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Reformas de coste cero

La Razón
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Urgen reformas estructurales, unas cuestan dinero y otras son de ahorro, catalogables en ese apartado temible que son los «recortes», ambas con alcance presupuestario. Pero hay otras de coste cero, eficacísimas y muy necesarias. De ellas depende que en este erial empiecen a florecer –ahora sí– brotes verdes.

Acudo a símiles financieros. Es necesario «invertir» en seguridad jurídica para dejar de ser el país del cambio caprichoso del ordenamiento jurídico. La inseguridad jurídica ahuyenta al que está dispuesto a arriesgarse, al emprendedor, al inversor extranjero. No se dan el paso de nuevas iniciativas empresariales o, en general, de inversión, si no hay certeza de que eso que en lenguaje coloquial se llaman «reglas del juego», es decir, el ordenamiento jurídico, no va a ser respetado por su propio autor, ya sea legislador, ya gobierno que reglamenta.

Pienso en la necesidad de invertir -y en dosis masivas- en moralidad. Ya está bien de que esto sea el patio de Monipodio. Cada escándalo tiene efectos devastadores porque si España gana fama de país corrupto, el honrado huirá o no vendrá. Si el que gobierna o sus amigotes se aprovechan de su posición, si además cambian las normas a su gusto o las obedecen a conveniencia, la corrupción invita a que el aprendiz de corrupto se anime en perjuicio del honrado, que no dejará de serlo.

Ser el país del Lazarillo, la patria de la picaresca –también la privada– tiene su coste. Un ejemplo es la piratería. Hace meses el director de Sony Entertainment, decía que España tenía muchas de las papeletas para convertirse, tras Corea del Sur, en el segundo país del mundo vetado por las grandes distribuidoras de DVD por la piratería rampante. Y decía «Los Angeles Times»: «En España la piratería es parte de la cultura».

Sigo con el mal ejemplo. Si las leyes se dejan de aplicar en función de la conveniencia ideológica o política –ahí está la tolerancia con los presuntos «indignados»–, habrá quienes se erijan en sus propios legisladores: ¿por qué a unos sí y a mí no?, ¿por qué a esos se les deja hacer lo que quieran?, ¿por qué tal o cual imputado o imputable tiene a su favor a un Ministerio Fiscal movido más por criterios de oportunidad que de legalidad?Ya sé que las cosas son más complejas, pero hay millones de ciudadanos que no están para matices y quieren ver que, aquí, la Ley se respeta y es igual para todos.

Más reformas de coste cero o, al menos baratas. Pienso en las que despoliticen órganos como el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial. Respecto de éste espero que, tras veintiséis años de promesa primero pendiente y luego incumplida, se abandone el sistema de elección partidista de sus miembros, que sean los jueces quienes lo hagan, como en 1980.

Otra reforma de coste cero: dar marcha atrás en el modelo de oficina judicial alumbrado en 2003 y ejecutado en 2010.Se trata de que los tribunales –¡curioso!– dejen de concebirse como un extraño artilugio oficinesco, que dejen de responder a intereses corporativos, gubernativos o territoriales y sean una organización pensada y dirigida por jueces para algo tan elemental como hacer Justicia. Es de Perogrullo pero hay quienes no lo tienen claro.

Pienso también en la necesidad de hacer un mapa judicial alejado de intereses locales. Las actuales comunicaciones permiten concentrar medios y no desperdigarlos, así se podrían eliminar órganos donde sobran o llevarlos a donde hacen falta. O pienso en la necesidad de disuadir al litigante temerario, lo que incluye a unas administraciones que generan pleitos innecesarios; pienso en normas de pésima factura, semilleros de litigios y de sentencias contradictorias. O pienso en el abandono de ese sucedáneo de política judicial limitada a multiplicar el número de jueces y de juzgados y no en reducir el número de pleitos.

Hay sitio para reformas de bajo o nulo coste. Darían a España otro aire, nos elevarían a la categoría de país serio, previsible, respetable y responsable. Y eso que no entro en educación, respeto a la vida o familia, ámbitos en los que toda iniciativa amoral ha tenido su eco y que, con la económica, acuñan la otra cara de la crisis.