Barcelona

«Roberto Zucco»: la sangre es hermosa

Una escena del «Roberto Zucco», con Derqui en lo alto de la escenografía
Una escena del «Roberto Zucco», con Derqui en lo alto de la escenografíalarazon

Roberto Succo, con ese, fue un asesino italiano, un criminal a la fuga que dejó, en 1981, un reguero de muertos a su paso. «Roberto Zucco», con zeta, las traslación idealizada de ese hermoso criminal que un día cautivó desde un cartel de «Se busca» al moribundo Bernard-Marie Koltès: era 1989 y el autor de «En la soledad de los campos de algodón» moriría víctima del sida meses después de estrenar la que sería su última obra. Una tragedia ya clásica cargada de poesía que en España ha tenido montajes como el de Lluís Pasqual, emblemático. Con este viaje a los infiernos se ha medido con éxito, a juzgar por la crítica de Barcelona, Julio Manrique, director con querencia por los tipos marginales –fabuloso su «American Buffalo»–, y el montaje, ahora en castellano y con algún cambio en el reparto (Laia Marull sustituye a Cristina Geneba y Andrés Herrera a Iván Benet), llega hoy al Matadero. Pablo Derqui, el Zucco de este montaje, explica que Koltès «lo toma como excusa para hablar de otras cosas, para hacer un retrato ácido, descarnado, de una sociedad cuyos cimientos torpedea el asesino en serie. Y más en este caso, porque Zucco no sigue ningun patrón aparente. Era muy guapo y Koltès se encandiló de su pinta de niño». Un antihéroe trágico que hace de la sangre algo hermoso. «Es el poeta asesino –explica Manrique–, el poeta de lo oscuro, de los márgenes de la periferia». Pero claro, es una historia que ocurrió, con víctima de carne y hueso. Y reconoce Derqui que «tuve ciertos reparos al al acercarme a la historia real. Ciertamente, en la época en que se estrenó hubo muchas tensiones en Francia». Manrique lo entiende como «una provocación, pero, además, Koltès se debió de enamorar hasta del nombre. Hay en él un proceso de fascinación muy puro».

Ambos prefieren separar el morbo de los crímenes del atractivo real del texto: «Encarnar a Zucco se parece más a dar vida a Hamlet que a elaborar un retrato de un ''psicokiller'' como los de las películas. No se trata de un catálogo de patologías, sino de crear una especie de mito contemporaneo», explica el director. «Lo que hay que hacer es comprometerse con la palabra de Koltés». Los personajes quedan definidos por la escritura poética del autor, prosigue Manrique. «Es una obra difícil y fascinante. Las putas, los criminales hablan como personajes de Racine. No es realista, pero es muy concreto: él se cabreaba con las puestas en escena alemanas, porque hacían cosas formales, expresionistas o cualquier otro "ista", y él sólo aspiraba a que se hiciera y punto».

Algo que en su propuesta se traduce en ocho actores para treinta personajes –«es una compañía muy comprometida y potente, eso hace que sea un montaje jugetón y teatral»– y una escenografía que es una estructura que «nos ayudaba a que esos ocho actores pudieran esconderse de la mirada, aparecer como otra gente». Una estructura dividida en pequeñas obras «que nos llevó a pensar en los retablos religiososo. Y la obra tiene ese lado mesiánico. La escenografía, en una traducción contemporánea, podría ser una página de comic».