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«Vida de Galileo»: La Tierra se mueve, todavía

Autor: Bertolt Brecht. Director: Ernesto Caballero. Intérpretes: Ramon Fontserè, Chema Adeva, Marta Betriu, Paco Déniz, Alberto Frías, Pedro G. de las Heras, Ione Irazabal... Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 20de marzo
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No parecía que «La vida de Galileo» fuera para algunos, a priori, una obra que viniese muy a cuento en estos tiempos, ahora que se discute tanto sobre la vigencia que deben tener o no los textos para ser puestos de nuevo en escena cuando han pasado ya muchos años por ellos. Pero muchos se llevarán una agradable sorpresa al comprobar que no sólo es pertinente la obra –las que son buenas nunca caducan–, sino que además son probablemente estos tiempos los más apropiados para su representación. Porque «Vida de Galileo» habla, principalmente, de cómo las sociedades asumen o no los cambios que se producen en ellas; más allá de contar las peripecias, con mayor o menor rigor histórico, del científico pisano en su intento por demostrar al mundo que no todo giraba en torno a la Tierra y que ésta también se movía, trata sobre todo, en clave más filosófica y hasta poética, del inmovilismo de la autoridad y de su nula capacidad para el cambio, en cuanto que ese cambio, desgraciadamente, es casi siempre percibido por ella como una amenaza.En su propuesta escénica, Ernesto Caballero juega muy bien con la naturaleza discursiva de un texto que ha naturalizado convenientemente en su versión–aunque estemos, no obstante, ante una de las obras de Brecht en las que el lenguaje es menos expresionista, menos fragmentario y, por tanto, menos brechtiano– para ir contando con agilidad –en la maravillosa escenografía que Paco Azorín, con evidente sentido metafórico, ha diseñado de manera circular ubicándola en el centro del teatro– los acontecimientos que determinan la tensa relación entre Galileo y las autoridades civiles, académicas y religiosas. El director va adornando muy bien esa narración lineal de manera tenue, comedida pero eficaz, con las pinceladas musicales de Hanns Eisler, colaborador de Brecht en varias obras, y con algunos añadidos metateatrales –esto está últimamente muy de moda– tocados por un humor amable que sirve para aliviar el espectáculo de la carga metafísica que lleva implícita.Hay algunas escenas de gran belleza visual, como esa que sitúa la acción en el Vaticano, con la oportuna luz de Ion Anibal proyectada verticalmente, igual que si se filtrase por la linterna o el tambor de una cúpula, y con algunos actores emulando conocidas esculturas de Miguel Ángel en clave de mimo. Y hay incluso algún guiño a nuestra actualidad política: cuando se le ordena a Galileo que acuda a Roma para ser interrogado, un funcionario le agacha la cabeza para ayudarlo a entrar en el coche de la Inquisición que le espera, tal y como hicieran los agentes de Aduanas con Rodrigo Rato cuando fue detenido. En cuanto a las interpretaciones, Ramon Fontserè, en el papel de Galileo, tiene un protagonismo fundamental, como es obvio, sobre el resto del correctísimo y nutrido elenco de 13 actores, más tres músicos, que le acompañan. Resulta llamativa la composición que el intérprete catalán hace del astrónomo italiano, al que ha dotado de un aire un tanto campechano que recuerda por momentos a algunos de sus trabajos con la compañía Els Joglars. Y el actor consigue que el público asimile bien esa naturaleza sencilla, o incluso tosca, que confiere a su personaje; pero es probable que a algunas escenas les falte la intensidad dramática que le hubiera dado un actor con un arco de registros mayor. En cuanto a los secundarios –casi todos ellos multiplicándose en varios papeles–, destacan el siempre eficaz Paco Déniz; Alfonso Torregrosa, muy convincente como Sagredo, el amigo de Galileo que le advierte de los peligros a los que se expone con sus teorías; Tamar Novas, que ha dejado ya de ser un actor con futuro para ser sencillamente un buen actor del presente; Alberto Frías, único por sus aptitudes musicales, o Borja Luna, que aprovecha como pocos las oportunidades que tiene en personajes menores para dotarlos de una formidable entidad con apenas unas líneas de texto.
En conjunto, una producción muy cuidada en todos sus aspectos para poner en pie una obra muy interesante sobre la imposibilidad de detener el curso de la razón y sobre el ulterior descrédito que acarrea siempre intentar hacerlo. “La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad”, afirma Galileo.