Teatro

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Un Don Juan esquizofrénico

José Manuel Seda estrena en los Teatros del Canal «El prisionero», un debate existencial en el que se duplica y reflexiona sobre morir por un legado o vivir renunciando

Dos en uno. Además de que la idea original de «El prisionero» sea suya, Seda interpreta a dos personajes en la sala Negra de los Teatros del Canal
Dos en uno. Además de que la idea original de «El prisionero» sea suya, Seda interpreta a dos personajes en la sala Negra de los Teatros del Canallarazon

José Manuel Seda estrena en los Teatros del Canal «El prisionero», un debate existencial en el que se duplica y reflexiona sobre morir por un legado o vivir renunciando

No existe obsesión que no lleve colgada consigo el sambenito de ser, de uno u otro modo, una cárcel. Hasta la deseada libertad puede transformarse en prisión. Ansiarla obliga a dejar de vivir historias que en un determinado momento hay que descartar para que no corra peligro la independencia. Como ese alguien al que amas y te ves obligado a abandonar por no perder la capacidad de autodeterminación. Aunque no son materiales sentimentales los que ocupan la mente de este Don Juan –mitad de José Manuel Seda, ideólogo; mitad José Luis de Blas Correa, autor del texto–, sino existenciales. Avalar todo lo que ha sido en vida con su propia muerte o renunciar al legado de burlador y conquistador que ha fraguado durante años con una simple firma que le condonaría todos sus pecados. El hombre que ha estado luchando toda su vida por ser su único se planta en la encrucijada de tener en la mano su destino. Ser responsable del futuro, decidir si morir o vivir sin vida. El fin como arma de libertad, como ya hicieran Stefan Zweig o Sócrates.

- Seguir los sueños

Para Seda, la decisión está clara: «Seguir los propios sueños». Aunque no es el teatro un lugar para dar respuestas –continúa–, «sólo para suscitar preguntas y que cada uno escoja lo que le valga. Si el público se plantea decisiones personales, nuestro trabajo está hecho». Habla fuera de las tablas, porque una vez subido se le presenta el papelón: Venecia, siglo XVII. Un hombre se pudre y agoniza en las poco cómodas celdas del Palacio Ducal. De fondo, escucha unos golpes que podrían ser los de una nueva barcaza que quizá sí, o quizá no, le lleve a otro lugar de pudredumbre. Pero no. Será el actor, su «alter ego», el que saque de dudas y le centre las ideas: los mazazos en la madera son el patíbulo –en construcción– que le espera al amanecer en la plaza de San Marcos... Antes, una voz le expone su última oportunidad: retractarse de su pasado en una carta.

El actor intenta salvar de este modo a un personaje que ve en la muerte el ideal romántico, la perfecta culminación estética de lo que ha sido. Es el mensaje que su otro yo deberá quitarle de su mente para darle un nuevo aliento, llevarle a las calles de ese mundo de palacios y burdeles en los que buscó a la compañera pura.

Ésta es la historia cuyo punto de partida lo tiene en un actor que llega a un teatro para interpretar, o ensayar, el personaje de «El prisionero». «En el escenario se transmuta en la esencia de su papel –explica Mariano de Paco Serrano, responsable de la dirección– y ahí la obra se va desdoblando entre las dos figuras. De manera que, al final, se produce una conjunción que comienza en lucha y que luego van coincidiendo hasta que los conflictos de uno son los del otro y lo que eran dos, se convierten en uno solo». Porque no es el preso desahuciado el único que vive atormentado con su pasado, presente y futuro. La voz interior del actor que pretende ser la de la razón también tiene sus tormentos. «Es algo de la profesión que surge en los momentos en los que no hay mucho trabajo y uno se plantea si ha merecido la pena seguir este camino. Mirar el sufrimiento y las renuncias personales para seguir una senda que, a veces, da satisfacciones, pero que por norma te mantiene en la incertidumbre», comenta José Manuel Seda en un tono cerca de lo autobiográfico.

Dos figuras, dos dolores y dos cárceles –la prisión física y las decisiones propias encerradas en la cabeza– se van dando el testigo a lo largo de la pieza. Dos mundos en un solo cuerpo, el de Seda, que se va virando de uno a otro. «Con cierto aire esquizofrénico, que dé la sensación de que es real», apostilla. Un abismo que técnicamente lo han salvado con la diferencia de vestuario y a través de la fonética: «El personaje habla en andaluz y el actor en castellano, poniendo esa voz razonable, de Pepito Grillo». «Un actor en mitad de su vida y un Don Juan en las postrimerías de la suya. Si al final de todo la reflexión es que todo lo que han hecho anteriormente no ha servido para nada es como si murieran en vida», sentencia De Paco Serrano.

- Trabajo de autor

José Manuel Seda no sólo se duplica y enloquece en el barro del escenario, sino que también es la cabeza pensante del proyecto. Hace cosa de dos años se le pasó una idea por delante que intentó llevar a cabo con un pequeño dossier que marcase las pautas, pero finalmente decidió delegar y buscar otro enfoque: «Me iba a meter a escribir, pero la verdad es que a nivel de estructura siempre la labor de un dramaturgo es fundamental y la que ha escogido José Luis es perfecta, por eso yo no me atrevía a meterme. Se ha basado en la fase de Klüber-Ross que describía las fases del duelo y de las personas que van a morir y le da la forma por la que pasa un preso en el corredor de la muerte». Así resume un trabajo de más de dos años en el que intercambiaron textos y correspondencia para lograr lo que ahora se pone en marcha. Una bendición para el director, como él mismo cuenta, porque «los procesos de trabajo siempre empiezan con las explicaciones y aquí no ha sido necesario porque el texto surgía del propio actor. Yo me incorporé más adelante y es algo que me ha enriquecido. Casi era yo el que preguntaba».

Así es el Don Juan esquizofrénico de Seda, diferente, pero con las «atracciones y repulsiones propias del mito», cierran.

3.000 litros de barro

Dicen los protagonistas del montaje que una de las cosas más llamativas de «El prisionero» es su puesta en escena: una piscina de barro de 3.000 litros en los que José Manuel Seda tendrá que desenvolverse. «El texto alude a que el suelo se hunde, a que está metido en el lodo, a la suciedad, la podredumbre... y todo eso el público lo va a ver en el escenario. Hemos tenido que investigar con la arcilla hasta encontrar el punto de fluidez que queríamos. Hay que darle de beber. Además hemos jugado con las estructuras de la luz de la propia sala para crear la celda», explica Mariano de Paco Serrano.

- Dónde: Teatros del Canal (Sala Negra). Madrid.

- Cuándo: de hoy al 24 de abril.

- Cuánto: desde 12,90 euros.