Thomas Hampson, grande en el decir
Obras de Schönberg, Brahms, Barber, Wolf y Schubert. Thomas Hampson, baritono. Amsterdam Sinfonietta. Directora: Candida Thompson. Teatro Real. Madrid, 6-II-2014.
Creada:
Última actualización:
Hay que dar las gracias a Gerard Mortier por la programación del presente concierto. El elitismo de sus ofertas tiene a veces la virtud de conmover. Llegó tras los descalabros musicales de «Brokeback mountain», una partitura insustancial de Charles Wourinen estupendamente presentada, y «Tristan e Isolda», una inmensa partitura tocada sin magia alguna, para reconciliarnos con la conjunción de música e interpretación. Lástima que media hora antes del concierto quedasen quinientas entradas por vender, porque el concierto realmente mereció la pena.
Apenas me referiré a la segunda parte, compuesta mayoritariamente por canciones de Wolf y Schubert en arreglos para orquesta de cuerda de David Mathews, algunos con más forma que fondo, pues vino a desvanecer la formidable impresión creada al acabar el descanso, que sólo «Dover Beach» de Barber logró devolvernos. En ella se alteró lamentablemente el programa anunciado inicialmente, sustituyendo por la prescindible «Serenata italiana» de Wolf la bellísima «Sinfonietta» de Janacek.
Abrió la sesión una lectura modélicamente tocada por la Amsterdam Sinfonietta de la «Noche transfigurada» de Schönberg, compuesta para sexteto en 1899, arreglada para orquesta de cuerda en 1917 y retocada en 1943 a la versión escuchada en esta ocasión. ¡Qué forma de sonar la cuerda de este conjunto de 25 músicos! Fue la primera obra importante de su autor, una de las primeras para orquesta de cámara de carácter programático y una de aquellas cuyo estreno se recuerda como un sonoro fracaso. Salió luego el barítono nacido en Indiana en 1955 para cantar los «Cuatro cantos serios» de Brahms en arreglo del ya citado Matthews, música que siempre impresiona por su fuerte contenido emocional –no en vano Brahms la escribió impresionado tras el infarto circulatorio de Clara Schumann y a un año de fallecer él mismo– cuando se interpreta en condiciones. Difícil hacerlo mejor que Hampson y la Amsterdam Sinfonietta dirigida por su concertino Candida Thompson. De los cuatro sobresalió el tercero, «Oh muerte, qué amarga eres», por la maestría en el decir y la matización de Hampson, aún en perfectas condiciones vocales para este repertorio. Sólo esta pieza ya valió todo un concierto redondeado con propinas de Wolf, Schubert y ese Mahler que, como el barítono recordó, «tanto he cantado en Madrid». No pudo caber mayor satisfacción entre los asistentes: «Gracias por venir», «Gracias por haberme invitado».