Salamanca
Atrapadas en la red por Francisco Pérez Abellán
Manuel, ingeniero de 53 años, se hacía pasar por quien le convenía, con menor edad y mayor atractivo y lanzaba su reclamo a chicas de doce y trece años. Con una foto falsa de un hombre joven cubría todo el espectro de internet. Facebook, Tuenti, Messenger... Logró que casi una docena de jóvenes creyeran en sus cuentos y le contestaran. Tiene un conocimiento profundo de la chicas de esa edad y en especial de las que son algo retraídas o viven reconcentradas en su propio mundo. Sabía abrir sus mentes y su voluntad. Les pedía favores cada vez más comprometidos y picantes. Las chicas no sabían con quién hablaban. Iban cediendo hasta que hacían concesiones de su intimidad: su dirección, su teléfono, sus datos más personales y luego una foto atrevida.
Acababa abriendo una carpeta con fotos insinuantes o directamente obscenas y solicitando cosas cada vez más procaces. Al final las situaba ante una extorsión directa: o accedían a sus deseos o les mandaba todo aquel material a sus padres.
No obstante comprobaba una y otra vez la osadía de las chicas que acudían a su cita a ciegas en la habitación de un hotel donde hasta el final disimulaba su aspecto. Ponía un par de cámaras y grababa el encuentro, ampliando siempre el archivo de su víctima. Una y otra vez lograba que le concedieran sus deseos, ocultando su edad, en una habitación a oscuras, aprovechando la timidez de las chicas y su experiencia en tan delicados encuentros.
Todo empezó a romperse cuando una de sus víctimas decidió no aguantar más. Estaba triste y desengañada. El acosador de internet logró abusar de ella pero después de forzarla. Es decir, cometiendo un delito en contra de la voluntad de la menor. La situación se le iba de las manos y en la red le seguían los de la Brigada Tecnológica.
Vídeos a los padres
El acosador estaba fuera de sí, sin saber qué hacer. Sus trucos ya no daban resultado. Se vio obligado a cumplir sus amenazas y enviar los vídeos a los padres de su víctima; no se dio cuenta que esto sí terminaba de verdad con su triste carrera. La Policía se puso tras él, consiguió registrar las llamadas e identificar el lugar de donde partían: una cabina del barrio de Salamanca.
Manuel estaba perdido. Los agentes reclamaron las cámaras de seguridad de las tiendas vecinas y tuvieron su premio: allí estaba el acosador, en el momento de las llamadas, delatándose. Ahora espera el juicio, pero, mientras tanto, una de sus víctimas ha recibido nuevas llamadas de acoso y amenaza. La Policía se ha puesto en alerta y ha caído un nuevo acusador. Resulta que es hermano del anterior y quizá haya intentado ayudarle. Ha provocado el pánico en las víctimas y, además, ha hecho el ridículo porque ahora son dos hermanos los supuestos acosadores.
Las usuarias van tomando nota de que no deben dar su nombre verdadero, ni el teléfono, ni la dirección, ni el número de la Seguridad Social, ni el nombre de su colegio para no proporcionar armas al enemigo. En internet todo el mundo es un desconocido y no hay amigos en quién confiar. Las citas son siempre un gran peligro. Cualquier cosa que les alarme debe ser puesta en conocimiento de los padres y éstos comunicarlo a la ciberpolicía si lo creen de interés.
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