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‘La comodidad de no hacernos responsables de la propia vida es el sueño del Estado’

Un psicólogo reflexiona cómo los cambios han modificado a las familias

‘La comodidad de no hacernos responsables de la propia vida es el sueño del Estado’
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La ideología no existe pero se ha fabricado como instrumento para dividir y separar, un filtro en nuestra mirada que hace que nos identifiquemos con algo en contra de alguien. Miramos por categorías, etiquetas y no por hechos.

Aunque no nos lo hayan explicado, la sociedad se transforma a través de la deconstrucción: una tendencia se destruye, no del todo, para reconstruirse en otra cosa. Ha sido así durante siglos y así sigue siendo. Las épocas funcionan a través de un movimiento de destrucción y de reconstrucción permanente. Lo que históricamente se quiere cambiar es la propia Naturaleza, Naturaleza entendida como Creación y todo aquello que sucede sin que vehicule intención humana alguna. Como tenemos poca memoria sobre nuestro origen natural, recuerdo que la Naturaleza se recrea a sí misma cada vez, se repite en base a ciclos y estaciones, espontáneamente. No reconstruye en sí. Pero lo social imprime una doble realidad, la de la intención por encima de lo natural.

En otra vuelta de tuerca más sobre la deconstrucción de lo natural, asistimos en estas décadas a la demolición controlada de la escenografía. Un primer dato es que, ante nuestros ojos, están cayendo a pedazos las instituciones. La falta de credibilidad que muestran se debe a que se han desprendido del sentido ético. De este modo, denostada la moral, es momento para considerarla un vestigio arcaico y rancio, algo sobre lo que hay que avanzar.

Se ve que el progreso social es algo muy diferente a la idea que de él tenemos. Si miramos la mecánica profunda de funcionamiento colectivo, el progreso consiste en destruir para construir. Muy sagazmente Althusser, conocedor de esta dinámica, ya nos lo anticipó. Este es el mecanismo que se nos muestra. Embelesados con las fascinación cibernética dejamos de unir los puntos y no nos apercibimos de que estamos viviendo el mecanismo de disolución social todos los días a todas horas. Parece que poco podemos hacer al respecto pues hay diversidad de opiniones: entre espectadores atónitos y admiradores incondicionales de la deconstrucción, la ideología ha sustituido la moral y ya nada es lo que parece.

Sobre los agentes poco sabemos. ¿Quién destruye para reconstruir? Esta es la inocente pregunta que se hace el agonizante ser humano que, de humano, le queda sólo la hache. Lo primero que al ser humano se le ocurre pensar es en el quién. Quién hace todo esto. Estamos entrenados en la búsqueda del culpable, pretensión ésta que esconde un sutil sentimiento de indefensión y victimismo: alguien tiene que ser la causa de mis males pues yo no he hecho nada para merecer esto. La sociedad de la cuna acoge a los huérfanos del mundo y se muestra como el nuevo sacerdocio, pero en versión laica.

Con algo de intuición pero sin momento ahora para afirmar autoría de los deconstructores, digamos que todos somos cómplices en un gran experimento de ingeniería social. Mi interés es centrarme en los mecanismos y no tanto en los agentes, Veamos:

Donde hubo familia ahora el artificio son los poliamores, donde antes un Estado o país conformaba la ilusión de unión, ahora lo hacen las regiones y las alianzas internacionales; donde antes el tiempo atmosférico seguía el patrón de estaciones, ahora lo hacen los protocolos climáticos. La pretensión es que la Naturaleza debe progresar, pues ella sola es un estorbo y necesita superarse, convertirse en otra cosa mejor. De hecho se está deconstruyendo la esencia de lo humano porque se considera que es inapropiado sentir dolor, padecer y tener enfermedades.

Al propio ser humano ya no le gusta ser un humano. La decisión puede que se haya tomado por nosotros pero no parece inquietar a casi nadie. La hemos asumido como propia. La decisión es esta: es mejor ser un objeto que un individuo. Para empezar, la comodidad de no hacernos responsables de la propia vida es el sueño del Estado. Con su benefactora publicidad sobre el bienestar, el Estado papá Noel nos cuida.

Por otra parte ya no hay intimidad. ¿Para qué serviría? Las relaciones son de por sí pornográficas: se exhiben, cuentan, exponen y evalúan en tribunales sociales. Lo íntimo es una antigualla. Mejor que sea público. Así la propia vida debe aspirar a ser un desfile de modelos permanente donde elijo qué sonrisa quiero hoy, las amistades las hago por encargo y el miedo mejor lo programo para ir con unos amigos a una sesión de pánico teatralizado a puerta cerrada.

En el ínterin de esta deconstrucción, el trato que hago de mi mismo es con reticencia aún a mi parte animal, que es mejor erradicarla, a la carta. Eso de que haya testosterona que no se controla y estrógenos excesivos, no nos conviene, es mejor extirpar la bioquímica. La manera que tiene la sociedad de la cuna de extirparlo es a través de la legislación. Legislar la respiración será nuestro siguiente acuerdo y aplaudiremos de contentos. Para entonces el CO2 ya no será ningún problema y el anhídrido carbónico requerirá toda nuestra atención.

Lo que subyace a todo esto es la ideología. La ideología es el gran hechizo. De hecho, la ideología no existe pero se ha fabricado como instrumento para dividir y separar, un filtro en nuestra mirada que hace que nos identifiquemos con algo en contra de alguien. Miramos por categorías, etiquetas y no por hechos. La intención fabrica lo que la Naturaleza pone y dispone, pero eso ya nada importa. Los árboles de plástico y bosques sin insectos son bienvenidos en la antesala de los centros comerciales. El código es hacer lo que quiero y comprar lo que me apetece. Desde este sistema de funcionamiento, la salud la delego en un médico y me como lo que haga falta para saciar la prisa; por la mañana soy hombre, en la tarde mixto y, si te vi, no me acuerdo.

Ser un objeto es el mayor deseo y representa sin duda el estado de felicidad que tanto añorábamos: me pongo en el escaparate de la vida y espero a que me elija el mejor postor que conquiste mi adulación. Se acabaron los nirvanas, la mística y los ascetismos pues la plenitud es el fiel reflejo de mi voluntad. Así lo pienso y así lo quiero.

Mientras tanto, quienes están por encima de la ideología hacen el trabajo sucio por mí: me piensan y me ahorran el sufrimiento.

Vivimos en la deconstrucción de lo humano para convertirnos en otra cosa, infrahumanos, una especie de robots con cerebro colectivo, pero eso sí, complacientes y muy agradecidos de que nos mantengan. Este es el gran acto de magia que lo políticamente correcto dirige silenciosamente: vender como oportuno lo inhumano apareciendo ante nuestros ojos como lo mejor del mundo.

¡Bienvenidos al progreso!