«Un tonto en una caja» (*): El sangrante despropósito de los programadores
Es una obra cuya inclusión en el Nuevo Alcalá, y en sesiones con horarios de teatro convencional, solo puede obedecer a que nadie la ha visto antes de programarla.
Autor: Martín Giner. Director: Carlos Santos. Intérpretes: Pedro Segura, Macarena de Rueda y Vicenç Miralles. Teatro Nuevo Alcalá. Hasta el 11 junio.
No sé si será culpa de los productores, de los exhibidores, de los departamentos de comunicación de los teatros o de las propias compañías como responsables directos de los espectáculos que presentan, pero parece inconcebible que ni siquiera un servidor, que está obligado por su trabajo a ver teatro un día sí y otro también, esté a veces mínimamente orientado sobre qué es, más o menos, lo que va a ver cuando acude a una sala y se sienta en su butaca. Si ni siquiera yo gozo en ocasiones de esa privilegiada y fiable información sobre las obras que se estrenan, ¿cómo va a ser capaz de elegir algo con criterio el espectador más corriente y ajeno a este mundillo en la sobredimensionada y enmarañada cartelera madrileña? La confusión cunde por doquier y empieza a ser bastante preocupante.
Sirva como ejemplo «Un tonto en una caja», una obra cuya inclusión en el Nuevo Alcalá, y en sesiones con horarios de teatro convencional, solo puede obedecer a que nadie la ha visto antes de programarla. Uno no puede por menos que pensar que este espectáculo tan ramplón, que carece además de posibilidades para engordar la taquilla, se ha colado en el circuito comercial –en un teatro donde ya quisieran estar muchas de las modestas y muy buenas compañías que se parten el pecho en salas con un aforo de 20 de personas– única y exclusivamente por el hecho de que su director es el hasta hace poco desconocido Carlos Santos, que ha ganado recientemente un Goya como actor por su trabajo en «El hombre de las mil caras».
Ese ha debido de ser suficiente aval para estrenar algo que se ha vendido como una comedia ácida sobre el poder y la diferencia de clases, pero que, en realidad, no pasa de ser un aburridísimo y acartonado cuentecito infantil débilmente armado y que discurre bajo los códigos interpretativos más manidos del teatro familiar. Lo curioso es que, dada esa desinformación a la que antes aludía sobre los espectáculos que pueblan la cartelera, no había un solo niño o adolescente en la sala, y sí muchos adultos que, como este que escribe, asistían perplejos a una representación que entendían que no estaba pensada ni de lejos para ellos.
LO MEJOR
Si hubiese habido niños en la sala, la caracterización y el vestuario serían eficaces
LO PEOR
El dislate de programar y promocionar este montaje de la forma en la que se ha hecho