Tour de Francia

Ciclismo

El brutal ataque de Alaphilippe que le permite ganar la etapa y ser el nuevo líder del Tour

Julian Alaphilippe celebra su triunfo en la tercera etapa del Tour
Julian Alaphilippe celebra su triunfo en la tercera etapa del Tourlarazon

De todas las victorias que ya habitan en las piernas de Julian Alaphilippe es difícil señalar una como la más espectacular, más espléndida y grandiosa. El ciclista de la chispa vibrante, el corazón desatado y la llama incandescente. Quizás la Strade Bianche del pasado mes de marzo, cuando dominó la tierra de la toscana a su gusto y entró en la Piazza del Campo de Siena como un caballo desbocado vencedor del «Palio». No, quizá mejor sea la de la Milán-San Remo, diez días después tras atacar en el Poggio, ser cazado y tener fuerzas aún para ganar al sprint. O la Flecha Valona donde le dijo a Valverde que su tiempo de reinado absoluto se ha terminado. O la Clásica de San Sebastián del año pasado. Hay tantas. Y las que le quedan.

El porvenir de Alaphilippe habla de tardes de gloria, de victorias que dejan sin aliento por emocionantes y bellas. Es por eso, quizá, que la de ayer se cuele directamente en el primer puesto de su ranking particular en cuanto a exhibiciones se refiere. Porque cuando una carrera en la que el francés tiene un dorsal y el final pica hacia arriba es inevitable no señalarle como favorito. Pero esta vez, él mismo rompió sus propios esquemas y regaló una gesta para no olvidar. En vez de esperar al explosivo final de Epernay, tierra de viñedos y champagne, Alaphilippe decidió que quería darse un gustazo. Volar por su cuenta. En la penúltima cota de la etapa, la de Muntigny, a 15 kilómetros del final, «Loulou», como le llaman, decidió convertirse en cohete y saltar despedido de un pelotón que ya olía la carne agonizante de los escapados. Tim Wellens, Stéphane Rossetto, Paul Ourselin, Yoann Offredo y Anthony Delaplace caminaron juntos de salida hasta que, a falta de 50 kilómetros, el valiente y enorme ciclista del Lotto-Soudal quiso hacer la guerra por su cuenta. Llegó hasta la cota de Muntigny. Allí murió, arrollado por el bólido Alaphilippe y hundido por una avería mecánica en la misma cima.Nadie hizo por detrás ni siquiera el amago de seguir el fulgurante y demoledor ataque del francés. Para qué. Era imposible.

El Astana, con Omar Fraile, tomó el mando de la persecución, pero la ventaja de «Loulou» y el golpe de pedal que llevaba eran ya insalvables. Un grupo se lanzó a la caza en donde se introdujo Landa, pero por detrás, el Ineos les dio caza. Una cosa era dejar a Alaphilippe y otra conceder a ciertos nombres de peso como el del alavés una ligera ventaja. No. A la meta, «Loulou» llegó solo para descorchar el champagne de Epernay. Le esperaba premio doble: etapa por su recital y el primer amarillo que viste en su carrera deportiva. Por detrás, en el esprint de los mejores, Egan Bernal logró sacar 5 segundos a todos sus rivales excepto a Pinot. También a su compañero y teórico líder, Geraint Thomas. Del colombiano, también el porvenir cercano habla de exhibiciones como la de ayer de Alaphilippe, el chico que creció viendo a su padre siendo director de bandas de música. Ahora la orquesta la toca él. Y es toda una obra maestra.