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La muerte también se retrasa

Fotografía de archivo del 15 de noviembre de 2013 del entrenador de baloncesto Manel Comas
Fotografía de archivo del 15 de noviembre de 2013 del entrenador de baloncesto Manel Comaslarazon

El entrenador de baloncesto Manel Comas falleció ayer a los 67 años de edad, víctima de un cáncer.

Manel Comas debería haber fallecido hace un mes, cuando sus íntimos susurraban la ineluctable victoria del cáncer de pulmón que se le había diagnosticado en 2011 y que anunció tiempo después, el mismo día que cumplió 66 años. Su agonía habría sido más corta y el proceso penal por el que la Fiscalía le pedía condena de prisión por presuntos abusos sexuales a dos menores se habría extinguido, ahorrándole una mancha que ya será indeleble, pues el juicio nunca tendrá lugar y, por consiguiente, jamás podrá probar la inocencia que proclamaba. Casi todos los obituarios lamentan que la muerte llegue antes de tiempo. Éste es justo el caso contrario.

El universo digital, que es la memoria de nuestro tiempo, ordena los sucesos por orden temporal inverso. Así, por los siglos de los siglos las noticias sobre Manel Comas que coparán los primeros pantallazos en los motores de búsqueda serán las referidas al escabroso suceso que protagonizó en 2008, en su segunda etapa como entrenador del Cajasol. Era la (presunta) iniquidad cometida por un hombre fuera de sus casillas desde que perdió a su hijo en accidente de circulación. Y aunque en público seguía siendo el tío vitalista que se bebía la existencia (y otras cosas) a sorbos, el demonio de la depresión lo merodeaba amenazante.

Manel Comas, el «sheriff» del baloncesto español, fue mucho más que eso. Fue también mucho más que el entrenador de los doce clubes ACB, las casi cuatrocientas victorias (sólo superado por el maestro Aíto) en Liga y los dos títulos europeos. La enumeración de sus logros no hace justicia al personaje inmenso que fue. Capaz de acojonar en un vestuario a una docena de tíos medio metro más altos que él con su vozarrón y sus cajas destempladas, sus broncas eran proverbiales, pero también era conocido por los mimos casi paternales que dispensaba a sus jugadores si se veían en algún apuro. Lo mismo se plantaba en el hospital para oficiar de traductor entre la mujer embarazada de uno de sus americanos y su ginecólogo que se llevaba a cenar a casa al recién llegado de Lituania que no conocía a nadie en sus primeras semanas en la ciudad.

Manel Comas era un apasionado de la música y no era infrecuente verlo aporrear la batería del grupo con el que se entretenía en sus veranos ibicencos tocando en los garitos de la isla. Cuando se enfrentaba a un equipo temible, lo definía con una referencia rockera: «Son como Fito & Fitipaldis: incapaces de hacer un partido malo o una canción fea».

Si el Barcelona sólo se acordó del mejor entrenador catalán de la historia de manera fugaz en 1997 fue por su condición de hincha del Espanyol, que tan a gala llevaba. Nunca confirmó que los hermanos Gasol formasen parte de la irreductible hinchada perica. «Pero tampoco lo desmiento», decía socarrón.