«Trainspotting»: ¿Quién necesita razones cuando tiene heroína?
Fernando Soto ultima, con Luis Callejo y Críspulo Cabezas, la versión teatral de la novela que inspiró la película de Danny Boyle para llevarla al Pavón.
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Fernando Soto ultima, con Luis Callejo y Críspulo Cabezas, la versión teatral de la novela que inspiró la película de Danny Boyle para llevarla al Pavón.
¿Quién necesita razones cuando tiene heroína? Lo es todo. Llega el subidón. No existen los problemas. Ya lo explicó, en 1996, el Mark Renton que dirigió Boyle en «Trainspotting» al comparar el chute de caballo con el mejor de los orgasmos que se haya tenido. Ni multiplicándolo por mil te podrías acercar a rozar esa sensación de estar convertido en un ser todopoderoso, muy cerca de la inmortalidad. En la mente, una sola preocupación: «Pillar», sentenciaba. Fuera de ahí, desenganchado, surgían los problemas, «un montón de otras mierdas: no tengo dinero, no puedo ponerme pedo. Tengo dinero, bebo demasiado. No consigo una piva, no echo un polvo. Tengo una piva, demasiado agobio...». Facturas, comida y los vaivenes del equipo de fútbol de toda la vida continuaban entre sus «cosas que no importan cuando estás enganchado». Como contrapunto, tocaba aguantar a los pelmas de turno: «Jamás envenenaría mi organismo con esa mierda, es todo puta química, no jodas»; «es desperdiciar tu vida, empozonarte el cuerpo con esa mierda»; «las oportunidades que has tenido, hijo las has cagado tirándote a las vías con esa porquería»... Bla, bla, bla.
«¿Quién es nadie para juzgar o poner a otro en el cadalso por pincharse?», se pregunta ahora Fernando Soto. Una simple elección. Una forma de aliviar el dolor. «Es igual que la gente se evade con ‘‘realities’’ o yendo a pasear por la naturaleza; cualquiera puede hacerlo como considere oportuno», añade. En un mundo donde todo es moda, en el que hasta la vida sana es negocio, Soto busca un montaje que premie el «existencialismo», una forma diferente a la norma establecida en el que apoyar su nuevo montaje: «Trainspotting».
Con la inevitable versión cinematográfica de Danny Boyle en la retina y con la segunda parte recién presentada –se estrena es España el día 24–, el director de escena huye de acercarse más de la cuenta al mito. Recurre a la versión teatral que estrenó Harry Gibson un año después de la publicación de la novela de Irvine Welsh (1993) en el «off» londinense. «Ver mis palabras interpretadas por los actores tuvo un gran impacto en mí –comentó el escritor al ver el primer ensayo–. Yo hasta ese momento estaba pensando: ‘‘Es sólo mi libro de mierda, ¿qué mierda es todo este revuelo alrededor? Fue cuando los vi haciendo sus líneas, todo había salido de mi cabeza al mundo, y vi por primera vez cómo otros lo estaban experimentando. Sentí el poder de eso por primera vez. Salí creyendo que había hecho algo especial. Supe que sería una gran obra’’». Welsh contento y Boyle encandilado con una pieza que llevaría a la gran pantalla y le encumbraría en el 96.
De aquel recuerdo le vino a la productora La Competencia la idea de levantar 23 años después la obra en los escenarios españoles con este encargo a Fernando Soto. Para debutar, este jueves se preestrena en el Teatro Josep Carreras de Fuenlabrada y, para continuar, en el Pavón de Madrid en abril –a la espera de cerrar las negociaciones con la familia Kamikaze–. La trama –interpretada por Críspulo Cabezas, Luis Callejo, Víctor Clavijo, Mabel del Pozo y Sandra Cervera–, la de siempre: la visión sin escrúpulos de un grupo de jóvenes sin oficio ni beneficio que tienen que hacer frente a sus coqueteos con las drogas y las entradas y salidas en ésta. El reflejo de la miseria del hombre, «de la crudeza de la vida cuando, eligiendo un camino u otro, el ser humano se distancia de lo establecido», comenta Soto.
Igual que hace 20 años
Con la heroína como eje llamativo de la obra, el director hace hincapié en que no se trata de un alegato a favor de ésta. Lo significativo es lo que se dice: «He deslocalizado la historia. Bien podrían ser unos chavales de Glasgow que de Bilbao o de Madrid. Se trata de reflejar un sistema en decadencia, que es lo que recoge la novela. Se escribió hace 20 años en la Escocia de la era pos Thatcher, con el paro en Inglaterra y Edimburgo disparado y mira como estamos ahora...». Aunque no todo es oscuridad, también existen metas en las que se ve la luz: «Una mierda de esperanza, decadente», sentencia.
Soto aporta en este «Trainspotting» su visión sobre la vigencia de un sistema que considera acabado: «Si no funciona, ¿por qué hay que seguirlo? No es ser antisistema, sino cuestionar los motivos del mismo y todo lo que nos lleva a tener una casa, un coche, una hipoteca, una tele de plasma...». Ya lo dijo Renton –Ewan McGregor– para abrir la película: «Elige la vida, elige un empleo, elige una carrera, elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compac disc y abrelatas eléctricos». Un mundo de elecciones en el que el consumo y la tecnología marcan la pauta, «imperan sobre temas mucho más importantes, más vitales, donde la competitividad, la prisa por llegar a algún lado, la obtención de resultados hace que tengamos la sensación de estar viviendo una huida hacia delante, que no seamos dueños realmente de nuestras elecciones, o todo lo contrario, que haya tanta oferta que nos haga vivir en una continua demanda y realmente no elijamos lo que demandamos», analiza un Soto que busca una salida a los convencionalismos impuestos.
«Las drogas no dejan de ser un acto de rebeldía en el que refugiarse». Una historia de elecciones y rechazos en la que para Callejo «la heroína no es la chunga, sino nosotros. Depende de la cantidad, del grado. También hay drogadictos de farmacia de los que nadie habla».
Respecto a Boyle y la influencia de su trabajo, el director no se esconde. Aunque evitando cualquier comparación, reconoce que los «toques cinematográficos son una buena influencia para llevarlos al teatro. Me gusta ese ritmo y esos planos en el escenario. Y es inevitable reconocer el referente estético que va a llevar la gente en la cabeza». Pero hasta ahí llegan unas similitudes que se pierden con la fidelidad al original de Welsh y al montaje del «off» británico: diferentes importancias de los personajes y un final «muy distinto», anticipa Fernando Soto.