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Tres estúpidas honorables

Guindalera regresa a los Teatros del Canal con «Tres hermanas», la obra de Chéjov.
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Guindalera regresa a los Teatros del Canal con «Tres hermanas», la obra de Chéjov.
«La evidente falta de resistencia excita ferozmente la imaginación, como el olor de la sangre de caza». Lo escribía el austriaco Robert Musil para referirse a esos necios que ocupaban buena parte de su ensayo «Sobre la estupidez» (1937). Ello sirvió varias décadas después,y ya en el siglo XXI, a Lee Trepanier –filósofo y profesor de Ciencia Política de la Universidad de Míchigan– para relacionarlo directamente con los conceptos leídos a Chéjov y hacer una reflexión sobre el estado de decadencia espiritual y material que caracteriza a sus tres hermanas protagonistas; y, por extensión, a la sociedad aristocrática rusa de finales del XIX y principios del XX. «La causa de la decadencia de las sociedades cultas y su eventual colapso es la estupidez, que más que una deficiencia es una falta de comprensión», continuaba el primero.
Olga, Masha e Irina. Ricas, cultas, guapas, privilegiadas y sin aparentes impedimentos para cumplir sus sueños. En este caso, el de dejar atrás su hogar de provincias en la Rusia más profunda, un ambiente inerte y apático capaz de eliminar cualquier anhelo de una vida plena, e irse a Moscú. Esperanza y huida unidas hacia el lugar en el que pasaron su infancia y donde, tras la muerte de su padre, creen que pueden progresar. Sin embargo, parece un paso imposible. Natacha, la mujer del único hermano varón, Andrei, parece un muro demasiado alto para estas tres mujeres necesitadas de un cambio que no ven, o que tal vez no quieran reconocer.
Valores maravillosos
Así alerta Chéjov de esa estupidez humana de la que hablaría Musil más adelante y de la obligación de una renovación espiritual que lleva hacia un futuro mejor. Una idea que Guindalera ha recogido e investigado para dar forma a la obra, apoyándose en el estudio de Trepanier, como explica Juan Pastor, el director: «Las tres hermanas son unas estúpidas honorables. Me explico, todos sus valores son maravillosos, como sus comportamientos, su exquisitez cultural, la necesidad de compartir el sufrimiento de los demás, el afán por defender a los criados que ya no producen, el interés por la cultura, el ocio... Pero, pese a todo ello, son incapaces de ver lo que tienen ante sus ojos, que Natasha y Protopópov se van a cargar una casa que no se puede mantener como ellos quieren, con esas grandes cenas, con esas invitaciones de gente... Creo que es muy actual», comenta Pastor antes de relacionarlo con la Europa de hoy. «Naturalmente, podrían aplicarse a nuestra sociedad –continúa–. La falta de comprensión o la incapacidad de nuestros líderes para saber lo que está sucediendo nos va a llevar a perder los valores europeos, como el Estado del bienestar. Un sector defiende que sin medios ni dinero la Educación y la Sanidad no pueden ser como piensan, mientras otro dice que no se debe olvidar la solidaridad». Ejemplo de dos energías chocando entre sí, sin mirar más allá –que no duda en trasladar a su propio mundo profesional, el del teatro–, con el que Pastor traslada al presente la esencia de «Tres hermanas»: un cambio en el seno de los Prózorov que, por evidente que sea desde fuera, parece imposible de llevar a cabo por sus protagonistas.
Para su hija María, en el papel de Masha y adjunta a la dirección, las tres hermanas «tienen unos valores que se están perdiendo. Entre todas sus virtudes sobresale eso de no ver los defectos de Andrei y cuando quieren darse cuenta ya es demasiado tarde y, por eso, nos vemos al final como un desahucio». Esa falta de compromiso por no tomar conciencia de su realidad y de no enfrentarse a sus carencias y conflictos termina haciendo que los Prózorov terminen pagándolo algo caro. «No lo ven venir, y cuando llega el tiempo de resumir, se dan cuenta que han estado tirando su vida», cierra la actriz. El no levantar la cabeza, la miopía que, en cierta medida, les hace imposible el lograr sus metas, alcanzar eso con lo que sueñan y ver esas fuerzas que las van a destruir antes que después son signos de la desesperación del presente contra la esperanza de un futuro mejor que no llega a realizarse. Así se desencadena la pérdida de la casa y la imposibilidad de una mejor vida, de su viaje a Moscú, de realizarse como personas.
Hilo de esperanza
Aunque no todo son desgracias, este batido de circunstancias les acaba llevando a un «final positivo» –explica María Pastor– en el que, como dice Olga en la obra, se dan cuentan de que «ahora no comprendemos el porqué, pero a lo mejor hay un hilito de esperanza que con el tiempo quizás entienda por qué sufrimos».
Con este montaje, Guindalera y su director, en particular, quieren reivindicar una obra de Chéjov que para Pastor «se ha visto y estudiado mal. Incluso mis alumnos de de la Escuela de Arte Dramático los alumnos hablan de él como un ‘‘coñazo’’, a pesar de que en sus piezas hay una gran comicidad, que parte de materiales dramáticos y situaciones casi trágicas, que las llevan a una línea casi musical».