Ciclismo

Calpe

Kittel, en medio del caos

El autobús del equipo Omega quedó atascado durante unos minutos en la línea de meta
El autobús del equipo Omega quedó atascado durante unos minutos en la línea de metalarazon

Magullado y aterido. Con lo agradable que era Córcega, lo fantástico de sus vistas, de sus calas rocosas mediterráneas y sus refrescantes playas de azul cristalino, de la brisa suave que apenas azotaba, que apenas despertaba nervios en el pelotón, y así, magullado y aterido entró Alberto Contador en Bastia. Entró, que ya es suficiente. Poco faltó para que no llegaran ni él ni ninguno de los 198 corredores que tomaron la salida en la primera, larga y eterna etapa en línea, sin prólogos ni luchas contra el reloj. Sólo un esprint después de 212 soporíferos kilómetros para promocionar la bella Córcega que, por segundos, se quedaron en 209 cuando se llevaban cubiertos 200 y que al final se alargaron hasta los instaurados de salida. Un caos, vaya, tan impropio de un Tour de Francia que a la organización dejó bloqueada.

Obstruida, como se quedó la línea de meta cuando al intentar cruzarla el autobús del Orica se empotró en el arco. Y la carrera, lanzada, a menos de diez kilómetros para el final. Y el autobús, que nada, ni para adelante ni para atrás. Así que Radio Tour informó de improviso y a gritos a todos los directores de que la meta se situaba en la pancarta de los últimos tres kilómetros. A los pocos minutos, el «bus» consiguió salir y la meta quedó abierta. Eso, delante, en Bastia. Atrás, una fuerte caída sacudía al pelotón antes incluso de pasar por la meta improvisada, la que dicta según el reglamento territorio neutro y libre de picar tiempos a pesar de los incidentes. Allí caían Sagan y Tony Martin. Y Alberto Contador.

Y antes, mucho antes de que Marcel Kittel, el alemán de oro –un diamante guarda en su casa de Calpe, donde reside, traído de la Scheldeprijs y que espera regalar pronto, pues su novia le abandonó este invierno–, antes, mucho antes también de que cruzara Contador la meta, el Tour ya había comunicado el ganador de la primera etapa, Iván Gutiérrez. El cántabro había sido el primero en pasar por la pancarta de los tres kilómetros y lo enviaban al podio. Caos. Un completo caos.

Así despertó el Tour de la siesta, tras el ritmo que imprimieron a la primera fuga Lars Boom, Jerome Cousin, Cyril Lemoine y dos españoles. Uno, Flecha, veterano y centenario casi como esta carrera, y otro, debutante y soñador, Juanjo Lobato, «el esprinter del futuro, la referencia del ciclismo español en las llegadas masivas», dice el campeón olímpico, su jefe y compañero en el Euskaltel-Euskadi, Samuel Sánchez. Un chico rápido de Trebujena, que de las montañas huye, es el primer mejor escalador de la ronda francesa.

Con el maillot de puntos, tan andaluz como él, se descolgó de la fuga y regresó al pelotón, que despertaba, a los nervios y a la tensión. «Eso es el Tour», predica Contador. Qué le van a decir a él, hombro izquierdo y rodilla magullados. «¡Me he dado una hostia...!», acertó a decir nada más cruzar la línea de meta. Sin contenciones. «Como solemos decir, chapa y pintura. Esperemos que se quede ahí». Con eso se fue al hotel. «A ponerme mucho hielo y esperar a que los siguientes días pueda recuperar para, en la crono por equipos, poder apoyar los codos», concluyó.