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Zygmunt Bauman: «Mi pesadilla sería ser ministro»

Zygmunt Bauman presenta en España una nueva recopilación de artículos: «¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos»?. El combativo sociólogo ofrece una conferencia en la Fundación Rafael del Pino
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El breve último ensayo de Zygmunt Bauman (Paidós) comienza con una cita del Evangelio según San Mateo: «Porque, al que tiene, se le dará y abundará; y al que no tiene, aun aquello que tiene se le será quitado». Pero este Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades no habla del pasado, sino de hoy mismo. Según él, la desigualdad es lo que crece entre el solar del estado del bienestar. «Ya han pasado los tiempos de la negociación colectiva. Aquellos en los que la gente creía que, o avanzaban juntos o caían todos juntos. Eso se ha roto. Si trabajas para un jefe sabes que te va a pedir mucho más de lo que puedes hacer. Debes demostrar todo el tiempo que eres indispensable para que cuando todo dé la vuelta hayas demostrado que tú eres el que te vas a quedar y puedan echar a todos los demás», explica el veterano pensador, catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Varsovia y residente en Gran Bretaña. Pero, ¿por qué toleramos hoy más la desigualdad que hace una décadas?
La huelga de los funcionarios
Entre las respuestas que ofrece, destaca la siguiente: «Cuanto más alto es el coste social de una elección, más baja es la probabilidad de que sea elegida. Y los costes de negarse a hacer aquello que nos empujan a hacer –al igual que las recompensas por someternos a la hora de elegir– se pagan con la valiosa moneda de la aceptación social, de la posición y del prestigio». Es decir, por eso «solo los funcionarios se pueden permitir el lujo de hacer huelga».
Gesticulante, ajado y de sorprendente buen humor, nadie podrá acusar a este sabio de ocultarse entre la palabrería y los términos técnicos. Habla para todos con términos llanos: «Los políticos dicen que todo va a mejorar, pero no es cierto. Durante tiempo mi peor pesadilla fue que me hicieran ministro. Los políticos están entre dos fuegos. Por un lado, saben que habrá elecciones y quieren volver a repetir mandato, así que deben demostrar que escuchan al pueblo; pero, por otro lado, están relacionados con el espacio de los flujos (grandes capitales, terroristas, narcotraficantes). La gran contradicción es que el poder sigue eligiéndose de forma local, aunque estos grandes flujos son transnacionales. Si los políticos hacen caso al pueblo, entonces estos flujos desaparecerán, y, por tanto, al país le irá peor», argumenta.
En su ensayo trata de desmoronar algunos grandes mitos como que el crecimiento económico es la única manera de hacer frente y superar todos los desafíos. También que el crecimiento continuo del consumo es la única manera de satisfacer la búsqueda de la felicidad, y, por tanto, que la desigualdad entre los hombres es natural y que adaptar las oportunidades a la vida humana a esta regla nos beneficia a todos. Además, aborda el famoso mito de la competitividad, de la que destapa sus dos caras: «El reconocimiento del que se lo merece y la exclusión/degradación de quien no». Por ello cuestiona que sea «una condición necesaria y suficiente de la justicia social».
Finaliza con dos reflexiones. Una terrible: «Necesitamos que se produzcan catástrofes para reconocer y admitir (degraciadamente de manera restrospectiva, solo retrospectiva...) que podían producirse». La otra, aunque no es, en esencia, positiva, si resulta, dados los tiempos, un poco más esperanzadora: «Nada es definitivo en este mundo. He vivido varios cambios trascendentales que luego se han visto que no iban a ser perdurables. Si se mira la historia, es un compendio de esperanzas y decepciones».

Maltratado por el comunismo y el nazismo

Lo bueno de haber cumplido tantos años es que uno puede hablar de la Historia sin grandilocuencia con el aval de los pequeño detalles de quien la ha vivido en primera persona. Hijo de judíos polacos, tuvo que abandonar junto a sus padres su país con la invasión nazi, pero tuvo la suerte de tener que refugiarse en la URSS, lo que le llevó a participar en la Segunda Guerra Mundial en las filmas soviéticas. Es decir, conoció lo peor de uno y otro movimiento político. Ahora, con la serenidad que da tanto tiempo de reflexión, es capaz de realizar el siguiente balance sombre ambos fenómenos: «Tenían bastantes similitudes, pero entre las diferencias hay una que me parece bastante importante. Al nazismo se le puede acusar de infinidad de crímenes, como luego se ha acreditado, aunque entre ellos no está la hipocresía. Hitler y sus seguidores dejaron pronto claro cuál era su objetivo. Mientras que el comunismo era toda una fortaleza de la hipocresía. Se basaba en la libertad, pero en la práctica la gente vivía mintiendo».