Crítica de cine
El nido del chotacabras por Antonio PÉREZ HENARES
Fui a coger un manojo de manzanilla a una costera yerma y pedregosa que hay a la traspuesta de la cabaña. Al ir a agacharme sobre una mata se levantó casi bajo mi pie, volando, aturdida y rasera, un ave de mediano tamaño que identifiqué como un chotacabras. Su asustado vuelo diurno me hizo observar el suelo donde había estado posada. Un pedacito de cáscara de huevo me hizo fijar lo ojos en un punto exacto del terreno. Pero a ellos, aún tarde unos segundos en verlos. Estaban allí, a dos palmos, inmóviles. Dos pollos de «gallinita ciega» (así se le llama en Castilla) en una menos que mínima depresión del suelo, sin una brizna que sugiriera siquiera un nido, sobre el seco suelo, acurrucados el uno junto al otro, comenzando a emplumar, invisibles en su perfecto camuflaje cromático que su inmovilidad total hacía aún más eficaz. Sólo una casualidad como la acaecida hace posible el encuentro. Tampoco parece que su olor dé muchas pistas, pues no habían detectados por Mowgli, mi bretón, que me acompañaba y no había pasado demasiado lejos. Pero para evitar riesgo, me alejé de inmediato llamándolo y comprendiendo la razón de por qué no debe dejarse suelto al perro esta temporada por el campo. Volví con mi manojo de manzanilla y la imagen de los pajarillos y aguardé a la noche a oír la voz de su madre en la oscuridad. Una voz, con nostalgias africanas, de ahí vienen cada año, que llevo ya muchas semanas escuchando en la oscuridad y que me alegró volver a sentir cercana al lugar del nido. El primero que he visto en la vida. Dentro de un par de semanas volveré por la zona. Espero que sólo quede ese trozo de cascarilla como rastro y ninguno de los inmóviles polluelos a los que casi puse el pie encima. Ésa será la mejor señal de que vuelan ya en las noches de estío. El chotacabras es un ave nocturna y no chupa ninguna leche a las cabras como cuenta la vieja conseja. Se alimenta de insectos y suele andar cerca de los rebaños para aprovechar los que estos levantan a su paso. Gusta de posarse en los caminos y se acerca en vuelos rasantes a las charcas en el crepúsculo para beber agua en fantasmales pasadas.
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