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«Troyanas»: Las abandonadas de Europa

larazon

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Con gran afluencia de público se ha estrenado en Mérida uno de los platos fuertes del festival : el montaje de «Troyanas», de Eurípides, que dirige Carme Portaceli y que podrá verse la temporada que viene en el Teatro Español.
Obra: « Troyanas». Autor: Eurípides. Director: Carme Portaceli. Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Ernesto Alterio, Miriam Iscla, Gabriela Flores. Festival de Mérida. Hasta el 23 de junio.
Con gran afluencia de público se ha estrenado en Mérida uno de los platos fuertes del festival : el montaje de «Troyanas», de Eurípides, que dirige Carme Portaceli y que podrá verse la temporada que viene en el Teatro Español.
No lo ha debido de tener nada fácil Alberto Conejero para versionar una obra que no logra permear en la sensibilidad del público de hoy con la eficacia de otras tragedias griegas, quizá porque pertenece a ese grupo en el que las deidades y los oráculos determinan la trama restando complejidad a los personajes. Sabedor de ese inconveniente y probablemente consciente de la rigidez de la acción en el texto original, el dramaturgo ha optado con inteligencia por encarar la historia desde un ángulo más poético y humano de lo habitual –sirva como ejemplo la bonita escena de la apasionada defensa de Helena, fundamentada en el sentimiento del amor como verdadero motor de su conducta. Sacrificando, pues, el escaso dramatismo que, en términos de verosimilitud argumental, pudiera ofrecer en el original esta historia de guerra, saqueo y humillación, Conejero y Portaceli han querido que las troyanas, con Hécuba a la cabeza, tomen el escenario para hacer partícipe al público –en una suerte de monólogos, más que de una interacción dialogada– de sus padecimientos en manos de unos vencedores crueles y de un destino injusto. La función está recorrida por un idóneo espíritu de universalidad; por un afán de trascender la época y el lugar concretos en que cabe situar la Guerra de Troya para hablar de las consecuencias devastadoras de la guerra en la población civil –sobrecogen las proyecciones de Arnau Oriol, que permiten ver superpuestas en las ruinas del teatro las más recientes ruinas de Alepo– y para señalar además a Europa, por inmoral acción u omisión, como corresponsable de una tragedia que no le debería ser tan ajena («Salvajes, alimentáis vuestro futuro con sangre de inocentes. Presumís luego en salones adornados con ricos mosaicos: el progreso, la civilización, todos esos nombres vacíos con los que justificáis vuestros crímenes. Porque lejos de vuestra tierra asesináis, torturáis, saqueáis. Como si nuestros cuerpos valieran menos por estar en esta orilla del mundo. No dudáis. Todo por alimentar esa bestia a la que llamáis futuro. Hacedlo. Hacedlo. Entregad nuestros despojos a su estómago. Una bestia negra es ese futuro y se volverá contra vosotros. ¿No me oís? ¿Dónde estáis, hombres de Europa?», recrimina desesperada Andrómaca). Son las mujeres extraídas no solo de las «Troyanas» de Eurípides, sino también de otros textos, quienes cobran en este montaje un protagonismo mayor del que les concedieron sus autores. Y está bien que emerja esa visión femenina, silenciada a lo largo de la Historia, para reflexionar sobre un mundo que en siglos de dominación masculina sigue atascado en la violencia y la destrucción.
El problema es que, sobre el escenario, esas apuestas no terminan de expresarse con la fuerza y la belleza debidas; básicamente porque las interpretaciones distan de estar ajustadas al lirismo que reclama la obra, y porque tampoco lo está el lenguaje corporal en el que se encuadran. Como consecuencia, sin esa adecuada medición emocional del verbo y el movimiento, la función transcurre en no pocos momentos por la peligrosa senda de la monotonía. En los papeles más destacados, Aitana Sánchez-Gijón, como Hécuba, está exageradamente gritona desde la primera hasta la última escena, y Ernesto Alterio –el único hombre en una versión femenina– hace una incomprensible interpretación del mensajero Taltibio que recuerda a otros personajes cómicos que ha hecho y que nada tienen que ver con este. Más acertadas están Miriam Iscla (Casandra) y Maggie Civantos (Helena). En aras de encontrar esa conexión ya mencionada con una realidad más universal, ha sido concebida toda la producción en sus diferentes vertientes técnicas y artísticas: desde la desoladora escenografía de Paco Azorín, con la melancólica luz de Pedro Yagüe posada en ella, hasta la exquisita música seleccionada por Jordi Collet, pasando por el sencillo y pertinente vestuario de Antonio Belart.