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Pum por Lucas Haurie

La Razón
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Cuando el surgimiento burgués, en el medievo, hablar de «la ciudad» no era una abstracción, sino una referencia concreta a sus habitantes, tenidos por individuos (indivisibles) y además como colectivo. Un milagro conceptual deudor del agustiniano «uno y trino» que la posmodernidad, con su obsesión por lo tangible tras la minuciosa amputación de la capacidad de pensar, ha enterrado. Sevilla, así, se expresó anteanoche incruenta pero rotundamente, con la ira de los justos, pues todos sus habitantes de bien tienen una percepción clara del insulto a nuestra miseria que supone la erección y el mantenimiento del estadio de La Cartuja. La buena nueva (lavagelio, según nuestro particular argot) también puede ser anunciada por boca de pecadora o, en este caso, por petardazo de gamberro. Parafraseando a Lope de Vega en Fuenteovejuna: «¿Quién reventó el macetón?» «Sevilla lo hizo». Le teníamos ganas al mamotreto alejandrino desde las postrimerías del siglo pasado, para qué negarlo, y pocos pudieron reprimir la sonrisa al enterarse del suceso. ¿Será posible que anide algo parecido a la rebeldía en este pueblo narcotizado por el subsidio, la telebasura y la política de mercadillo? Con suerte, será ese barreno nocturno la antesala de la piqueta purificadora. El derribo es bello.