Vietnam: guerra, drogas y rock & roll
Mientras en EEUU se vivía la primavera hippie, a 14.000 kilómetros los soldados se convertían en carnaza de las AK-47.
Creada:
Última actualización:
Mientras en EEUU se vivía la primavera hippie, a 14.000 kilómetros los soldados se convertían en carnaza de las AK-47.
Vietnam es la historia de una equivocación. Los analistas de la Casa Blanca confundieron un episodio de independencia colonial con uno de la guerra fría. Y lo peor no era esa lectura errónea, sino la absoluta carencia de fe. Nadie deseaba que el Vietnam del sur pasara al lado comunista, pero casi nadie creía tampoco en una victoria. Ni siquiera en una remota posibilidad de que su nación saliera indemne de ese idílico paisaje de palmeras y laberintos de túneles ocultos que los «charlies», más adelante, prepararon para emboscar a los marines.
Todo aquello comenzó con una fiebre de patriotismo, geopolítica y orgullo, y acabó siendo un folclore de balas y despropósitos que dejó en el barro 58.200 muertos norteamericanos y más de un millón entre las filas del Viet Cong. Lo que se vendió como un paseo militar, nunca mejor dicho, para frenar el avance del comunismo, el fantasma del que se burló Stanley Kubrick en «Teléfono rojo volamos hacia Moscú», derivó en una sucesión de cadáveres que agitó a toda la opinión pública en Estados Unidos.
Se acudió allí con la prepotencia que dan las armas, la modernidad del arsenal, y lo que se cosechó fue una derrota que dejó la bandera de las barras y estrellas enterrada en el fango. La legitimidad que el ejército de EEUU se había ganado justificadamente en suelo europeo durante la Segunda Guerra Mundial quedó hecha añicos en ese duelo «Ok Corral» contra Ho Chi Minh.
A ese guerra de guerrilla no se enviaron a morir a los hijos de los ricos, a los chavales que criaban los senadores del Capitolio, sino a los desheredados de la sociedad, los pobres de los arrabales, los idealistas sin demasiado sentido común y a las gentes de color. Todos terminaron convirtiéndose en carnaza de los Ak-47, las trampas explosivas de los vietnamitas y la gonorrea y la sífilis que contrajeron en los prostíbulos de Saigón.
Esos críos, con la cabeza llena de canciones de los sesenta, con los Rolling Stones, de la Creedence Clearwater Revival o The Mamas & the Papas, que alternaban habitualmente con Miss Marihuana, encontraron en aquel agujero una tumba anticipada: primero en forma de bolsa de plástico, después como un ataúd metálico y, por último, como tumba improvisada en su tierra natal, muchas veces con el cuerpo incompleto (a veces, de los soldados solo quedaban las botas enterradas en el barro y un cuerpo destrozado, según descripciones de algunos supervivientes).
Donde no existía cordura no se podía exigir sensatez. Los políticos, por aquello de la invencibilidad del país, continuaban enviando pelotones a Asia sin que el listado de bajas les apeara de sus decisiones. Los soldados, hartos de morir por colinas que ganaban por la mañana y perdían por la tarde, se entregaron a desórdenes impropios en una milicia y cometieron algunos crímenes que, al destaparse, alarmaron a la sociedad de Estados Unidos, inmersa en esa inmensa primavera hippie que representan los sesenta.
Algunos muertos ilustres
Vietnam dejó algunas instantáneas que hoy forman parte de la cultura visual del siglo XX (con sus helicópteros y sus niños quemados por napalm) y, también, algunos muertos ilustres, como el fotoperiodista Larry Burrows. Pero lo peor de la intervención americana no fue su presencia, sino su retirada, cuando abandonaron a sus aliados y sus enemigos ganaron el conflicto. Para comprender lo que ocurrió entonces nada mejor que leer «El río del tiempo», de Jon Swain, corresponsal en la zona, y la descripción amarga de los vietnamitas que intentaron emigrar en aquellas fechas posteriores y el destino aciago que muchos de ellos encontraron a manos de piratas.