¿Odiaba Strindberg a las mujeres?
«La noche de las tríbadas», de Miguel del Arco, inicia en el Pavón Kamikaze el ciclo «Femenino plural» para analizar el papel de la mujer en el siglo XXI.
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«La noche de las tríbadas», de Miguel del Arco, inicia en el Pavón Kamikaze el ciclo «Femenino plural» para analizar el papel de la mujer en el siglo XXI.
Ingmar Bergman lo dijo: «Me ha acompañado toda la vida. Lo he amado, lo he odiado y he lanzado sus libros contra la pared, pero no he podido deshacerme de él». Hablaba sobre August Strindberg (Estocolmo, 1849-1912), un tipo tan misógino como progresista. Dos conceptos antagónicos que el sueco logró aunar en sí mismo y hacer de ello un leitmotiv. La polémica y la incoherencia iban con él. «Mi espíritu ha recibido en su útero un tremendo derrame de semen de Friedrich Nietzsche, de modo que me siento lleno como una perra preñada», alentaba el protagonista. De esta contradicción Per Olov Enquist escribe, tras una profunda investigación en su obra y vida, «La noche de las tríbadas», que ahora recoge Miguel del Arco para poner en la escena de su Pavón Kamikaze.
Copenhague, año 1890. Con las deudas ahogándole, Strindberg apuesta por un Teatro Experimental con el que poner sobre las tablas sus obras y continuar indagando en los límites de la escena. Como directora del proyecto está Siri, su todavía esposa –inmersos en pleno proceso de divorcio– y madre de sus tres hijos, y persona en la que se ha volcado para que encontrara su lugar en la interpretación. Sin éxito. Añora una vida familiar que ha sido poco menos que un infierno en los últimos años y que no tiene vistas de remontar. Más aún viendo el choque que viven ambas personalidades desde el principio e incrementado por el descubrimiento de que la otra mujer del reparto, Marie, no es otra que la amante de Siri. De ahí las tríbadas, las lesbianas, a las que hace referencia el título.
No es la mejor situación para ninguno, pero ambos saben que «La más fuerte», el montaje pensado para la ocasión, es su última oportunidad. Para él, de recuperarla y convertirse en un autor respetado y, para ella, la de lograr una carrera profesional que le haga libre.
Nuevas ideas
Así –a través de Manuela Paso, Jesús Noguero, Daniel Pérez Prada y Miriam Montilla–, se desgrana la vida de un Strindberg que ha quedado, por derecho propio, como uno de los grandes dramaturgos de finales del siglo XIX. Cambió la forma de escribir y de hacer teatro de su época, basando su obra en una ficción sacada de hechos reales y en la que aborda desde las relaciones entre ambos sexos hasta el miedo a la soledad, la identidad personal y la libertad. O, como en esta ocasión, la homosexualidad femenina y el empoderamiento de la mujer.
Con ello, resalta la capacidad del sueco para bordear límites tan dispares. Capaz de escribir en 1884 una declaración de los derechos de la mujer que todavía hoy es tan avanzada como inasequible y, sólo un año después, darle la vuelta a la situación para pronunciarse de la siguiente forma: «Ella ha legislado, gobernado, manipulado, propagado religiones, intrigado, provocado guerras, organizado persecuciones religiosas en todas las épocas, pero protegiéndose detrás del pobre hombre, porque ella siempre ha sido cobarde y falaz. (...) En la actualidad da la impresión de que la mujer ha despertado y entendido lo precario de su posición, lo indigno de su papel y el hecho de que el poder se le esté escapando de las manos; porque el hombre también ha despertado y ha empezado a calar el engaño». Contrapuntos que van de la mano de este científico, historiador, pintor, periodista y escritor de novela, teatro y ensayo. Las gentes de su tiempo lo quisieron tanto como lo odiaron. Sus libros, rechazados y devorados por partes iguales. ¿Los montajes teatrales que propuso? Grandes éxitos, aunque sus innovaciones tardaron en ser comprendidas, por lo que le costó demasiado hacerse hueco en los escenarios –«La señorita Julia», su pieza más universal, incluida–. Vivió en la cima, ganando mucho dinero, y subsistió en la miseria tiempo después. Acuñó «el problema femenino» –durante sus peores momentos de convivencia con Siri– para embestir contra el sexo contrario, pero su obra está cargada de mujeres profundas y fuertes. Circunstancias insuficientes para que, cuenta Miguel del Arco, «se redujera la capacidad de Strindberg para hostigar el pensamiento de su época. Siguió hasta el final de su vida escribiendo y publicando polémicas declaraciones sobre la política y la vida intelectual de su Suecia natal».
El director prosigue con la presentación, en referencia a una carta que el dramaturgo le escribió a un amigo en 1888 –durante la separación de Siri– en la que admitía debatirse «entre el suicidio y la inmortalidad»: «Fue un hombre perpetuamente dividido entre la melancolía, que a veces lo incapacitaba para la vida, y el empuje de su propio talento a proyectarse en la posteridad –explica Del Arco–. También es verdad que después de proclamar tan grandilocuente debate entre la extinción y la eternidad, la carta ahonda en el suplicio que vive el dramaturgo porque su mujer le ha impuesto el celibato, y la masturbación sólo dispersa levemente su melancólico estado. Puro Strindberg». Ya el propio autor se veía desde el siguiente ángulo: «Soy socialista, nihilista, republicano, sí, soy todo lo que se opone a los reaccionarios. Esto por instinto, porque soy hermano de Rousseau en lo que respecta a la vuelta a la naturaleza. Me gustaría participar en eso de poner todo patas arriba para ver lo que hay en el fondo; creo que estamos tan embrollados, tan terriblemente gobernados, que no se puede cambiar poco a poco sino que hay que pegarle fuego a todo, hacerlo estallar y empezar de nuevo de cero».
Una contradicción tras otra con las que «hay quien piensa que Strindberg exageraba su propia realidad sobre el papel y luego trataba de mantener vivo el personaje que había creado en defensa del lugar que, convencidamente, pensaba que ocupaba en la historia de la literatura», apunta Del Arco. Uno de esos aires de genio que llevan al susodicho a rozar la locura. Hasta tal punto de que las tres esposas que tuvo se plantearon internarlo en un centro de salud mental.