Caso Nóos
José Castro Aragón: El justiciero cuestionado
Magistrado
Cada mañana, a muy temprana hora, llega a los juzgados con la camisa entreabierta y el rostro impenetrable. Rara vez se pone corbata y llega a lomos de su bicicleta, que ha sustituido por una de sus pasiones, las motos de gran cilindrada. Una lesión en la espalda se lo aconsejó, pues además ya no es un chaval. José Castro Aragón, sesenta y siete años, a punto de la jubilación, es el azote de la corrupción, un juez controvertido, cuestionado y cuestionable. Para unos es inquisidor, temerario, bravucón y poco riguroso. Para otros, estricto y valiente, por atreverse con Jaume Matas, Iñaki Urdangarín y hasta con una Infanta de España. Hermético y algo tosco, ha desatado la ira de sus propios fiscales, entre ellos Pedro Horrach, antaño su amigo, que ha soltado una de las más demoledoras diatribas contra un proceso de instrucción judicial.
Pero, ¿quién es en realidad este hombre, en el ojo del huracán mediático? Cuando pedalea por el Paseo Marítimo de Palma, desde su casa en Portixol hasta los juzgados de Vía Alemanya, poca gente le saluda. A la nube de periodistas que le esperan a las puertas de la sede judicial los despacha con un escueto «buenos días». Y en las cafeterías cercanas, donde suele desayunar café con churros o ensaimada mallorquina, abre poco la boca. Parece un personaje que no da «cuartelillo» a nadie, experto en una guerra psicológica hacia sus interrogados y escribe sus autos con un punto de cinismo. En medios jurídicos se le conoce como el «Eliot Ness» de la isla, en recuerdo del implacable perseguidor del vicio y el delito, inmortalizado en el cine por el gran actor Robert Stack. Su pasado y su biografía son peculiares. Nació en Córdoba y se hizo funcionario de prisiones. Dicen que en esta época conoció las miserias carcelarias y que era muy duro de carácter. Desde el cuerpo penitenciario accedió a la carrera judicial en 1976 y estuvo destinado en la localidad sevillana de Dos Hermanas, en Lanzarote y Sabadell. Según fuentes de la judicatura, le gustaba el Derecho Laboral y llegó al juzgado de lo Social de Palma en 1985. De aquí pasaría al de Instrucción número tres, lo que para muchos revela su escasa formación en jurisdicción penal. Pero el caso del velódromo de Palma Arena cambió su vida, que se convirtió en toda una cruzada contra el ex presidente y ministro Jaume Matas, el yerno y la propia hija del Rey de España.
José Castro guarda celosamente su vida personal. Separado de su primera esposa, tiene desde hace años una novia con la que convive y se deja ver a hurtadillas. Padre de tres hijos, dos son abogados y uno procurador de tribunales. Al margen de las motos, su otra pasión es el kendo, arte marcial japonés que practica con alguno de sus hijos. Ese manejo de la katana, una especie de espada, le vale simbólicamente para sus duros, cortantes y larguísimos interrogatorios. Cuentan que con Matas, Urdangarín y Diego Torres se ensañó de lo lindo. Y fue altamente criticado por su cita pública, en un bar cercano al juzgado, con una de las abogadas de la acusación particular de Manos Limpias. Parecía poco ético esa cercanía con quien está personada en el proceso.
También le gustan el fútbol, deporte que practicó años atrás, y el ajedrez, lo que motiva su instinto persecutor en un «jaque-mate» a veces, según expertos juristas, exento de rigor. Se define de izquierdas. No en vano, el primer sumario que le sacó del anonimato fue el «caso Calviá», en 1992, en el que dos ediles del Partido Popular fueron procesados y condenados por intento de soborno a otro del PSOE. Ahí empezó su carrera contra la corrupción. En estos treinta y siete años que lleva de juez, ha hecho pocos amigos y confiesa en privado que es inmune a las presiones. Desde instancias judiciales, unos le increpan y critican. Otros le tachan de héroe. Pero coinciden en su estilo populista y forma de instruir similar «a lo Garzón», con multitud de piezas y demasiado largo en el tiempo.
Es el hombre que más años lleva al frente de un juzgado unipersonal, y aquí piensa retirarse en breve. Ha sentado en el banquillo a un grupo de poderosos y quién sabe si llegará a hacerlo también con la Infanta Cristina, en contra de la Fiscalía y la mayoría de las partes. No le gusta que le fotografíen con la toga y prefiere ese aire descamisado, suelto y apresurado. Dicen que le gusta leer a Antonio Machado. Pasó de carcelero a justiciero y sólo el tiempo dirá, parafraseando al gran poeta, si persigue el derecho, la gloria o quedar en la memoria.
✕
Accede a tu cuenta para comentar