Vasili Grossman en la era atómica
El novelista expresó su miedo a una posible guerra nuclear total en algunos relatos contenidos en «Eterno reposo y otras narraciones»
«Ni ese niño ni su abuela, como tampoco otros muchos niños, madres y abuelas, supieron jamás por qué habían tenido que ser ellos los chivos expiatorios de lo ocurrido en Pearl Harbor y Auschwitz. Sin embargo, los políticos, filósofos y publicistas que hicieron apología del bombardeo atómico no tomaron en consideración esa circunstancia». Después de sobrevivir a la ofensiva nazi, al sitio de Stalingrado y a la dura campaña soviética para expulsar al ejército alemán, Vasili Grossman no debía de mantener demasiada fe en la naturaleza del hombre. Las dos últimos bombardeos de la Segunda Guerra Mundial tuvieron que desalentarle aún más y asentar sus peores convicciones sobre nuestra especie. Las bombas que destruyeron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki añadían el punto final a un conflicto bélico que había comenzado en 1939, pero también suponían el inicio de una nueva época: la era atómica. No resulta extraño que el veterano periodista, que había vivido la Gran Purga estalinista de 1937 y que durante décadas había contemplado de cerca la barbarie de la guerra, mostrara su pesimismo sobre el futuro que nos aguardaba a todos. «Las conciencias, habituadas durante la época del fascismo a manejar cifras millonarias de muertos en los campos de exterminio, se vieron conmocionadas pese a todo por la capacidad destructora de la bomba de uranio. Durante el primer segundo tras la explosión ¡ la cantidad de muertos y heridos había alcanzado las setenta mil personas! El sentimiento general fue que las armas de destrucción masiva habían alcanzado tal grado de perfección que la posibilidad de aniquilación total de la humanidad en aras de la prosperidad y grandeza de los estados, de la felicidad de las naciones y la paz entre pueblos, había dejado de ser un mero espejismo». El novelista escribió este párrafo en un relato conmovedor, «Abel (6 de agosto)», una de las historias que contiene «Eterno reposo y otras narraciones» (Galaxia Gutenberg). Una narración que describe, con su habitual capacidad para la comprensión del alma humana, las horas previas y posteriores de un conjunto de hombres con una misión especial: lanzar una bomba atómica sobre territorio nipón.
Personas que son lobos
Durante la década de los cincuenta, Grossman que había presenciado la peor faceta de las ideologías –«ha llegado el tiempo de los lobos, la hora del fascismo: las personas se comportan como lobos y éstos actúan como personsas»–, parece que compartió los miedos y pesadumbres de los norteamericanos sobre aquel periodo de la humanidad dominado por el pánico a la «gran bomba». Una visión sombría que Grossman volcó en este conjunto de textos, en los que vuelve a repensar la guerra desde una perspectiva muy diferente, pero, sobre todo, con el triste convencimiento de que sus coetáneos no estaban legetimados para dar ninguna lección de ética y moral a los jóvenes. «Ella, madre joven con su hijo en brazos, irá al encuentro de su destino y, junto con una nueva generación de seres humanos, verá el cielo iluminado con una luz cegadora: la primera explosión de una bomba de hidrógeno superpotente cuyo estallido anuncia el comienzo de una guerra global», escribe en «La Madonna Sixtina». A continuación, Grossman apunta su mayor pesar: «Juzgados por los hombres del pasado y del futuro ¿qué podemos alegar en nuestra defensa los que somos contemporáneos de la era del fascismo? No tenemos justificación. Lo único que podríamos argumentar a nuestro favor es que nos ha tocado vivir la época más difícil de la historia, pero aun así, logramos impedir que la humanidad del ser humano se extinguiera». Grossman no creía demasiado en la capacidad del hombre para superar la rivalidad entre dos bloques antagónicos: el ruso y el americano. Murió en 1964, después de que el régimen soviético confiscara todos sus textos y él los considerara perdidos para siempre, un hecho que, desde luego, debió de acenturar su escepticismo hacia los hombres y los gobiernos. En 1914, nadie previó que Europa se lanzaría a una de las confrontaciones más sanguinarias de su historia. Durante el periodo de la Guerra Fría, en cambio, todos daban por hecho un enfrentamiento bélico entre entre Washington y Moscú que al final no se cumplió. La diplomacia limaría las diferencias entre los dos países, sin embargo, Grossman jamás vería ese final.
En el corazón de Hitler
En este conjunto de historias, el novelista también hace hincapié en el pasado, en las batallas de la Segunda Guerra Mundial. En «Tiergarten», utiliza el zoológico de Berlín para reflexionar sobre el nazismo y tratar de explicar qué ocurrió en Alemania: «El proceso de selección era diabólico: los valientes, los amantes de la libertad, los de mente clara y buen corazón se desechaban para el vertedero». Más adelante critica las consecuencias de la política de Hitler entre los propios alemanes: «El desarrollo y enriquecimiento de la agricultura alemana conllevaba el empobrecimiento del campesinado germano. El crecimiento industrial provocaba la bajada de los salarios de los obreros. En el curso de la lucha por la dignidad nacional germana, las personas, aun los ciudadanos alemanes, sufrían terribles vejaciones. Por mandato de Hitler, se embellecían las ciudades con parques y parterres, pero la vida urbana se volvía cada vez más deslucida y sombría. Por la paz de la humanidad, se declaraba una guerra total, y la humanidad no tenía elección».Unas palabras muy elocuentes, que radiografían con bastante exactitud en qué consisten los estados totalitarios: propaganda para quitar derechos civiles; apelar a criterios económicos para convertir a las personas en mano de obra barata, y someter la libertad individual a los intereses de una elite.