Victoria Salvador: Yo soy la Reina Sofía
El próximo 1 de junio llega al Español la esperada obra teatral de Ignacio García May, que intenta aproximarse al mundo emocional de la soberana emérita.
El próximo 1 de junio llega al Español la esperada obra teatral de Ignacio García May, que intenta aproximarse al mundo emocional de la soberana emérita.
Victoria Salvador es Sofía; o Sofía es Victoria Salvador, no se sabe bien; porque no hay en este monólogo, escrito con oficio, inteligencia y excelente literatura dramática, un decidido intento de emular al personaje real, sino, en todo caso, un afán artístico por crearlo sobre los mimbres que proporciona la historia. Victoria Salvador no habla, de hecho, como Sofía, ni se parece tampoco a ella especialmente; aunque sí puede recordar mucho a la Reina una vez que está subida en el escenario dentro de esa piel que ya no es la suya –por eso es actriz–, pero que no pertenece tampoco a la Sofía que conocemos –por eso esto es teatro–.
Victoria, ahora ya Sofía sobre el escenario –esta nueva Sofía que tiene el perfume de la universalidad que exhalan los buenos personajes–, está sola, leyendo un libro sobre la transmigración de las almas; es un tema, según parece, que le interesa bastante, aunque mucha gente no lo sepa. Algunos quizá puedan pensar que no es una preocupación apropiada para la reina; pero no es esta, ni mucho menos, la única que tiene, ni tampoco probablemente esté entre las más importantes. El caso es que el dramaturgo y director Ignacio García May ha querido mostrarla así en esta primera escena: leyendo en la intimidad, y sobre un asunto aparentemente un tanto difuso, no muy riguroso al menos. Pero no es casual que empiece así la cosa, porque no es de la Reina que vemos en las ceremonias solemnes, de la que saluda atentamente sin perder nunca el paso en los actos oficiales, de la que quiere hablar aquí el autor, sino de esa otra posible mujer que habita en el suntuoso palacio que cada uno imagina a su modo; del alma plausible que anida entre el oropel de los cetros y las coronas que allí se guardan. Ese es el verdadero interés dramático que tenía para García May esta historia cuando decidió embarcarse en ella. Por eso el título elude la condición regia del personaje; por eso la obra se llama «Sofía», a secas; una Sofía de ficción con muchos visos de autenticidad cuyo marido, el Rey Juan Carlos I, acaba de fallecer, y que a duras penas puede distraerse con la lectura, porque su pensamiento, en ese momento luctuoso, necesita escapar indómito al pasado y revisar, con el espectador como testigo privilegiado, algunos de los episodios que han determinado su vida. Con esa ficción como pretexto, el director se aventura a «imaginar» lo que la Reina emérita puede sentir o pensar acerca de temas tan delicados como el papel de la infanta en el caso Noos, las infidelidades de su marido, la fría relación con su madre, el papel que han jugado en España el conde de Barcelona, Juan Carlos I o ella misma... «Todo esto, en realidad, ya está publicado –aclara García May–. Hay montones de libros sobre cualquiera de esos temas. No estamos descubriendo nada, ni tampoco lo pretendemos».
Todos los temas
Publicado ya o no, lo que es cierto es que cualquier asunto relacionado con la Casa Real sigue despertando una enorme curiosidad hoy entre monárquicos y no monárquicos, aunque sea por razones distintas; y no es menos verdad que en esta función, que podrá verse en el Teatro Español a partir del próximo miércoles, salen a colación prácticamente todos esos temas que al espectador, sea del color que sea, le gustaría que saliesen. Pero que nadie se llame a engaño: no es este un montaje, ni mucho menos, que pretenda alimentar el morbo de nadie. «Esto es una obra de ficción; eso debe quedar claro desde el principio –recuerda el director–. Es cierto que nos hemos documentado mucho para crear el personaje, y que todo está hecho para que resulte verosímil; pero el resultado de todo ello es ‘‘mi reina Sofía’’, no ‘‘la reina Sofía’’. Y, como yo soy el autor, a mí la que me gusta sobre el escenario es la mía».
Y, efectivamente, es esa verosimilitud lo que prima por encima de todo, algo que resulta necesario para dar consistencia a un personaje, que como indica la propia actriz que lo interpreta, emerge más del papel escrito por García May que de la realidad en que se basa: «Me leí biografías sobre la reina, claro. Quería saber cosas de ella; pero luego, a la hora concreta de trabajar, tienes que agarrarte al personaje teatral, no al real. Es con el que realmente congenias para poder comunicar algo sobre el escenario», asegura.
Y es mucho lo que hay que comunicar; y no se lo ha puesto nada fácil el autor para hacerlo, porque la protagonista, en ese viaje ilusorio por los vericuetos de su memoria que emprende ante el féretro del rey, hace un desdoblamiento de sí misma que la obliga a usar la 2ª persona a lo largo de toda la función para hablar consigo misma, para situar su «yo» imaginario en el tiempo y en el espacio y que el espectador pueda entenderlo. Desordenadamente, la acción nos lleva así al día que conoce al príncipe Juan Carlos, por ejemplo, o a su Grecia natal cuando es una niña –«una infancia arrullada por las sirenas que anuncian los bombardeos del ejército alemán», dice poéticamente de aquellos años–, o a los momentos en que su madre, una egocéntrica e insensible reina Federica –quizá la peor parada en toda la función–, le prodiga algún breve y frívolo consejo. Y Salvador, en un admirable ejercicio interpretativo, va incorporando a muchos de esos personajes que aparecen en su evocación y protagoniza con ellos situaciones muy variadas, en las que el glamur y los sueños se atemperan acto seguido con el desencanto y la resignación.
Una mujer que cumple
Porque late en toda la obra una serena melancolía que acompaña a Sofía en sus recuerdos, una tristeza que no está generada solo por los episodios familiares más dolorosos –ella reconoce la culpabilidad de la infanta Cristina, por ejemplo–, sino también por la sensación de no haber sido del todo correspondida por un pueblo para el cual considera que ha trabajado en todo momento. «Es verdad que esa lectura está; es una aportación personal, porque es así como yo lo veo –explica García May–. En este país somos así de torpes; no sabemos distinguir las cosas, lo mezclamos todo. Yo no soy monárquico, por ejemplo, pero si uno ve la trayectoria de esta mujer, al margen de la forma de gobierno que quiera o no para su país, solo puede decir de ella que ha cumplido. Y eso es lo más importante en la sociedad para que funcione, que la gente cumpla, cosa que no siempre ocurre».
Sofía no puede estar más de acuerdo con su autor, y así lo expresa en la función; pero eso no evita que vuelva a su presente con el mismo poso de insatisfacción que partió hacia el pasado cuando el libro sobre la transmigración de las almas cayó de sus manos. Está resignada a ciertas murmuraciones que no le gustan; sabe que nada puede cambiar en la opinión de su pueblo. Al fin y al cabo, como ella misma reconoce con ironía, «nadie sobre la faz de la tierra sabe más sobre todo que los españoles».