Editorial

Una solución realista al embrollo saharaui

Nos hallamos ante un giro histórico en la política exterior de España ante el conflicto del Sahara que no sólo provocará airadas reacciones en un sector de la opinión pública española, tradicionalmente pro saharaui, sino que puede afectar seriamente a nuestras relaciones con Argelia, país con el que mantenemos acuerdos energéticos claves.

Y, pese a todo, es preciso reconocer que se trata de un cambio de posición realista que, con todas las dificultades, puede facilitar la salida a un conflicto que se prolonga desde hace casi cinco décadas, sin otro fruto que el sufrimiento de una parte de la población saharaui, confinada en los campos de refugiados del desierto argelino, y cuyas posibilidades de revertir la situación política y militar de la antigua provincia española es, cuando menos, remota.

Sin duda, el paso dado por el Gobierno, que va más allá de los dictámenes de Naciones Unidas, pues significa el reconocimiento de facto de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, abrirá un nuevo frente de fricción con los socios de Unidas Podemos, que apoya la celebración del referéndum de autodeterminación, y no será bien acogido en algunos sectores de la oposición, pero está en línea con la postura de Washington y de las principales potencias europeas, incluida Alemania, que, poco a poco, han ido admitiendo que la fórmula propuesta por Rabat de una amplia autonomía es la mejor salida posible al embrollo saharaui. Que España, como antigua potencia administradora, suscriba la posición marroquí, con todos los matices que se quiera, puede favorecer el cambio de orientación en el comité de descolonización de Naciones Unidas.

Pero sin entrar en hipótesis de futuro, lo cierto es que se pone fin a un largo período de desencuentro con Marruecos –que comenzó, precisamente, con el acogimiento clandestino del jefe del Polisario, un error diplomático mayúsculo– que ha supuesto graves perjuicios para dos naciones que están obligadas, por historia, geografía e intereses comunes, a entenderse. De hecho, las autoridades del reino alauita, de cuya firmeza y empecinamiento en la defensa de su soberanía sobre el Sahara no cabe dudar, ya han anunciado la próxima visita del ministro de Exteriores, José Manuel Albares, y otra posterior del propio jefe del Ejecutivo español, con lo que dan por terminadas las tensiones con España, lo que no deja de ser una excelente noticia.

Por último, y no por ello menos importante, de lo que se trata es buscar el mejor futuro del pueblo saharaui. Y desde un punto de vista pragmático, que atienda a la realidad de los hechos y no al voluntarismo, la articulación de una autonomía amplia como la propuesta por Rabat, se nos antoja como la mejor alternativa posible. La otra es seguir condenando a mal vivir en los campos a las sucesivas generaciones de saharauis.