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Tradicion y traducción

La Razón

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Quizá fuera el último humanista de una estirpe italiana que se remonta al «quattrocento», pero en absoluto un dinosaurio en la era digital. Representaba la llama orgullosa de una tradición que había sido engendrada en el amor a los textos clásicos, a su exégesis medieval, a la idea de la transmisión de la antorcha del conocimiento de lo que hemos sido, somos y seremos. Y, sin embargo, Umberto Eco ha pasado a la historia también como un sabio global, pendiente del ahora, de lo contemporáneo, que ha saludado las ventajas –y los riesgos– de internet. La nueva revolución que, tras la de la minúscula bizantina y carolingia o la de Gutenberg –de las que se declaraba devoto Eco–, ha llegado en la actualidad gracias a las redes de comunicación y las llamadas «sociales» (como si toda red humana fuera otra cosa), también fue analizada por el pensador, semiólogo y escritor milanés con acribia. Pero para mí, y para muchos otros filólogos e historiadores que hemos crecido a la luz de su inmenso saber, Eco, el hombre de los mil saberes, se caracterizaba sobre todo por su amor a la tradición y a la traducción.
A la tradición clásica, en aquella juntura acuñada por Comparetti y, después de él, por Highet, pues él reivindicaba la grandeza de los clásicos grecolatinos en sus lecturas medievales –cómo olvidar la intriga con trasfondo aristotélico de «El nombre de la rosa»– y también a la traducción de lenguas pretéritas, al pensamiento como ejercicio traductológico, con la que jugaba magistralmente siguiendo los tópicos literarios del manuscrito encontrado, la traducción de un viejo original o la memoria que se conserva de generación en generación, como en «Baudolino», que recrea el medievo griego y latino como pocas otras novelas, o en «La misteriosa llama de la Reina Loana». Él de hecho prefería considerarse medievalista a recibir la cómoda etiqueta de «hombre del Renacimiento» por sus muchos intereses y saberes. Es difícil comprender que el hombre que todo lo comprendió haya desaparecido así, sin dar una explicación de su propia y repentina fuga.
Fue una figura prometeica e inmensa: trajo fielmente el fuego de la tradición a través de la traducción de mitos, clásicos, signos e imágenes simbólicas sin hacer honor al adagio italiano de la traducción traicionera. Escribió bajo el signo de Hermes ensayo, novela, crítica y política. El mundo del saber se le quedó pequeño y ahora nos hemos quedado más huérfanos de buenos hermeneutas. Entre alta cultura, tradición clásica, mitos y símbolos y cultura de masas, tal vez Umberto Eco fue el mejor exegeta de las transformaciones de la tradición que hemos vivido entre el siglo XX y el XXI.