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Ostermeier le pone una sonrisa al gran drama alemán

La Bienal de Venecia estrena «El matrimonio de María Braun», la versión tragicómica del filme de Rainer Werner Fassbinder
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La Bienal de Venecia estrena «El matrimonio de María Braun», la versión tragicómica del filme de Rainer Werner Fassbinder
Hubo una época, no tan lejana, en que Alemania no era el gigante orgulloso que dictaba el paso del resto del continente, sino una nación que se lamía en silencio las heridas de una guerra perdida y, sobre todo, de un gran error colectivo llamado nazismo. A medio camino entre el final de aquel punto de inflexión en su historia y hoy fue cuando Alemania empezó a hacer examen de conciencia. En 1959 Günter Grass escribió «El tambor de hojalata» pero hubo que esperar hasta 1979 para que Volker Schlöndorff llevara la novela al cine, esa gran arma de construcción masiva. Un año antes, Rainer Werner Fassbinder estrenó «El matrimonio de María Braun». Fue su película más aclamada, un éxito enorme tanto artístico como comercial, y una alegoría descarnada y poética de cómo su país aprendió a renacer como un Fénix de sus propias cenizas, siempre enamorado de su esencia, pero dispuesto a venderse al dólar por cigarrillos y medias, primero, y al franco, por un despacho, después. No deja de ser curioso que esta sesión de diván cautivara a los propios alemanes de entonces cuando el mensaje que les lanzaba al rostro era que Alemania, tras la guerra, se había convertido en una fulana sin moral, con Hanna Schygulla entonando con el rímel corrido y en ligueros una versión más cruda del «a Dios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre» de Scarlett O’Hara.
Ésa es la historia que otro alemán, Thomas Ostemeier, ha llevado a la escena y que el pasado viernes acogió la Biennale Teatro 2015 de Venecia. Si el día anterior el suizo Marthaler había disecado en una mueca a la alta sociedad franco-helvética en «Das Weisse vom Ei / Une île flottante», también Ostermeier opta aquí, en «Die Eehe der Maria Braun», por un acercamiento tragicómico al drama de Fassbinder. El director, una de las estrellas de la Schaubühne –esta producción del emblemático centro teatral berlinés es una reedición de otra del Münchner Kammerspiele–, encierra la acción en un escenario de sillas de diseño setentero en el que cinco actores desarrollan con dinamismo, como en un carrusel, la historia de Maria, casada in extremis con Herrman durante un bombardeo aliado antes de que éste parta al frente tras compartir juntos «medio día y una noche». Ostermeier se mantiene fiel al curso cronológico de Fassbinder: Maria se busca la vida en la Alemania de posguerra como mujer de alterne. Primero sin derecho a roce, sólo para entretener a las tropas americanas; después, cuando recibe la noticia de la muerte de su fugaz marido, como amante de un soldado negro que la dejará embarazada. Pero el fantasma de la guerra se presenta un buen día en casa, más vivo que muerto, para encontrarse a su esposa y al soldado negro juntos, y el que acaba sin vida, golpeado por la propia Maria, será Bill. Él cargará con la culpa y penará una prisión silenciosa mientras ella aborta y conoce a un industrial francés que la colocará como directiva y amante en una ascensión meteórica y arriesgada vigilada con recelo por el contable Senkenberg. Todos esos años, Maria se dividirá sin demasiados dilemas morales entre su corazón, entregado al encarcelado Hermann, y su cuerpo, que pertenece a Karl Oswald. Las tres partes acabarán conociendo este «status quo» y aceptándolo expresamente, contrato incluido entre el marido y el empresario.
Ostermeier desdramatiza la subida a los infiernos de Maria con un humor sutil a ratos, gamberro en otros, que tiene a actorazos como Robert Breyer y Moritz Gottwald interpretando un puñado de alocadas transformaciones, ya sean masculinas o femeninas, como soldados, madres, camareros o doctores, y que viajan de lo bufo a lo trascendente. Como ellos, Thomas Bading y Sebastian Schwartz se transforman en una algarabía narrativa, mientras, en el centro del quinteto, Ursina Lardi da vida en exclusiva a Maria Braun con energía y entusiasmo, pues es un ser hecho de convencimiento, una superviviente nata, alguien que no puede ni debe permitir a las sombras de su vida asomarse a su rostro. Todos se entregan a una partida, una sesión de teatro jugoso y juguetón, narrativo, lineal, algo clásico, por qué no, pero que no deja de interesar. Quizá no revolucione la Biennale. Quizá a Ostermeier se le hayan visto montajes mejores y se le esperen otros brillantes. «El matrimonio de Maria Braun» es teatro hecho con talento y precisión en cualquier caso, una historia conmovedora y una aproximación original, dada la distancia temporal con el filme de Fassbinder, al sentido de culpa nacional, que una nueva generación alemana asume ya con una sonrisa irónica, como diciendo: «Fíjense lo que tuvimos que hacer... Y miren dónde estamos ahora».