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Opinión

Golpe de mandíbula

Ayer Feijóo asestó un golpe a Sánchez que le descuadró el maxilar

Feijóo se dirige al atril con Pedro Sánchez detrás, en el Pleno del Congreso de los Diputados Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Ayer Feijóo asestó un golpe a Sánchez que le descuadró el maxilar. Un gancho de mandíbula de esos que pueden ser letales cuando se dan en el punto exacto del nocaut, provocando descarga del sistema nervioso con afectación general. Así se quedó el jefe del Gobierno, noqueado, quijada apretada a punto de rechinar, cuando el líder de la oposición rompió el tabú de los negocios de prostitución de los que él mismo se habría beneficiado en tanto que marido de Begoña Gómez. «¿De qué prostíbulos ha vivido usted?», le espetó el gallego en referencia al dinero que el padre de su cónyuge consiguió con las saunas que sirvieron presuntamente para pagar la casa de 700.000 mil euros en la que Sánchez y su esposa vivieron antes de trasladarse a la Moncloa. Golpe bajo, sonó en la bancada socialista. Gancho certero, pensaron los demás.

Por razones desconocidas, el business prostibular de su familia había quedado hasta ahora fuera del debate político, pese a la jactancia con la que la bancada sanchista se atribuye el honor de estar combatiendo la prostitución en este país. Combate que quedaba en entredicho con las visas de los ERE, el historial del Tito Berni y las andanzas de Ábalos, pero que suena a farsa total si se suma la actividad lucrativa en el comercio de furcias de los locales de ambiente de Sabiniano Gómez.

Le recordó Feijóo a los asociados, ayer más blandengues que nunca, que el debate sobre la corrupción es también un debate «moral», ante el que no deberían prevalecer los intereses espurios de la política diaria. Pero de nada sirvió. Feijóo ganó con claridad con una intervención durísima con la que destrozó al monclovita, instándole a que «confiese lo que sabe, ayude a devolver el botín y convoque elecciones». Pero Pedro, consumido y escuálido, salió del trance gracias a que sus socios de Gobierno estuvieron completamente descafeinados, pese al derroche de amenazas que habían soltado en las vísperas. Por ejemplo, Yolanda. Se le fue toda la fuerza en el programa de Alsina, y ayer se derritió en elogios hacia su presidente, destacando su «honradez», y agradeciéndole que le comprara alguna de las medidas cosméticas que anunció el timonel, se supone que para no cumplirlas, como todas las anteriores. Yolanda volvió a defraudar en fondo y forma, escenificando una pose ridícula al sentarse en los escaños de Sumar, y no en el banco azul. Pero sobre todo por dedicarse a desviar el escándalo de los cerdanes hacia las viejas corruptelas del PP, como si la corrupción de la Gürtel valiese para justificar la de los viajeros del Peugeot.

Defraudó Yolanda y también Rufián, con el peor discurso parlamentario que se le recuerda. El de ERC echó ayer por tierra su merecida fama de portavoz mordaz, con un teatrillo inofensivo para salvar a Sánchez de la debacle, en plena convicción de que «tenemos que aprovechar el poco tiempo que nos queda». Y vaya si lo hizo. Apenas se ganó el jornal la representante del PNV, Maribel Vaquero, que le pidió a Pedro que respondiera algunas preguntas básicas, del tipo: ¿por qué motivo destituyó a Ábalos?, ¿cuándo se enteró de su corrupción? Sánchez ni se inmutó, porque había ido al Congreso a pasar el expediente, por lo que la novísima portavoz nacionalista le recordó que sólo tiene tres opciones: cuestión de confianza, dimitir poniendo a otro o elecciones generales.

Sánchez se dijo para sí que tiene una opción más clara aún: quedarse en la Moncloa y hacer oídos sordos a cuanto le dicen unos y otros. Con tales asociados, hay Sánchez para otro rato.