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¡Oído cocina!

Peris-Mencheta convierte las tablas del CDN en el corazón de un restaurante londinense de 1953 en el que, a través de 26 intérpretes, todavía resonarán los ecos de la II Guerra Mundial.
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Peris-Mencheta convierte las tablas del CDN en el corazón de un restaurante londinense de 1953 en el que, a través de 26 intérpretes, todavía resonarán los ecos de la II Guerra Mundial.
Si Shakespeare entendía la sociedad y sus circunstancias como el escenario de un teatro, Arnold Wesker lo veía como una cocina en la que «la gente entra y sale sin que permanezca lo suficiente como para comprenderse mutuamente», dijo. Entre fogones fue capaz de mostrar, en 1953, un mundo alienante en el que las personas trabajan por dinero, pero sin esperanza. El sistema del proletariado que, como él explicó, bien «podría ser una fábrica o una oficina». Desde el dueño del restaurante, que aquí se equipara al ídem del mundo, al pinche. El de Stepney (Reino Unido) se valió de su experiencia personal como chef de un hotel para construir el texto: «He mostrado la fachada de la cocina y luego la he abierto un poco para que se viera lo que hay podrido dentro». Una de esas piezas que adquieren el carácter de clásico universal por abordar temas que todavía hoy remueven a la sociedad y por poner sobre las tablas algo tan de todos como es el comer.
Ahora, Sergio Peris-Mencheta –en la producción del CDN en colaboración con Barco Pirata– toma el testigo y se embarca en el universo hostil de representar a una sociedad en guerra. La misma que imaginó el autor inglés, pero con matices más concretos: «Wesker no es muy detallista en el texto, deja muchas cosas en mano del director», comenta. Así, el ambiente general del Londres de los 50 que recoge «La cocina» original se localiza inmutablemente en el 8 de agosto de 1953, cuando se firma la quita de parte de la deuda de Alemania contraída en el periodo de entreguerras. Excusa para mantener los recuerdos y heridas de la Segunda Guerra Mundial muy presentes. La función arranca con los ecos de una pelea entre dos miembros del equipo del restaurante, Peter –Xabier Murua– y Gastón –Nacho Rubio–, Alemania vs. Grecia –un Merkel vs. Tsipras actual–, que ha sucedido la noche de antes de encender los fogones. Ello servirá para formar los dos primeros bandos de la función, que no tardarán en aumentarse: cocineros contra camareros, veteranos contra novatos, hombres contra mujeres, ingleses contra foráneos... Porque si a algo se puede equiparar el Morango’s es a una Torre de Babel. En sus cocinas y salas convivirán personas de varias nacionalidades: alemanes, griegos, polacos, irlandeses, franceses y, por supuesto, ingleses. Diferencias que harán que el racismo y el machismo aflore sin miramientos. «En esta obra se habla mucho de muros, los que construyen las banderas, las fronteras, los prejuicios y el no viajar. La guerra sirve para hablar de cómo el amor entre seres humanos puede desvanecerse cuando aparece el miedo. No podemos olvidar que siempre venimos de una guerra y hay otra a la vuelta de la esquina», explica Peris-Mencheta.

12 minutos de follón

Tras la discusión, «La cocina» continúa con los preparativos de las comidas. Conversaciones personales y laborales se mezclan según aumenta el ritmo de trabajo. La amabilidad que se respiraba con el primer café de la mañana va tornándose hacia la bronca a medida que avanza el día. La tensión obliga a aparcar los problemas de casa y centrarse en el quehacer hostelero, pero Peter y Monique –Silvia Abascal– deben hacer un paréntesis para aclarar su relación. Ella le esquiva. Sin quitar protagonismo al resto, ambos serán el nervio central de una obra sin apenas tramas o, por lo menos, muy coral. «He tratado de abrir el espectro del texto original y darle juego a los 26 actores –justifica Peris-Mencheta–. Hacer un “spin off” con cada papel –los 35 personajes de Wesker se convierten en 28, construidos por 26 intérpretes–. A veces los árboles no dejan ver el bosque, y de eso se trata, de que cada espectador elija su rama». Tal es la amalgama de personas que el director habla de «un follón de doce minutos» durante el primer acto en el que los camareros entran y salen y los cocineros no paran de gritar y sacar platos. «Pero es una coreografía muy bien ensayada –de la mano de Chevi Muraday–», completa. Los Silvia Abascal, Diana Palazón, Alejo Saura, Javivi y Ricardo Gómez se mezclan con debutantes como Ignacio Rengel y Almudena Cid en un montaje –donde todos los actores han contado con el mismo caché– en el que se han implicado hasta el punto de ponerse a servir mesas o a cocinar de forma profesional.
La acción sigue en el medio de cuatro plateas enfrentadas y se llega a la pasajera pausa entre la comida y la cena en la que vuelven a salir los asuntos personales. Rápidamente, por la locura del segundo servicio del día, se desvanece la calma y vuelve a subir el ritmo frenético: un vagabundo interrumpe en la escena, un desmayo, un boicot a la cocina... Entre medias, se mezclan varios momentos musicales en los que resuena el «Lili Marlene» que cantaban en un bando y otro de la Gran Guerra. Un bullicio en el que la comida no está presente de forma visual, pero sí olfativamente. «Los espectadores saldrán con un hambre atroz», anticipa el director, que recuerda la primera vez que levantó «La cocina»: fue hace trece años, con un grupo universitario y en el que se guisaba debajo de las gradas para que se oliera lo que no se veía en las tablas. De entonces repiten dos de los actores, Murua y Duplá –Ignacio Rengel también estuvo allí, pero entonces era el chef en la sombra–.
«La Bestia», como apoda el equipo a la cocina, se ha convertido en un proyecto que definen como «un pequeño lujo dentro de la crisis»; y es que su presupuesto es de 390.000 euros, una excepción que, según Peris-Mencheta, había que hacer.

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