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Van Morrison cierra otro Primavera Sound de récords

Angel Olsen, Royal Trux y Rosalía & Raül Refree concentraron todas las miradas en la jornada vespertina
larazon

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Con puntualidad británica, Van Morrison subió al escenario grande del Primavera, y decidió usar su vena más jazzística para seducir a un público siempre ávido de mitos.
Con puntualidad británica, Van Morrison subió al escenario grande del Primavera, y decidió usar su vena más jazzística para seducir a un público siempre ávido de mitos. En el segundo corte, saxofón en mano, empezó a tocar «Moondance» y aquello ya fue media batalla ganada. Elegante, con traje y sombrero de azul brillante, oculto por sus tradicionales gafas de sol, empezó entonces a apuntar a un swing con ramalazos irlandeses, con el apoyo de una back up singer de primera. Un recinto tan abierto ahogaba un poco el preciosismo de la puesta en escena, pero nada alarmante. ¿Saldría el cascarrabias a pedir silencio a la gente? «No es mi problema», cantaba entonces como para articular una visión zen de la vida. Con «Days like this», la sensación de melancolía al atardecer se adueñó del público y así hasta dos horas de concierto y se hiciese de noche. Ya fuese apoyado a su harmónica, con un blues de raíz, o descansando en el pie dorado de su micrófono, fue una lección de clase para la nueva generación.
A partir de aquí, a acabar el maratón. El Primavera ya supera los 200.000 visitantes, con todo «sold out» y un 55 por ciento de extranjeros de 125 países. Esto quedó muy claro a primera hora con los conciertos de Songhoy Blues, finos estandartes de la música de Mali o la Rajasthan Express con Shue Ben Tzur, música sufí modernizada por el productor y el guitarrista de Radiohead. Y no quedaron como una anécdota o el chiste del encantador de serpientes, sino como una invitación a la apertura espiritual. «¡Bailad con Diós!», cantaron, demostrando que Dios es como una de esas madres que te obligan a bailar con ella en las bodas. La gente bailó como si lo hicieran con sus madres, mal, con timidez, pero hay que ir poco a poco.
La tarde comenzó con la repetición del concierto de The Magnetic Fields. La voz cavernosa de Merritt contrasta a la perfección con la delicadeza orfebre de su pop, como la imagen de un hombre de 50 años jugando con muñecas. Así era precisamente la puesta en escena, una enorme habitación infantil mientras el cantante explicaba su vida entre canción y canción. «Esta es un tema de mi proyecto de hacer 50 musicales, la historia de cuatro amantes contra todo el planeta Venus», dijo riéndose de sus mastodónticos proyectos.
Después llegaría el tradicional picoteo. Un poco de rap intercultural con actitud juguetona, que es el no va más ahora, de Swet Shop Boys. O Angel Olsen con su revisión del rock americano, que enmudeció de entusiasmo al público. A partir de aquí, a buscar si era cierto el rumor del concierto sorpresa de las hermanas Haim, lo más «cool» de lo «cool» del momento.
Por otra parte, The XX demostraron la noche del viernes lo que es un gran cabeza de cartel, concentrando a la práctica totalidad del público asistente, lo que en números viene a ser algo como 35.000-40.000 personas. Su pop minimalista y nocturno empezó tímido y nervioso, como siempre han sido sus canciones, pero fue ganando en color y calor, con ramalazos bailables incluídos, a medida que se acercaban al final. Comenzaron con «Say something loving», de su último disco, demostrando desde el inicio sus ganas de gustar. «Estamos excitados y nerviosos. Es uno de nuestros festivales favoritos del mundo», dijo Jamie Smith, su líder, entre saltitos de emoción. Con «Cristalized» ya tenían al público en el bolsillo hasta contagiar todo su entusiasmo, nerviosismo y excitación en un hermanado final.
Antes, un Mac Demarco en tanga hizo todo y más por llamar la atención del público, siempre muy disperso en el festival. Su pop cálido, de aromas soul, no era suficiente, pero quién puede resistirse a mirar a un hombre desnudo quemándose los pelos del sobaco. No hay mucho humor este año en los escenarios y la aparición de este canadiense en delirio absoluto resultó refrescante. Menos suerte tuvo Sleaford Mods, sin sonido al arrancar su actuación. Sus rostros se fueron agrietando a medida que el desastre se iba alargando, hasta que empezaron a hacer calvos a los técnicos de pura desesperación. Lo único que se oía eran los ramalazos histéricos del final de Swans. Unos tanto y otros tan poco, debían pensar los ingleses, auténticos hooligans de clase obrera que lo que querían era gritar también. Los que sí lograron ofrecer una clase magistral de punk melódico y reivindicativo fueron los clàsicos Descendents. The Make Up deberían aprender de ellos. También hicieron una clase de rock garajero y espíritu mod, pero nadie prestó atención. Eso sí, la chaqueta dorada del cantante era muy brillante.