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Todos feministas y rebeldes con causa

Detrás de películas taquilleras y aparentemente banales como «Dirty Dancing» o «Regreso al futuro» había lecciones de vida. y debate social expresadas con un tono reconocible, un sello único de un tiempo en el que lo imposible era cotidiano
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Detrás de películas taquilleras y aparentemente banales como «Dirty Dancing» o «Regreso al futuro» había lecciones de vida
y debate social expresadas con un tono reconocible, un sello único de un tiempo en el que lo imposible era cotidiano.
Parece ser que vuelven los ochenta. Carne de nostalgia para aquellos niños que soñaron con «La princesa prometida» (1987) y tenían un cartel de Debbie Harris en su habitación junto al de «Tiburón» (1975). Quien primero anticipó el revival fue J.J. Abrams con «Super 8» (2011), película que recuperaba la ciencia ficción protagonizada por niños. El mismo esquema de la serie «Stranger Things»: una panda de pequeñajos en bicicleta, ensayos gubernamentales secretos, secuestros y poderes paranormales. Un feliz encuentro entre «E.T.» (1982) y «Poltergeist» (1982) con referencias a «Encuentros en la tercera fase» (1977). ¡Ah!, y añadan unos toquecitos de «Alien» (1979).
«Stranger Things» transcurre en 1983, año en el que «Scanners», «La zona muerta» y «Juegos de guerra» colocaron al cine «splatter», robando el título, «En los límites de la realidad». Mientras, más acá de la realidad, montones de comedias protagonizadas por adolescentes entremezclaron los géneros hasta conseguir películas mágicas como «Big» (1988) y «Regreso al futuro» (1985), o simplemente románticas como «Dieciséis velas» (1984), «El club de los cinco»(1985) y «La chica de rosa» (1986), protagonizadas por la reina de todas las jovencitas raras, la pelirroja Molly Ringwald, coronada en las portadas del «Time» y «Life» de 1986.
En la misma estela del revival de esta década se encuentra el libro de Hadley Freeman «The Time of My Life», subtitulado «Un ensayo sobre cómo el cine de los ochenta nos enseñó a ser más valientes, más feministas y más humanos», editado por Blackie Books. El título alude a la canción, interpretada por Bill Medley y Jennifer Warnes, del baile final de «Dirty Dancing» (1987), la cinta preferida de la autora. En él se pormenorizan las cualidades indiscutibles de comedias románticas escritas o dirigidas por John Hughes y taquillazos como «Los cazafantasmas» (1984), hoy de nuevo visitada con cambio de sexo, y la comedia de las comedias: «Cuando Harry encontró a Sally» (1989). Un cine emocional analizado desde el feminismo crítico.
Pero, ¿por qué esa pasión por «Dirty Dancing»? Porque para Hadley Freeman es una película pensada para un público femenino; habla sobre la sexualidad de ellas, la cámara trata como un objeto al hombre y es la mujer quien se excita. Hay tantas tomas apasionadas de Johnny (Patrick Swayze) sin camiseta como tan pocas lujuriosas de Jennifer. Pero lo que sorprende a Freeman es que «Dirty Dancing» trata, en realidad, sobre la importancia del aborto legal. Algo nada extraño porque la visión del cine romántico de los 80 de la escritora como de la guionista del filme, Eleanor Bergstein refleja su ideología feminista progre.
Noble clase obrera
Acierta la autora con su tono divertido, de bordes corrosivos y esquemas provocadores. ¿Cómo les iba a las adolescentes en los cincuenta? «No muy bien –escribe Freeman–. En los sesenta, aunque las chicas tuvieran presencia, el protagonista era el bikini. En los setenta o protagonizaban pelis de terror tipo ‘‘Carrie’’ (1976) o nostalgia de los cincuenta como ‘‘American Graffiti’’ (1973). Pero en los ochenta llegó John Hughes y las chicas comenzaron a tener buenos papeles». Las películas de Hughes están repletas de personajes femeninos fuertes, extraños, hostiles, inseguros, incluso difíciles.
John Hughes introduce la conciencia de clase, algo hoy demodé. Un cliché tan recurrente en las pelis de los ochenta como el baile de fin de graduación. «En el cine de Hughes ser rico significa que eres un capullo pero popular, mientras que los miembros de la noble clase obrera se las arreglan en la sombra». En «La chica de rosa», la rara con una gran vida interior y cuyo aspecto no coincide con la moda, merecía ser la protagonista, en oposición a la «Manic Pixie Dream Girl», el cliché de joven burbujeante, superficial y cinematográfica que sólo existe en la imaginación de los guionistas masculinos. El término acuñado por la también feminista Nathan Rabin ha sido contestado por ser asimismo sexista y reduccionista y la ideóloga ha tenido que admitirlo.
Más interesante es la visión de una diseñadora de cómo ha cambiado el personaje de la adolescente desde los ochenta a la actualidad: «Ahora tienen que parecer modelos, y eso se debe a que las famosas han ocupado el lugar de las modelos». Aparte de «Tootsie» (1982), para Freeman, la mejor comedia romántica de los ochenta es «Cuando Harry encontró a Sally...» (1989), escrita por Norah Ephron, autora de la corrosiva «Se acabó el pastel». El filme contiene las mejores frases de todos los tiempos, no es el remate genial del orgasmo fingido de Sally, «Tomaré lo mismo que ella», sino esta otra, que Harry le dice a Sally: «Alguien te está mirando desde la sección de desarrollo personal».
A lo largo de todo el ensayo se repiten los hallazgos divertidos como cuáles son las tres tareas que les endilgan a las mujeres en las comedias y que Sally no realiza: «No anhelan desesperadamente al hombre, no es una arpía agobiante que obliga al hombre a madurar, ni se libera de su coraza de zorra frígida gracias al poder de su increíble pene». Otro ingenioso apunte es al advertir que cuando Sally está triste «no significa que es profunda, sino que se está arruinando la vida». Algo que la autora considera prototípico de la mujer, pero que hoy podría desligarse del sexo femenino. Es curioso que el filme fuera ignorado por la crítica, que lo comparó con un filme de Woody Allen, cuando Harry estaba basada en el director Bob Reiner y Sally en la propia Norah Ephron. Además, las feministas denunciaron que las mujeres fueron maltratadas durante esos años, y Mollie Haskell sentenció que «las películas de mujeres sacian una necesidad masturbatoria, son porno emocional soft para el ama de casa frustrada». Ahí está «Magnolias de acero», dirigida por un hombre, Herbert Ross, y con guión de Bob Harling, como muestra de su perseverante equivocación. Por no citar «Alien», «La fuerza del cariño» (1983) o «Yentl» (1983).
Para Freeman, por lo general, «las películas las escriben y dirigen hombres, lo que significa que los personajes femeninos suelen ser aburrido o están desquiciados». Pero esta visión contrasta con producciones de acción cuya protagonista es una mujer independiente como Kathleen Turner, pionera con «Tras el corazón verde» (1984) y «La joya del Nilo» (1985). «¡Fui la primera! La primera protagonista de un película de acción», declaró la actriz, pero se olvidaba de Sigourney Weaver.
También explica el porqué del decaimiento de las comedias románticas y los dramones: porque no funcionan en el extranjero. Hollywood prácticamente sobrevive gracias al mercado chino y japonés, de ahí que lo ingenioso, los matices, no sobrevivan a los desplazamientos. En cuanto a la cuestión social, «hoy por hoy –escribe Freeman–, se deja en manos de las cintas independientes». Freeman analiza los superproductores de los megaéxitos de los ochenta, Bruckheimer y Simpson: «Superdetective en Hollywood» (1984), «Top Gun» (1986) y «Flashdance» (1983). Para la asimismo productora Julia Philips son «una serie de bandas sonoras en busca de una película». Es decir, videoclips con montajes y una balada rock de fondo. El análisis de «Top Gun» y su militarismo pro-Reagan tiene su corolario en esta frase: «Género fantástico del supermacho armado con bazuca», más la teoría de Tarantino: «Es una historia sobre la lucha de un hombre contra su homosexualidad».
Pero es cuando analiza las cintas de niños que se resisten a crecer cuando Freeman desvela su ideología anti-individualista y antirrepublicana. Cita a Peter Biskind, que sostiene que Lucas y Spielberg popularizaron en «La guerra de las galaxias» e «Indiana Jones» el niño que llevamos dentro siguiendo la contracultura de los setenta: «No confíes en los adultos, especialmente en aquellos con autoridad». Freeman remata esta cuestionable tesis parafraseando al crítico A. O. Scott: «El hombre-niño es el producto de una rabieta en respuesta a la desaparición de las estructuras patriarcales».
Los padres son raros
Como resumen final, para Freeman, la mejor comedia romántica de los ochenta es «Regreso al futuro». No trata de Marty, una argucia argumental conocida en Hollywood como el «forastero misterioso», típica del western, que aparece de la nada y ayuda a los personajes a solucionar sus vidas. En verdad, «Regreso al futuro» trata sobre sus padres. Algo típico de las comedias de aquellos años, en las que los hijos arreglaban la vida a éstos.
Freeman cita al editor de «Variety» Steven Gaydon, que reconoce que «en los ochenta empezaron a ver lo que yo llamo la ‘‘tiranía de los adolescentes”, a través de este mensaje: tu familia es un caos y tú lo sabes todo». Los padre de Marty le enseñaron que «los padres son raros, pero lo son en la misma medida que los somos nosotros». Cosas de los ochenta.