Política

Moción a España

Pudo elegir la moderación y la centralidad, en sintonía con el sentir de una mayoría de la sociedad, pero escogió la radicalidad a lomos de la amoralidad. Sus aliados son las principales amenazas de la convivencia y el bienestar

Sesión de control en el Congreso
Sesión de control en el CongresoChema MoyaEFE

Pedro Sánchez cumple dos años en la Presidencia que ganó después de una moción de censura contra el Ejecutivo del PP cimentada en una mayoría frankenstein de extrema izquierda, separatistas y soberanistas y propulsada por una sentencia irregular sobre la primera época del caso Gürtel con el membrete del juez De Prada, luego apartado. Su mandato nació contaminado por varios pecados de origen, el fundamental fue que esgrimió la mentira como razón política desde el mismo discurso como aspirante, y la ha convertido en una rasgo indeleble de su ejecutoria. La mendacidad endémica lleva aparejada la desconfianza y el descrédito, pero por incomprensible que parezca nunca ha sido interpretada como un baldón por el presidente, lo que retrata además su carácter y su personalidad.

El balance de este periodo está marcado por un antes y un después de la pandemia, al menos en cuanto a graduar los efectos del proyecto con que Sánchez desembarcó en La Moncloa, que no su naturaleza. Ningún gobierno esperaba un catástrofe sanitaria y económica global, pero cada uno ha reaccionado con dispar eficacia con resultados verificables. En estas mismas páginas hemos denunciado de forma reiterada la gestión de la alianza socialcomunista Sánchez-Iglesias que ha conducido irremediablemente a que España figure entre los países más damnificados por el contagio y encabece la nómina de estados con más muertos por millón de habitantes y de sanitarios infectados del mundo. El dato, demoledor, representa una censura indefendible contra la actuación de cualquier gobierno, por mucho que escondan los fallecidos entre las bambalinas de la propaganda y la narración de un éxito vergonzante. En el debe hay que consignar además la nefasta labor en la adquisición de material protector, de los test y los EPI «falsos», las compras infladas fuera de mercado, los contratos opacos y todo ello encubierto por un rodillo de oscurantismo injustificable en un régimen de libertades. Pero si la terapia a la crisis de salud ha resultado calamitosa, la que se nos avecina con la económica de una España empobrecida y precaria, multiplica la preocupación. Mientras agonizan sectores clave como el turismo y la automoción a la espera de planes fantasmales, se fía todo a Europa y a un endeudamiento galopante sobre otro ya congénito en virtud de dinámicas confiscatorias alérgicas a la responsabilidad fiscal y al equilibrio.

Hablábamos al principio de los pecados originales de Sánchez, y de la falacia como narrativa. Pero por encima de cualquier otra prueba de cargo, está el alma del proyecto. Pudo elegir la moderación y la centralidad, en sintonía con el sentir de una mayoría de la sociedad, pero escogió la radicalidad a lomos de la amoralidad y un matrimonio de conveniencia con aquel que le quitaba el sueño. Sus aliados son las principales amenazas de la convivencia y el bienestar y los más fieros enemigos de los derechos consagrados en la Constitución. Ayer, en su última prédica televisiva, despreció de nuevo el valor de la verdad cuando habló de concordia y unidad para encarar el futuro y añadir después que excluía de sus contactos a los principales partidos de la oposición. Optó por mercadear los votos de los batasunos, de ERC y el PNV con el fin de asegurarse otra prórroga del estado de alarma. La unidad es una quimera. Sánchez e Iglesias se han afanado en sacrificarla en el altar de la polarización y el revanchismo con una estrategia de hostilidad y provocación con el vicepresidente de ariete, y bendecida por el presidente. El líder socialista amenazó hace unos días con el caos, pero ese lo enarbola un gobierno radical parapetado en la excepcionalidad, en pos de una democracia decadente con derechos confinados al albur de una voluntad despótica. España no es hoy más fuerte, entre otras cosas porque nos faltan miles de los nuestros, ni se puede sentir que la libertad esté garantizada cuando se socava el sistema desde la misma mesa del consejo de ministros y se irradia toxicidad. Aquella moción de hace dos años lo fue en realidad contra el país.