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Un marciano en el planeta B-612 («Zeiciento doce»)

La «traducción» de un profesor universitario de Mijas de «El principito» al «andalú» ha sido criticada por los expertos.
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La «traducción» de un profesor universitario de Mijas de «El principito» al «andalú» ha sido criticada por los expertos.
Juan Porras viene de un planeta lejano. Allí es conocido como Huan Porrah, que es una forma de registrar su nombre con signos lingüísticos del habla de Mijas, donde nació, pero del que huyó cuando se dio a la rienda suelta. Un día, Porras aceptó escribir una versión de «El principito» en «andaluz» –en realidad en una transcripción del habla de Mijas–, variedad del español que desde su lugar consideran de urgente protección. Durante un tiempo, mientras leía la novelita de Antoine de Saint-Exupéry, Porras se quedó a vivir en el asteroide del personaje, el B-612, y se distrajo con los baobabs y las flores. Y así anda, de planeta en planeta, pero no es que esté loco.
En Mijas, Porras es conocido por sus «chaladuras». Pese a los casi 80.000 ciudadanos que residen en la localidad malagueña, él nunca ha pasado desapercibido. Y a nadie sorprendió el último número de «El principito», un modo de reivindicar la cultura. De inquietudes «localistas y andalucistas», valga la contradicción, las ocurrencias de este «indigenista andaluz» ganaron tanta simpatía entre los suyos que se alzó a un sillón del Ayuntamiento como representante de Alternativa Mijeña. Era el año 2011, sima de la depresión económica y financiera nacional, y Porras aterrizaba en el pleno con una «camiseta vieja, pantalones raídos, botas de montaña y greñas de kale borroka», recuerda un testigo. Un cuatrienio después, no repitió los apoyos y se retiró de la política. Pero dio para tanta rumba aquella legislatura que todos la añoran.
Una historia muy sonada sucedió durante un pleno, cuando se opuso a que una avenida llevara el nombre del Descubrimiento de América «por su carácter españolista y excluyente», exponiendo una supuesta «limpieza étnica» llevada a cabo por los españoles en América. Porras propuso, en sustitución, el nombre de «Villa romana». El entonces alcalde, Ángel Nozal, le sacó los colores preguntándose si Roma no había acaso «invadido Hispania y sometido a los iberos».
Miembro del Sindicato Andaluz de los Trabadores (SAT), como Cañamero y como Sánchez Gordillo, Porras ha visitado a menudo el planeta abertzale. Aprovechó el paseo y, entre viaje y viaje, se doctoró en la Universidad del País Vasco, donde adaptó la grafía de su segundo apellido: se hacía llamar Blanko. De aquellos vientos, estas tempestades. Su tesis, «Negación punk en la sociedad vasca», recibió el tercer premio Marqués de Lozoya de Investigación Social de 2005, una suerte de Nacional de Antropología. El galardón levantó polvareda: luego se supo que el codirector de su tesis, José Miguel Apaolaza, había presidido el jurado.
El habla de su «comarca»
En los traslados desde Vitoria a Mijas, al contrario y en cada una de sus órbitas, Porras ha ido acaudalando una experiencia, unos polvos, unos fangos y unas lamas que ahora comparte en la facultad con sus alumnos en la Universidad Pablo de Olavide. Sus impulsos prácticos, en cambio, los desfoga en la SEA (Sociedad para el Estudio del Andaluz). La crítica de los expertos a los intentos de escritura andaluza, bien dentro del folclore, como hizo Antonio Machado (Demófilo), o en un intento por representar personajes populares, como escribieron los populares hermanos Álvarez Quintero, es que son falseadores. Cualquier representación gráfica es convencional, sentencian los filólogos. A pesar de todo, Porras escribió su «Er prinzipito» «en arreglo al habla» de su «comarca», aunque haya sido denominado «andaluz». (Todo sea por añadir entradas al contradiccionario.) Prefiere callar el profesor sobre cuestiones nacionalistas, «aunque la política siempre esté presente, lo que me interesa es que la singularidad andaluza esté viva, pasarlo a escrito es dignificarlo». Él lo ha hecho con el mijeño, el presunto «andaluz» de un 1% de los andaluces. Queda un supuesto 99 % restante.
Ahora Porras va y viene de Mijas a Sevilla, donde imparte clases sobre cultura andaluza. Filósofo, antropólogo social, Porras sostiene que el «andaluz» es presa de una dominación colonizadora del estándar castellano. Y por eso cree, por ejemplo, que el lebrijano Juan de Nebrija, autor de la primera gramática castellana, fue una «especie de renegado» porque «siendo andaluz, le propuso a los Reyes Católicos el plan político de imponer un imperio mediante la implantación de la norma castellana, no la andaluza, que era la suya; aunque era lógico», añade, «pues eran ellos quienes invadían».
Mantiene Porras la actitud de los académicos excéntricos, negando ciertos consensos científicos. Sin ser posible adivinar la forma lingüística de un sevillano que había vivido en Salamanca, Italia y Alcalá de Henares, Porras, sin embargo, se muestra convencido de hechos sobre Nebrija sin evidencia científica: «Al hablar se cachondeaban de él y por eso interiorizó una falta de autoestima», complejo, en general, que extiende a los andaluces: «Tenemos merecido el menosprecio que hacen del andaluz. Hay que revalorizarlo», dice. Porras vive ahora en su terruño, alejado del mundanal ruido. Allí tiene una parcela donde cuida un huerto ecológico, cuyos excedentes pone luego en venta. A la gente en Mijas le parece un tipo amable, aunque desconfiado. Tan coherente se pretende que muchos lo ven como a un marciano, alguien colgado del B-612 y rodeado de baobabs y rosas e inmune a las sacudidas: los selenitas que Luciano de Samosata observó en la Luna, de cuyas nalgas brotaban exuberantes coles que amortiguaban los alunizajes de culo.