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Cataluña

Josep Ramon Bosch

Catalunya, la falsa ruta

El presidente del Parlament, Roger Torrent interviene durante el inicio de la campaña electoral para los comicios del 14 de febrero David ZorrakinoEuropa Press

El 15 de febrero de 1939 el dirigente de la Lliga, Fernando Valls Taberner, publicó en «la Vanguardia Española», un artículo titulado «La falsa ruta», denunciando que el nacionalismo había provocado la ruina de Cataluña: «Lo que en un tiempo pudo tener de generosa aspiración renovadora, en medio de la general decadencia, ha sido ignominiosamente prostituido y sacrificado en estos últimos años». El catalanismo se desvió de su génesis, la reconstrucción de España, para proseguir por la vía secesionista. Muchas fueron las razones, las causas o las explicaciones para justificar el cambio de ruta del catalanismo hacia el separatismo. Aquello terminó en un desastre, y ahora estamos abocados a repetirlo.

Debemos entender que la actual reacción separatista es la respuesta de una parte de la sociedad catalana al insuficiente reconocimiento de la identidad catalana y a los déficits del encaje territorial, que no arranca en el fallido estatut de autonomía que impulsó Pascual Maragall, sino que tiene profundas raíces entre los catalano parlantes, que han renunciado al patriotismo dual natural, y se han refugiado en el nacionalismo lingüístico y étnico. Antes del 2010 el apoyo a la independencia no superaba, el 20%, pero en 2014 ese apoyo se enfiló hasta cerca del 50% y con leves fluctuaciones, sigue manteniéndose en esos niveles.

Catalanismo, es para unos, la evocación nostálgica de los tiempos sensatos y constructivos. Para otros, la raíz de todos los males que han venido después. Palabra talismán en Cataluña durante años, pasó a ser después una resonancia desusada y antipática. Unos han enterrado al catalanismo hace tiempo. Otros piensan que es la gran esperanza para sacarnos de esta pesadilla sin fin que es el Procés y de la lógica del empate infinito.

El llamado Procés, no solo ha sido un ataque contra España, sino sobretodo una acometida inédita a las bases de la democracia liberal. En una democracia, las leyes son la expresión de la libertad de los ciudadanos y su defensa frente a aquellos que quieren abolirlas. Romper unilateralmente este pacto fundacional implica abrir la puerta a la barbarie política. Al suprimir el derecho, la sociedad queda en manos del más fuerte. Quizá hoy podemos ser nosotros, pero mañana pueden ser los otros. La Constitución es defensa de todos. En una democracia, cuando se rompen las reglas de juego, se acaba el juego, porque empieza el orden de la imposición. Hay una escena memorable en la película «Un hombre para la eternidad», sobre la vida de Tomás Moro. Indignado por la prudencia de Moro, un colaborador le espeta: ¿Pero tú darías al diablo el beneficio de la ley? Sin dudarlo, Moro contesta afirmativamente, porque «cuando hayas destruido la última ley, y el diablo dé la vuelta y vaya a por ti, ¿dónde te refugiarás?».

Hoy empieza una nueva campaña electoral (si el TSJC no las pospone). En esta contienda electoral hay pocas probabilidades de cambiar la ruta hacia la autodestrucción de la que fuera la región más rica de España. Entre la amenaza de un nuevo tripartito o repetir la mayoría separatista, todo indica que el llamado constitucionalismo, no sumará una mayoría que permita desalojar a los inquilinos de la Generalitat, y el llamado «Efecto Illa» puede verse gravemente diluido por la evolución negativa de la pandemia. No hay refugio. Catalunya no parece encontrar el camino de la centralidad y el 14F, seguirá una falsa ruta.

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