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Política

El Rey abdica

Welfare monarchy

Don Felipe no va a tener una misión histórica como su padre y su labor será gestionar la llamada «monarquía del bienestar», ser un Rey con un perfil técnico. Deberá demostrar que la institución es útil y para ello intensificará las relaciones con la sociedad civil y los viajes al exterior como embajador de la «Marca España»

La Razón La Razón

¿Qué país aguarda a Felipe de Borbón cuando, dentro de unos días, se convierta en Su Majestad Felipe VI? Se encontrará con una nación en la que seis de cada diez ciudadanos no han vivido el franquismo, la recuperación de las libertades, ni el golpe de Estado del 23-F, que son los principales méritos acumulados por su padre, Juan Carlos I. Con una mayoría de españoles que, por tanto, creen que no le deben nada al soberano saliente, pero menos aún a su hijo.

Por eso, uno de los principales desafíos del nuevo Rey va a ser convencer a los españoles de que la Monarquía es útil al país, y que por tanto les interesa que se mantenga. Y, al mismo tiempo, necesitará hacerse él mismo un hueco en el aprecio de la ciudadanía, como lo consiguió su padre, aunque no sin dificultades, al menos al principio.

Además de su preparación y altas condiciones personales, trabajará a su favor el hecho de ser una persona joven, que por tanto encaja con el perfil básico de la sociedad española. Un dato estadístico puede ejemplificar esa circunstancia. Cuando su padre, Don Juan Carlos, llegó al trono de España, tenía 39 años, que coincidía básicamente con la edad media del país en aquel instante. Felipe asume la corona con 46 años, que es también la media de edad de España en este momento histórico. Eso le ayudará sin duda.

Gestionar la normalidad

Y ¿qué tipo de Monarquía se articulará con el nuevo rey? ¿Cuál será, por así decirlo, su estilo, su naturaleza? Según Aurelio Menéndez, su preceptor universitario, a Felipe VI le tocará «gestionar la normalidad, ser un técnico de la Monarquía». No va a tener una misión histórica como la de su padre, y por ello su cometido consistirá en gestionar la herencia e impulsarla. Deberá estar alerta ante lo que viene: la tecnología, la internacionalidad, la globalidad, esa Europa de dentro de 20-30 años que hoy es inimaginable. Deberá acertar a impulsar la España del siglo XXI por nuevos caminos.

Encabezará una Monarquía burguesa. Para algunos, la boda de Felipe con Letizia, una plebeya como la designaron de forma un tanto desconsiderada, marcó un cambio radical, porque inició la transición desde una Monarquía dinástica a esa Monarquía burguesa, entroncada ya con la clase media, y también con sus valores. Una Monarquía que otros calificaron también de moderna y de actual, puesto que, si la función de esa Monarquía es representar a una nación, la mejor manera de mostrar la composición diversa y regional de la sociedad española era el enlace de un miembro de la dinastía con una representante de la república. Eso se dijo entonces. Según ellos, Letizia representaba el estandarte de la igualdad y del progreso.

Si no estrictamente con la clase media, sí al menos con gentes ajenas a las clases altas, más de la burguesía que de la nobleza como tal, se ha relacionado desde pequeño el futuro Rey, merced al paso por el colegio Rosales, pero también por una universidad pública, la Autónoma de Madrid. Y, desde luego, con los que muy pronto serán la cúpula de los Ejércitos, gracias a los cursos realizados en las tres academias militares.

Los estudiosos vaticinan que las preocupaciones sociales se convertirían en la principal razón de las Monarquías, dando lugar a una monarquía del bienestar, «welfare monarchy», entendiendo por bienestar no sólo la calidad de vida material de los ciudadanos, sino también la integración de los sectores marginados de la sociedad. Por eso es previsible que Felipe VI intensificará sus relaciones con la sociedad civil, que se moviliza con más rapidez y entusiasmo a instancias de la Corona que por el Gobierno.

Según las encuestas, del Rey se espera ante todo que represente a España en el exterior, como ha venido haciendo. Que sea a la vez enseña y primer embajador de nuestro país y principal valedor de la marca España, con su apoyo en el exterior a las empresas españolas. Siete de cada diez aprecian su papel de árbitro y moderador en las disputas interpartidistas internas. Su imagen, a ojos de la ciudadanía, se configura como un activo nacional de importancia estratégica. Todo eso se esperará de Felipe.

Felipe VI deberá trabajarse las virtudes básicas de la Monarquía: símbolo de la unidad del país, el mejor embajador de España, poder moderador... Y, como principal requisito, habrá de cumplir exquisitamente, y aun profundizar, las competencias que da al rey la Constitución en su artículo 56: «Es el jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes».

La relación del Monarca en concreto con la unidad de España es consustancial. Una circunstancia reseñada en el artículo 3 de la Carta Magna, cuando dice que «la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles». Con Cataluña como trasfondo, ahí está uno de los más delicados desafíos para el nuevo rey.

Árbitro y normalidad diaria

Sabino Fernández Campo consideraba que la función moderadora será el cometido más importante que tendrá Felipe a partir del día en que ciña la corona. Hablando de cuál debería ser el plus del futuro Rey, comentaba: «El mérito tal vez radique en la normalidad de todos los días, sin aspirar a grandes gestos ni a acontecimientos que marquen momentos históricos, sino a ejercer la moderación, que, al fin y al cabo, será su función más importante cuando llegue al trono». Es esa Monarquía de la normalidad de la que venimos hablando.

Dadas las circunstancias del país, habrá de ejercer con cuidado, pero a la vez con determinación, el papel moderador que la atribuye nuestra Carta Magna, lo mismo que el poder arbitral. Si bien para algunos expertos se trata de una potestad bastante reducida. Según Jorge de Esteban: «Su poder de moderación y arbitraje es muy limitado, dependiendo más bien de su «auctoritas» que de una verdadera «potestas». Ciertamente, puede aconsejar, recomendar y sugerir un determinado comportamiento a los poderes públicos y puede hacerlo en privado, tanto como públicamente, lo que le confiere mayor fuerza. Pero nada más». «Auctoritas» tenía su padre, Felipe VI necesitará ganársela aún.

Ejemplaridad

Tal como están las cosas en el país, con el demoledor trasfondo de «caso Nóos», Don Felipe deberá tomar nota, en fin, de lo que también afirmaba Sabino Fernández Campo, para quien, de las muchas misiones del Rey, «una de las más importantes es la ejemplaridad. Cuando las cosas están turbias, o se producen inmoralidades o corrupciones, es necesario que podamos mirar hacia alguien a quien consideramos ejemplar. Esto es fundamental en la misión del Rey».

Peces-Barba habló de la importancia de la «autoridad moral» y del servicio a los ciudadanos: «Es importante en la Monarquía parlamentaria la autoridad moral, la cercanía a los ciudadanos, el servicio al interés general, la atención por las preocupaciones, los sufrimientos y las esperanzas de la ciudadanía, la comunicación periódica y el valor de su neutralidad, que le coloca en una posición equidistante de las distintas fuerzas políticas y garante del respeto al pluralismo». Estar cerca de la gente y sintonizar con ellos.

Cuando se cumplieron veinticinco años de la proclamación de Don Juan Carlos como Rey, Don Felipe firmó, de modo absolutamente inusual, un artículo de prensa, en el que resumió de forma nítida su aspiración para cuando ciña la corona: ser «un humilde y leal servidor del pueblo español».

Más de una vez ha repetido que el puesto de rey hay que ganárselo, y que para ello hay que tener claros tres principios: sacrificarse mucho, estar en contacto con las realidades sociales, y mantener un equilibrio entre los institucional y lo privado. «Ser útil». Dos palabras que encierran su pensamiento. El nuevo Rey, Felipe VI, está convencido de que una monarquía puesta al día, esa monarquía burguesa de la que venimos hablando y que es la que predomina en los demás países europeos, puede prestar aún grandes servicios a España. Y tiene razón.