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Un creador libérrimo al que se exilió

La Razón
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • Pedro Alberto Cruz Sánchez

    Pedro Alberto Cruz Sánchez

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Afirmaba Francisco Nieva que el teatro debía ser político en la expresión máxima que pudiera serlo. Y ahí radica el principal punto de divergencia con respecto al «establishment» cultural español: el concepto de «político». Por desgracia, España es un país en el que la idea de «lo político» se ha vendido, propagado y normalizado en los términos de algo sin apenas elaboración, cuyo secreto no es otro que el de la burda militancia partidista atrincherada detrás del «pancartismo» y de unos cuantos titulares gruesos y sin articulación intelectual. «Lo político» en España equivale sin más a la ordinariez de la política, al comportamiento tendencioso y sectario, que no reconoce valores aprovechables en ningún otro punto del mapa mental que no sea el del pequeño y miserable terruño ideológico. Nieva, en este sentido, era de una pasta diferente: su desarrollo de un teatro político lo puso en práctica contra viento y marea y la fuerza de sus convicciones en una tierra de nadie que en España solo se sabe penalizar: la del radical compromiso creativo.
Que, a excepción de los 80 –década durante la cual sus obras fueron llevadas a escena con relativa frecuencia–, su teatro se haya representado raramente constituye una señal elocuente de hasta qué punto, en España, el politiqueo ignora y ningunea a la autenticidad de «lo político». Pocos creadores e intelectuales ha habido con una formación de tantos estratos, nutrida de fuentes tan diversas, aparentemente distantes entre sí: el postismo, el surrealismo francés, el teatro brechtiano, la escuela realista de Madrid, la tradición del esperpento español... El enriquecimiento a través de lo múltiple no encaja en el estereotipo de artista que vende en España: uniforme y uniformado, exclusivo y excluyente, dogmático y profesional de una libertad reservada a unos pocos. Todo cuanto trasciende el eslogan se margina y condena el silencio. Así funcionan las cosas.
Nieva, además, en su afán comprehensivo e incluyente, desafió siempre las normativas estéticas auspiciadas por lo «políticamente correcto»: su apuesta firme por un arte transgresor difiere nuevamente del concepto de transgresión que se ha utilizado como moneda de cambio corriente en la cultura española de la democracia –una suerte de determinismo y amnesia histórica, que conduce a avanzar a toda costa sin haber repensado el pasado. Para Nieva, se trataba siempre de conjugar dos polos que a priori parecen repelerse: la militancia vanguardista, de un lado, y el estudio de los clásicos, de otro. La rabiosa modernidad de sus textos no nace de fáciles ejercicios sintácticos ni de subrogaciones a corrientes tan espumeantes como pasajeras: como en la tradición de la mejor vanguardia española –de la que el Postismo es una de sus derivadas más reveladoras–, se trataba de adentrarse en la tradición, no para homenajearla, evocarla o continuar su rumbo recto sin más, sino para tensarla al máximo, quebrar sus trayectos aparentemente definitivos, aprovechar las asombrosas posibilidades de sus extravíos a lo largo de tiempo. Desde la óptica de Nieva, lo clásico no es una estación terminal, sino un margen para la transgresión. Y eso, claro está, en un proceso de simplificación de lo «revolucionario» como el que hemos vivido en la cultura española durante los últimos tiempos, es algo que no vende y goza de los favores de los nuevos tribunales de la Inquisición.
El paradigma que encarna Nieva es el de la España exiliada dentro de sus propias fronteras; una España que se resiste a los estereotipos, al enfrentamiento por bandos, que le gusta habitar una estrecha franja de turbulencias en la que no hay programas, sino exploraciones; no certezas absurdas e infantiles, sino interminables incertidumbres. Una España que concibe la cultura como una experiencia llena de matices y sutilezas que no se ventilan mediante una rápida ingesta maniquea. Francisco Nieva vivió en la tierra de nadie que cualquiera que busque la actualidad a expensas de lo que sea quiere para sí: aquella que persigue la excelencia como principal batalla vital, sin claudicaciones a tribus ni oligarquías.

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