de México de «La sangre de Antígona», una de sus obras de teatro, acompañado de un homenaje y un foro sobre las huellas del exilio en México, ha venido a saldar cuentas con la memoria de un gran intelectual que sigue sin ser, por desgracia, profeta en su tierra.
Escenografía giratoria
Dirigida por Ignacio García, un director español «mexicanizado» que vive y trabaja en DF buena parte del año, el montaje de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) mexicana reunió financiación de uno y otro lado del Atlántico: el CDN, el Festival Internacional Cervantino de Guanajuato, donde se estrenó la pieza, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), la Embajada española, varias entidades aztecas y, sobre todo, el impulso de UNIR Teatro, la rama teatral de la Universidad Internacional de La Rioja ,que lo ha originado y hecho posible. Una gran producción, con escenografía giratoria –llamativo el recurso de Jesús Hernández, con paneles de cera que se van derritiendo en una alegoría de la decadencia del poder– y un elenco de actores notables, con una sobresaliente Antígona (Erika de la Llave), ayudaron a crear una «Antígona» bergaminiana de altura en el Teatro Julio Jiménez Rueda. Montaje que probablemente visite Madrid más adelante con esta puesta en escena orgánica, de tierra y sangre, donde suenan músicas procesionales y se expande la tragedia en forma de manto de cempasuchil y una lluvia de cadáveres colgantes. El texto de Bergamín, que no se publicó hasta 1983 en la revista «Primer Acto», había tenido una única visita escénica, el estreno en 2003 de Guillermo Heras. No es de extrañar: Bergamín optó por la densidad poética, con hermosísimos sonetos, en una tragedia que él reconocía más como «teatro para ser leído» que como una pieza dramática, un «misterio trágico» en el que colaboró, en 1955, con el compositor Bacarisse. La propuesta de García opta con inteligencia por la adaptación, introduciendo diálogos de Sófocles que dotan al montaje de un ritmo y una dramaturgia renovados, si bien aún sigue siendo una obra compleja. Bergamín prefirió situar el conflicto de Antígona en el dilema vida/muerte, una dualidad expresada en términos de luz y sombra, más que en la denuncia moral o en el equilibrio entre derecho individual y Ley. Aun así, la lectura política es obvia en una tragedia escrita por un exiliado: «Ni aun matando pudieron encontrar su patria», dice Tiresias, convertido aquí casi en cadáver huesudo del Día de los Muertos, una voz de ultratumba.
La palabra los unirá
Antes del estreno de «La sangre de Antígona» había tenido lugar el homenaje a Bergamín (en la foto), realizado en la Casa de España, en el que participó José Ramón Enríquez, que recordó su vinculación con Alberti y cómo su nombre aparecía ya en «Vida bilingüe». «Sin embargo, las nuevas generaciones lo conocen poco tanto aquí como en España», lamentaba. Junto a éste, el periodista y dramaturgo español Ignacio Amestoy, director de UNIR Teatro, recordaba las páginas de Max Aub en las que recreó su ficticio ingreso en la RAE, una especie de Parnaso contemporáneo en el que están todos los literatos del momento, desde Lorca y Miguel Hernández hasta a Cela, Pemán, Giménez Caballero, Alberti y Ridruejo, unidos todos, de uno y otro bando, por la palabra.