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Wim Wenders: «El Papa me ha enseñado a valorar la igualdad»

Presenta en Cannes su documental «Francisco: un hombre de palabra», que recoge las dos entrevistas que él mismo le hizo. Una cinta que resume el corpus intelectual del Pontífice y recoge su mensaje de apertura.
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Presenta en Cannes su documental «Francisco: un hombre de palabra», que recoge las dos entrevistas que él mismo le hizo. Una cinta que resume el corpus intelectual del Pontífice y recoge su mensaje de apertura.
Sabemos que Jorge Mario Bergoglio es pionero al menos en tres campos: es el primer Papa americano, el primer Papa jesuita y el primer Papa que se llama Francisco, en honor a su admirado San Francisco de Asís («San Francisco promovió lo que yo llamo “apostolado de la oreja”: saber escuchar»). Es el Obama del Vaticano, el hombre que ha preferido vivir en un apartamento discreto e irse de gira con un coche utilitario que disfrutar de los fastos lujosos de su divino cargo. En «Francisco: un hombre de palabra», Wim Wenders ha podido entrevistarle –en cuatro ocasiones, dos horas cada vez, y 55 preguntas en total– y le ha seguido por el mundo mientras reparte sabias opiniones sobre el estado de las cosas. A la palabra del Papa le ha añadido una torpe recreación en blanco y negro protagonizada por San Francisco de Asís, aunque el epicentro del documental sean las sensatas, meditadas declaraciones del Sumo Pontífice argentino.
Del mundo, el ser y el tiempo
Los papistas no descubrirán nada que no le hayan oído mil veces, teniendo en cuenta que, como entrevistador, Wenders no parece especialmente penetrante, tal vez porque su intención es hagiográfica. Para conversos y neófitos, la película, que se presentó en Cannes fuera de concurso, es una colección de consejos y aforismos que demuestran que el Papa Francisco ha sabido construir una imagen pública de tolerancia y apertura que modela a su antojo ante las cámaras. Habla sobre las cualidades que debe tener un sacerdote («El mundo de hoy es un mundo de sordos. Y entre los sacerdotes también los hay. Los sacerdotes tienen que hablar poco, decir lo justo y mirar a los ojos. La cercanía es la ternura espiritual»); del ser y el tiempo («Nadie es eterno, solo Dios. Sin libertad no podemos amar»); del ADN de la institución eclesiástica («O servimos a Dios o a las riquezas. Muchos miembros de la Iglesia sucumben a la tentación de las riquezas. La curia que no se autocritica es un cuerpo enfermo»); del cariño por las pequeñas cosas («Lo importante es lo concreto del trabajo cotidiano. Creo en las tres “tes”: trabajo, tierra y techo. El trabajo es imitar a Dios con sus manos»); del cambio climático («Si me preguntaran hoy quién es el pobre más pobre del planeta, diría que la madre Tierra») y del mayor escándalo que ha ensuciado la imagen de la Iglesia en los últimos años («Frente a la pedofilia, tolerancia cero. Son sacerdotes que traicionan el cuerpo de Cristo. La Iglesia debe castigarles. Los obispos deben acompañar a las víctimas en las denuncias en los tribunales civiles»). No está mal para hora y media.
–¿Cómo le ha cambiado conocer al Papa Francisco?
–En lo que se refiere a la religión, en nada. El Papa no habla para los religiosos sino para la gente corriente. Ha cambiado mi idea de comunidad, de la importancia de valorar la responsabilidad común y la igualdad, y de rechazar la exclusión. En fin, de la necesidad de respetar al prójimo. Lo que más me ha sorprendido es su infinito optimismo.
–¿Qué pensó cuando lo eligieron Papa?
–Lo primero que me llamó la atención fue que decidiera llamarse Francisco. Nadie lo había hecho antes, había que tener coraje para elegir ese nombre. San Francisco de Asís fue un auténtico revolucionario, fue el que dinamitó la Iglesia desde sus cimientos, el primer ecologista, el primer visionario que valoró nuestra relación con la Naturaleza desde lo espiritual, el primer santo que quiso ser pobre para comprender a los pobres.
–¿Cómo nació la idea para este proyecto?
–Nunca se me había pasado por la cabeza hacer una película sobre el Papa. Un día recibí una carta del Vaticano. Tuve que releerla varias veces, el italiano no es mi fuerte, para convencerme de que me estaban proponiendo hacer un documental sobre el Papa Francisco. No se trataba de un encargo. El Vaticano no iba a intervenir en nada: yo tenía que producirlo, buscar distribución, encontrar el concepto, etc. Me llevó cinco años acabarlo, porque no me dieron ninguna directriz.
–¿Por qué fue escogido usted? ¿Lo sabe?
–El que me escribió la carta es el Prefecto de Comunicación del Vaticano. Resulta que, hace muchos años, él llevaba un cineclub en Roma, y parece que, mi memoria no es muy buena, yo presenté dos películas allí. Me dijo que me había escogido porque le gustaba mi cine. Un hombre muy cinéfilo, no como Francisco. En cuanto nos conocimos el Papa me avisó de que el cine no era lo suyo: le habían hablado de mí, pero no había visto ninguna de mis películas.
–¿Por qué decidió centrar la entrevista en su periodo papal? No hay apenas alusiones a su pasado.
–No quería hacer una biografía. Es un hombre modesto, al que no le gusta hablar de sí mismo. Por eso evité todo lo que tenía que ver con su vida personal: su infancia en la pobreza, sus hermanos y hermanas, que perdió un pulmón. No quería hacer cotilleo. Su tiempo es demasiado precioso para ello.
–La filosofía del Papa Francisco es bastante humanista. ¿Es el Papa que necesitan estos tiempos convulsos?
–A finales del siglo XX, nos hicieron creer que la humanidad iba por el buen camino. Casi veinte años después, hasta los valores más elementales han sido machacados por la realidad. Ahora lo único que importa es crecer, enriquecerse. Europa está controlada por las industrias financieras, no por una cultura común. Es entonces cuando hay que volver a las preguntas más básicas, como dice Francisco en el documental: ¿cuánto tiempo dedicas a jugar con tus hijos? ¿Descansas al menos un día a la semana?
–¿Qué significa ser católico en el siglo XXI?
–No soy católico. Me crié en el catolicismo pero muy pronto dejé la Iglesia. Crecí en los sesenta, en el 68 era una estudiante socialista, y en los setenta las ideologías dominantes no se llevaban bien con la religión. Más tarde, volví a creer como protestante, y ahora podríamos decir que soy un ecuménico católico. Creo en el respeto por el otro.