Barcelona
El espíritu del Quetzal
Miles de jóvenes han descubierto gracias a la Ruta Quetzal BBVA valores como el compañerismo, la autosuperación, la humildad y la solidaridad
A veces basta un instante para que nuestra vida de un vuelco. En el caso de la Ruta Quetzal BBVA, 36 días es todo lo que hace falta para que la existencia de sus 227 participantes cambie para siempre. Aunque a priori pueda parecer que esta simple afirmación es sólo otra frase hecha, cualquiera que haya formado parte de la aventura ideada en 1979 por Miguel de la Quadra-Salcedo sabe que no es así. La Ruta, como se refieren a ella los jóvenes expedicionarios, marca. Y no sólo a los más de 8.000 jóvenes de 16 y 17 años que se han «pateado» las selvas, desiertos, islas, costas y ciudades de Centroamérica y Suramérica a lo largo de sus 28 ediciones, sino también a todos los que la acompañan, organización y Prensa fundamentalmente.
Personas que en muchos casos apenas habían salido de sus lugares de origen han podido conocer, gracias a la Ruta, los más bellos e inexplorados rincones del Nuevo Mundo descubierto por los conquistadores hace ya más de cinco siglos. Lugares donde las condiciones son durísimas, pero que consiguen sacar lo mejor de cada uno. La lluvia, el calor sofocante, el barro, los mosquitos, arañas y otras criaturas, los miles de kilómetros que nos separan de casa... Un cóctel explosivo que en ocasiones se hace difícil de llevar, pero donde afloran valores que muchos aún no habían descubierto: el compañerismo, el espíritu de superación, la solidaridad con los más necesitados o el aprender a valorar lo afortunados que somos en el primer mundo, son sólo algunas de las enseñanzas y sentimientos que los «ruteros» se llevan consigo de equipaje cuando regresan a sus hogares.
No importa que uno caiga en el barro de la selva del Darién, otro estará allí para ayudarle a levantarse; no importa que uno se sienta incapaz de cargar con su mochila, otro estará allí para cargarle por él; no importa que uno sienta sobre sí la soledad que da estar tan lejos de sus seres queridos, otro estará allí para animarle y consolarle. Eso es la Ruta. «Aprenden a conocer a sí mismos», me dijo en una ocasión Miguel de la Quadra-Salcedo. «Vuelven a casa más maduros, aprenden unos de los otros y se despiertan en ellos sus inquietudes y su curiosidad», me contó este aventurero, reportero, deportista, explorador, divulgador y, sobre todo, gran conocedor de lo que es América, y de lo que significa para Europa. «Europa y América no son nada el uno sin el otro. Es una relación de ida y vuelta», me explicó.
En la Ruta, todos ríen y lloran juntos. La convivencia es de 24 horas al día, siete días a la semana, durante las 36 jornadas que durará la edición de este año, y que recorre estos días Panamá, para luego viajar hasta Bélgica y España. Las amistades que allí se forjan pueden durar toda la vida. «Aquí todo se magnifica», suelen decir los ruteros. La Ruta Quetzal BBVA nació bautizada como Aventura 92, en conmemoración del quinto centenario del descubrimiento de América. Y en la Ruta, como en la canción que Los Manolos interpretaron para medio mundo en Barcelona 92, «amigos para siempre...». Aunque tengan a sus familias al otro lado del mundo, tras selvas, océanos y cordilleras, no los «ruteros» no están solos. Durante las semanas que dura la expedición, sus compañeros son su familia. La mía, después de tres Rutas consecutivas –Perú 2011, Colombia 2012 y Panamá 2013–, es ya una familia numerosa pero de la que nunca podré olvidarme: Cristobal, Marta, Bea, Esteban, Tamara, Ana Torres, Pablo, Tania, Berta, David Robles, Santi, Fernando, Calixto, Tatiana, Alberto, David Gabás, Elsa, Javier Ruiz, Érika, Manu, Jesús, Javier Munera, Ana Antón, Álvaro, Elena, Eva, Dani y Jonás. Se trata, sin duda, del espíritu del Quetzal.
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