Guerra Civil española

Virgilio Fernández del Real, muere el último brigadista

Virgilio Fernández del Real junto a Gene Byron, su primera mujer, en Taxco (México) larazon

La gente que pasa una guerra está hecha de otra pasta. No se arrugan ni antes ni después, simplemente no lo hacen. Son fieles a unos principios que arrastran hasta la tumba como una pesada y valiosa carga de la que no desprenderse jamás. Gritan como pueden sus pensamientos hasta el último aliento. Y, sobre todo, no olvidan su pasado. A esta especie en extinción en los días que corren perteneció Virgilio Fernández del Real (Larache, 1918-Guanajuato, 21019). No faltaban ni diez días para que hubiera alcanzado los 101, pero su cuerpo simplemente dijo basta (algo que nunca se planteó su cabeza). Hacía dos años que no pisaba la Península por motivos físicos, aunque ello no impedía a este ex brigadista luchar por aquello que siempre defendió, la República: «La tercera, democrática, federativa y humana», reconocía a LA RAZÓN este mismo año. Tras varios días intentando cerrar una cita por teléfono, Estela –la mujer que le acompañó durante los últimos años– tomó las riendas: «Pásame las preguntas que está muy malito y ya nos apañaremos». Dicho y hecho. Días después, con la crisis superada –«pensé que se me moría», reconoció–, subía a YouTube una entrevista a la carta en la que Virgilio rememoraba otros tiempos. Los de la Guerra Civil y su huida, primero, a Francia y, luego, a Verazcruz (México): «Lo más duro fueron, sin duda, las batallas», decía un hombre que estuvo en todas las grandes: Madrid, Brunete, Guadalajara, el Ebro, Belchite, Barcelona... «No sé cuántos tiros pegué, pero bastantes, porque me dolía el hombro del mosquetón, que tenía un retroceso muy fuerte», recordaba de un chaval que no llegaba ni a la mayoría de edad y ya estaba incrustado en la Brigada Dombrowski. Todo ello lo evocó el ex combatiente haciendo un esfuerzo sobrehumano, pero sabía que era su obligación. Se reconocía infectado por el virus «incurable de la guerra. Lo único que nos queda es pensar cómo evitar otra igual», dejaba como enseñanza de un conflicto que nunca consideró zanjado. Lo que tampoco llegaba a ver claro era la España de hoy, demasiado divida a su parecer, pero a la que sí encontraba una solución: «Hacer entender que es un país pluricultural, plurinacional y plurilingüístico. No tenemos que ser enemigos por hablar diferentes lenguas, pero lo que hace falta es un gobierno verdaderamente democrático y una mejor distribución de la riqueza». Así, desde su casa de Guanajuato, luchaba el centenario Fernández del Real. Como podía. Siempre que el cuerpo se lo permitía, atendía a un medio o mandaba un mensajes a través de WhatsApp, que, a su vez, eran pequeñas lecciones de Historia.