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Vergara, el largo camino a la paz

El 31 de agosto de 1839, la localidad vasca fue testigo de un abrazo histórico entre los isabelinos, que dominaban militarmente, y los carlistas
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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • José Ramón Urquijo Goitia

    José Ramón Urquijo Goitia

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En el desarrollo de un conflicto, sobre todo de una guerra civil, se suelen producir numerosos intentos de llegar a un acuerdo mediante concesiones mutuas. La Primera Guerra Carlista nació como una cuestión dinástica que se convirtió en enfrentamiento sobre el modelo de organización política. Antes de iniciarse, se realizaron propuestas de casamiento entre las hijas de Fernando VII y los hijos del Infante don Carlos.
Aun cuando los fueros no fueron una de las causas de la guerra, su supresión se convirtió en uno de los posibles elementos de negociación para la paz. Para los liberales, eran una parte importante del sistema político del Antiguo Régimen, superada por su proyecto constitucional, que garantizaba, junto a la igualdad jurídica, más derechos políticos. A partir de 1834 se multiplicaron las gestiones encaminadas a lograr la paz, en algunos casos a través de mediadores extranjeros, y en otros directamente como las comunicaciones entre los hermanos Zumalacárregui: el general carlista Tomás y el diputado doceañista Miguel Antonio.
Tras la sublevación de La Granja (agosto de 1836) María Cristina envió mensajes a diversas Cortes europeas para pactar el traspaso de la Corona. La Expedición Real de 1837 tenía como objetivo ejecutar los acuerdos a los que se había llegado con el amparo de dichas Cortes. Sin embargo, el cambio de coyuntura político-militar iniciado en diciembre de 1836 llevó a la Reina a retirar su propuesta.
- La entrevista de Bardají y Arnao
El cansancio por la prolongación de la guerra y la dificultad de alcanzar la victoria empujó a los ministros moderados a intentar el fin del enfrentamiento mediante una transacción, posibilidad propuesta con anterioridad por el conde de Toreno. El 16 de noviembre de 1837 tuvo lugar en Madrid una entrevista entre Eusebio Bardají, presidente del Consejo de Ministros, y Vicente González Arnao, un afrancesado, profesor de Universidad y miembro de las reales academias Española y de la Historia. El Gobierno deseaba separar la causa de las Provincias Vascongadas y Navarra de la de don Carlos, para lo que proponían el mantenimiento de los fueros siempre que fuesen compatibles con el bien general de la Nación; y la entrega de cantidades a los jefes militares dispuestos a abandonar a don Carlos.
El proyecto coincidía con la idea de los moderados de alcanzar un consenso entre los partidarios del Estatuto Real y ciertos sectores del Carlismo. En el plano internacional, el surgimiento de nuevas zonas de conflicto empujaba necesariamente a la terminación de aquellos que se prolongaban desde hacía tiempo. Inglaterra tenía problemas en Canadá, pero sobre todo Europa estaba condicionada por la tensión existente en Oriente.
En febrero de 1839, Rafael Maroto ordenó en Estella el fusilamiento de varios altos cargos, entre ellos algunos generales, acusados de conspirar para despojarle del mando, lo que incrementó la crisis interna del Ccarlismo y abrió una brecha en las relaciones entre don Carlos y Maroto. Poco después los liberales contactaron con Maroto, pero las negociaciones fracasaron ante las exigencias carlistas de asegurar la Corona a los descendientes de don Carlos y de entregar una plaza como garantía. La resistencia de Maroto fue quebrándose a medida que aumentaban los éxitos militares liberales, y se acrecentaban las maquinaciones del bando postergado tras los fusilamientos de Estella.
Un emisario de Maroto, el general Madrazo, se desplazó a París para solicitar la mediación de su Gobierno, que aprobó los principios de su posible intervención: no admitir ninguna propuesta referente a don Carlos y su familia; que el Gobierno mantendría grados, honores y sueldos de aquellos militares que abandonasen el bando sublevado; y que en caso de que se exigiese la intervención de una potencia extranjera para garantizar los acuerdos, se aceptaría la inglesa tal como se mencionó el año anterior. En respuesta, el embajador español en París, marqués de Miraflores, planteó la inclusión de lo que denominaba la gran cuestión de fueros.
En julio de 1839 se inició la fase final de las negociaciones en la que jugó un papel fundamental lord John Hay, comandante de las Fuerzas Navales inglesas en el Cantábrico. Durante la reunión, celebrada el 27 de julio, Maroto señaló las condiciones bajo las que estaba dispuesto a finalizar la guerra: 1) armisticio en el distrito de su mando; 2) salida de España de don Carlos y de la reina regente, María Cristina; 3) boda de Isabel II con el primogénito de don Carlos; 4) Cortes estamentales; 5) amnistía general; 6) asegurar la suerte de los jefes del Ejército, y 7) la conservación de los fueros vascos.
Pero Espartero señaló la imposibilidad de admitir los cuatro primeros puntos, la aceptación de los dos siguientes y condicionaba el último a la necesidad de adecuarlos a la Constitución de 1837. Por su parte, el Gobierno inglés indicó los cuatro puntos que consideraba justos: conclusión de las hostilidades y salida de España de don Carlos, a quien se reconocería su rango y una pensión; amnistía política y reconocimiento de los empleos militares; las Provincias Vascongadas reconocerán la Constitución de 1837; conservación de los Fueros, en tanto sean compatibles con la Constitución. Palmerston ayudaba en la gestión pero no consideraba adecuado convertirse en garante de un acuerdo entre la Reina y parte de sus súbditos, mientras que Francia tenía dudas de la posición de Maroto, que se vio nuevamente debilitada por las sublevaciones de batallones carlistas el 8 de agosto.
- Los fueros, asunto central
El 25 de agosto, Espartero presentó su propuesta de reconocimiento de don Carlos como Infante de España, conservación de los empleos de los militares carlistas, entrega de las armas y que interpondría todo su influjo y el del Gobierno para inducir a las Cortes a que concediesen a las provincias la continuación de los fueros. La propuesta se realizó a través del general carlista Simón de la Torre, lo que suponía una marginación parcial de Maroto. En este momento la negociación se centró en la cuestión foral. La situación se agravó porque la información sobre estos movimientos había trascendido incluso a la Prensa y don Carlos trató de palpar la fidelidad de sus tropas. Pero la iniciativa resultó catastrófica para su causa, ya que los batallones reclamaron la paz y se manifestaron fieles a su general. Al día siguiente, Espartero y Maroto se reunían junto a la ermita de San Antolín de Abadiano para salvar los últimos obstáculos para el acuerdo, pero no se consensuó el texto porque el general liberal no deseaba prometer la conservación íntegra de los fueros.
El fracaso indujo a Maroto a hacer los preparativos para un enfrentamiento con las tropas isabelinas, pero su posición se vio debilitada por su destitución, lo que le abocaba necesariamente hacia el acuerdo. Dos días más tarde Espartero había ocupado Oñate y envió dos hombres de confianza, Juan Zabala y Francisco Linage, a dialogar con Maroto. Marginando parcialmente a Maroto, que se mostraba remiso a continuar las negociaciones, los generales y jefes carlistas Simón de la Torre, Antonio Urbistondo, José Ignacio lturbe, Roque Linares y el auditor Lafuente se trasladaron a Oñate. La necesidad de acabar la guerra facilitó la discusión de los diversos puntos. El 29 de agosto quedaba ultimado el convenio, que fue firmado por los militares que habían negociado en Oñate. La noticia se difundió rápidamente por todo el País Vasco.
El 31 de agosto los vecinos de Vergara fueron testigos del histórico acto de ratificación, mediante el abrazo de los generales de ambos ejércitos. Poco después las Cortes sancionaron el texto dando lugar a la ley de 25 de octubre de 1839. Las interpretaciones políticas de ambos hechos durante estos 175 años resultan de gran interés. Don Carlos intentó continuar la lucha pero se vio abandonado progresivamente por sus partidarios, lo que le obligó a cruzar la frontera el 14 de septiembre. Pero la desaparición del frente norte no supuso el fin de la guerra, que aún continuó algunos meses en el Maestrazgo bajo el liderazgo de Cabrera.

Testigo del momento

Maroto y el duque de la Victoria, desde el caballo
Con motivo del primer aniversario del Convenio de Vergara, se tomó testimonio a Manuel de Azcárate, un vecino de Vergara. El documento recuerda así los hechos: «En la madrugada del referido día treinta y uno de agosto bajaron del camino Real titulado de Francia por la dirección de las villas de Mondragón y Oñate con veinte batallones del Ejército Nacional y algunos escuadrones de Caballería (...). Que al mismo tiempo llegó por el mismo camino Real y dirección de la villa de Anzuola la extinguida división carlista nombrada Castellana (...), y en seguida siendo poco más o menos las nueve horas de la mañana, se adelantaron a caballo los Excmos. señores duque de la Victoria y el teniente general don Rafael Maroto, que comandaban en jefe respectivamente los Ejércitos Nacionales y extinguido de don Carlos, a reunirse en dicho camino Real, y saltando por las paredes bajas que tenía esta heredad, se introdujeron en ella, y (...) en el sitio que se ha demarcado y colocado la estaca, se dieron un abrazo dichos ilustres generales, según estaban montados a caballo (...)».

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