Núria Espert: «Sigo afrontando los proyectos como a los treinta»
Núria Espert / Actriz y nueva Princesa de Asturias de las Artes.. No pierde la ilusión ni con más de 60 años en la profesión a sus espalda. El último subidón: suceder a su ídolo, Coppola, en el palmarés que concede la Casa Real
No pierde la ilusión ni con más de 60 años en la profesión a sus espalda. El último subidón: suceder a su ídolo, Coppola, en el palmarés que concede la Casa Real
«Este premio va a tener una utilidad muy práctica: que todos los periodistas estéis hablando estos días, en todos los medios, de teatro», me dice con orgullo una Núria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935) cuya sagacidad se mantiene alerta en los momentos, como éste, de mayor euforia y de merecida satisfacción. A sus 80 años va a recibir el mismo premio que el último año recogió uno de sus grandes ídolos del cine: Francis Ford Coppola. No ha podido hacer otra cosa en todo el día que darse una ducha, ponerse un pantalón y un jersey y atender el teléfono sin descanso; aún no ha tenido tiempo de mirar con sosiego hacia atrás, siquiera unos minutos, para detenerse en los hitos que han ido conformando una carrera repleta de elogios dentro y fuera de nuestras fronteras, una carrera que, según ella, «no ha sido nunca un camino de rosas, aunque hoy solo quiera pensar en las alegrías».
Muy lejos ha quedado esa niña que apuntaba ya con doce años muy buenas maneras para la interpretación y a la que su madre recogía tras cada función para que no volviese sola a la casa de Hospitalet en que vivía la familia; incluso ha quedado lejos aquella actriz ya consagrada que formó compañía propia junto a su marido, el fallecido actor y director Armando Moreno, con la intención de sacar al teatro de los márgenes por los que la censura franquista pretendía que discurriese. Todo ha cambiado, y para bien: aquella modesta e infatigable actriz, que ha conocido muchísimos éxitos pero que ha mirado también cara a cara al fracaso, es hoy una primerísima dama del teatro que recibe la más importante distinción que concede la Casa Real: el premio Princesa de Asturias. Con toda esta pompa en la nomenclatura, se diría que estamos ante un galardón exclusivo de la alta nobleza en las artes escénicas. Ella se ríe con espontaneidad ante mi observación.
–En cualquier caso, superar a los cuarenta candidatos más brillantes, de 21 países diferentes, en las distintas disciplinas artísticas que existen... es estar a otro nivel.
–Bueno, hay mucha gente que se lo merece. En esos niveles, no creo que haya realmente muchas diferencias entre unos y otros. En parte es también una lotería. Cualquiera de ellos podría haberlo obtenido.
–Cuando pasen unos días y esté más serena, probablemente eche la vista atrás para recordar cómo ha llegado hasta aquí. ¿Qué o quiénes cree que le vendrán a la memoria entonces?
–Es verdad que hoy... ¡todavía no me he acordado de nadie! (risas). Pero hay mucha gente a la que le dedicaré el premio: Armando, el primero; mi madre, la segunda... y después mucha, muchísima gente que me ha ayudado en los momentos difíciles.
–Unos momentos que hoy parecen sepultados por el éxito, pero, ¿llegaron a pesar mucho?
–Ha sido un camino durísimo y lleno de trampas. Lo que pasa es que cuando sopla viento a favor tienes que aprovecharlo y usar bien la cabeza para no darte un porrazo a continuación. Por un lado, hubo tiempos difíciles para la gente de la cultura en general, y peores para los que, dentro de esa gente, éramos progresistas. Pero, por otro lado, una también se equivoca muchas veces: lo apuesta todo por algo en lo que cree y luego, en ocasiones, eso no funciona. Los españoles, afortunadamente, olvidamos muy bien los malos tragos. Nunca se me ha acercado nadie, por ejemplo, y me ha dicho: «Yo vi tu obra aquella, Barrabás, que duró solo dos semanas» (risas). La gente lo olvida, pero fue un fracaso atroz, la ruina total, ¡con la casa hipotecada!
–El jurado ha señalado que usted «representa la continuidad del teatro español», y es cierto que siempre ha mantenido un justo equilibrio entre lo clásico y lo contemporáneo que le hace conectar con generaciones que nada tienen que ver. ¿Es deliberado ese equilibrio?
–No sabes cuánto te agradezco que me digas eso. Es verdad que mi deseo de lo nuevo está siempre teñido de un amor por lo pasado. Por ejemplo, nosotros montamos una «Yerma» que era el Lorca más puro que se había hecho, y lo hicimos sobre una simple lona (se refiere al montaje estrenado en 1971 que dirigió Víctor García con un éxito arrollador, y con el que realizó una gira por todo el mundo que duró cinco años). Siempre intento amar lo bueno del pasado sin asustarme demasiado de lo nuevo.
–¿Ha cambiado mucho el teatro en todos estos años?
–Ha cambiado mucho todo: el teatro, la vida, el mundo y, sobre todo, la mujer. En España la mujer se ha puesto en los últimos tiempos no sé si a la vanguardia, pero desde luego sí al lado de las más adelantadas de Europa.
–¿La sociedad actual está más distanciada del teatro que cuando usted era una joven actriz?
–No; yo creo que hay un resurgimiento en el interés que la sociedad muestra por el teatro. Hay un público que está dejando sus ordenadores y toda su tecnología en casa y que está volviendo al teatro para encontrar la mirada de ese alguien que habla directamente con él y que le cuenta cosas que le interesan. Muchos hoy empiezan el periódico leyendo la cartelera del teatro.
–Usted compaginó su faceta de actriz con la de empresaria teatral, y logró poner en escena con acierto muchos montajes de calidad; pero al final lo dejó. ¿Es necesario renunciar a esa calidad para que funcione el negocio?
–Bueno, nosotros tuvimos que luchar en tiempos oscuros... Pero no solo nosotros: Adolfo Marsillach, Gemma Cuervo y Fernando Guillén... Fueron muchos. Pero, volviendo a lo que comentabas, yo en este momento sí pienso que se puede ser un empresario de éxito sin renunciar a la calidad; lo pienso más ahora que hace cinco o seis años. Estoy absolutamente convencida de que se puede hacer.
–¿Por qué el cine no llegó a darle las satisfacciones que le ha dado el teatro?
–El teatro me eligió en seguida, me reclamó, me abrió sus puertas y me dio todo. Así que la cosa quedó enseguida decidida. Las películas que he hecho nunca me interesaron; estaba deseando que acabara el rodaje para irme a casa, cosa que no va con mi carácter y que no me ha ocurrido nunca en teatro.
–Usted, que ha dirigido grandes montajes fuera de nuestro país, ¿cómo valora la percepción que tenemos de nuestro propio teatro? ¿Somos unos acomplejados, o es que realmente aún no estamos en un primer nivel?
–A todos nos queda mucho por aprender: a los ingleses, a los americanos, a los franceses... y, por supuesto, a nosotros también. Pero es cierto que España es un país muy creativo. Individualidades maravillosas que han asombrado a todo el mundo las hemos tenido siempre en todas las épocas, en las buenas y las malas. Es verdad que la educación no ha funcionado nunca como debiera, y que ha habido periodos oscuros, pero... ¡en este momento lo veo todo de color de rosa! (risas).
–Ni siquiera ahora, que ya va cumpliendo años y que va a recibir el Princesa de Asturias, ¿le entran ganas de irse a casa más tiempo y cruzarse de brazos?
–Noooo... ¡Tengo los brazos descruzadísimos! (Precisamente estos días empieza a ensayar «Incendios», de Wajdi Mouawad, a las órdenes de Mario Gas). Sigo afrontando cada proyecto con la misma ilusión y los mismos temores que cuando tenía treinta años.