Papel
Una mirada de optimismo
No por su permanente uso deja ser muy cierto que la realidad (la botella) puede ser encarada de dos formas: o medio llena o medio vacía. Ambas percepciones son ciertas, pero una nos lleva a la melancolía y la otra, al optimismo. Lo importante es el deseo, el empuje hacia arriba, el ánimo, pues de lo contrario será muy difícil llenar la botella.
La realidad de nuestra situación respecto al empleo es la que es: mala. Pero partiendo de ese dato nos hacen falta dos tipos de reacciones simultáneas: la de ponerse a la tarea con fe y optimismo y la de aplicar medidas concretas de tipo económico y social que ayuden a la creación de empleo. A este respecto hay ciertas verdades muy sencillas pero que a veces se olvidan. Una de ellas es que el empleo lo dan los empleadores, los empresarios. De ahí que las políticas dirigidas a fustigar a los mismos son nefastas para la creación de empleo. Y, por el contrario, las que se dirigen a incentivarlos, reconociendo entre otras cosas su valor social, serán positivas. Y digo lo del valor social porque España es de los países de la UE en que la sociedad aprecia menos a los empresarios, lo cual no parece razonable.
Y al hablar de políticas incentivadores hay que dejar muy claro que éstas no pueden agotarse en la subvención o alivio de costes laborales. Son importantes pero no las más importantes. Desde los años 80 vengo diciendo una verdad de perogrullo, pero que se olvida a menudo. Nadie contrata a quien no necesita, ni nadie despide a quien necesita. Ésa es la clave y aunque es cierto que puede haber prácticas empresariales negativas –como despedir a trabajadores para contratar a otros «más baratos»–, eso no desvirtúa lo dicho. Lo que hay que hacer es impedir las políticas antisociales pero separando el grano de la paja, es decir, que no toda práctica de aliviar costes laborales para que la empresa sobreviva y sea competitiva es en sí misma negativa.
Pero dicho lo anterior, hay que recalcar que lo decisivo es que la economía funcione, que haya demanda, que las trabas administrativas sean las mínimas y que el empresario aprecie que merece la pena la inversión y el riesgo. Políticas económicas de algún modo expansivas y fiscalidad razonable. No podemos invertir todo o casi todo en políticas pasivas sino también y sobre todo en las activas, en las animadoras, en las creadoras de riqueza y empleo. Mal enfoque es socializar la pobreza; mucho mejor es el que lleva a erradicarla. La frase de Mario Soares, cuando le dijo a Olof Palme que iban a «acabar con los ricos» y que fue contestada acertadamente por éste, al decirle que el buen camino era «acabar con los pobres», sigue teniendo plena vigencia.
Ahora toca ayudar, cada uno en lo posible, a que las medidas que se tomen sean eficaces y, sobre todo, que el barco del empleo tenga agua para navegar. Las velas (las leyes) pueden ayudar, pero sin agua el barco se quedará varado. Y cuando digo que pueden ayudar estoy poniendo a la Ley en el lugar en que le corresponde respecto a la creación de empleo. La reforma de 2012 ha sido muy vituperada por determinados sectores que están en su derecho de hacerlo. Pero es importante resaltar que las leyes no crean ni destruyen, por sí mismas, puestos de trabajo. Soy de los que piensan que si el empresario reduce puestos de trabajo no lo hace por capricho, sino porque lo necesita su empresa, o bien para evitar males mayores, o bien para competir en un mercado cada vez más exigente y globalizado. Y si la Ley se lo impide, los resultados para el empleo de esa empresa casi seguro que serán peores.
Por eso, lo más acertado de la reforma de 2012 está en la posibilidad que da al empresario de adoptar medidas preventivas, a través de la flexibilidad interna, que eviten los despidos. Desde luego que los empresarios deben hacer uso de las leyes con responsabilidad social, pero también es cierto que la norma laboral tiene que moverse con sapiencia entre la equidad social y la eficiencia económica.
*Catedrático de Derecho del Trabajo y Académico numerario de la de Jurisprudencia y Legislación
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