Europa

Londres

El «Niño» no crece

El «Niño» no crece
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Hasta la médula

Los torristas, que somos muchos y cada vez de peores pulgas, estamos hartos de escuchar ciertos comentarios sobre este jugador admirable.

Si tras escuchar el enésimo comentario negativo sobre Torres perciben justo después el ruido de un sable, sepan que hay un torrista cerca. Los torristas, que somos muchos y cada vez de peores pulgas, estamos hartos de escuchar ciertos comentarios sobre este jugador admirable nacido para su desgracia en la patria de Caín. Hartos de repetir su historial resplandeciente, sus goles en las finales de torneos de selecciones que dieron a España tres de los cuatro títulos que él tiene. Hartos de hablar de que llegó a la Selección siendo un niño y que ahora, con sólo 27 años, pero pinta de hombretón y sentido común de notario, lleva más internacionalidades que nadie a su edad. Hartos de contar que cuando él no está en el campo el resto tiene más difícil hacer su juego, porque siendo una estrella trabaja como un peón. De repetir cómo, siendo un chavalín, se echó a la espalda como un valiente el peso del orgullo de un equipo enorme maltratado por su propia directiva. De recordar que, en el Liverpool, tenía el mejor promedio anotador de la «Premier» y eso que su equipo no era puntero ni él un simple rematador. Torres, que en cualquier otro país sería venerado, es criticado a pesar de su historial y de ser la estrella de un grande de Inglaterra, mientras nadie se pregunta por qué van convocados suplentes de otros equipos más protegidos. Aunque se hable sin ver sus partidos en Londres, aunque se le compare cómicamente con jugadores voluntariosos con rachas anotadoras de dos partidos, las cosas son como son pese a quien pese. ¿Será, oh Caín, el precio de defender cierto escudo?

María José Navarro

Malo o gafe

El Atlético, con Torres, celebraba como hazañas las clasificaciones para la UEFA; al día siguiente de marcharse, se embolsó dos títulos europeos.

El Atlético posee el tercer mejor palmarés de España, pero durante la época en la que jugó Torres se celebraban como hazañas las clasificaciones para la UEFA. Seguramente, sería culpa de Cerezo, de Gil Marín, de Pitarch, de los entrenadores que pasaron por la casa, que eran todos sin excepción unos incompetentes, o de la polución del agua del Manzanares; nunca de Torres, que es buenísimo. Al día siguiente de él marcharse, con Cerezo, Gil Marín, Pitarch, un entrenador incompetente en el banquillo y el agua del Manzanares tan contaminada como de costumbre, el Atlético se embolsó dos títulos europeos. Mi querida vecina, que es muy del Atleti, prefiere aplicarle Sidol a los viejos trofeos si hay un muchacho mono con la camiseta número 9, que levantar copas nuevas. Qué afición tan rara. El Liverpool era uno de los monumentos del fútbol europeo, reciente campeón de Europa, cuando el (eterno) «Niño» desembarcó en sus filas. Con él, se fue deslizando hacia la mediocridad hasta coquetear con el descenso en la última Navidad. Pero eso fue debido a unos dueños rácanos, al endocrino de Benítez, al peluquero de Reina o al espíritu de John Lennon; nunca por Torres, que es buenísimo. Nada más ser vendido, el equipo se vino arriba. El Chelsea coleccionaba ligas hasta que tuvo la mala idea de gastarse una paletada de millones en él, pero la estelar actuación del chico (un gol en varios centenares de partidos) lo dejó la temporada pasada a seis docenas de puntos del Manchester. Culpa de Pippa Middleton, que me lo tiene desconcentradito perdido; no de Torres, que es buenísimo.

Lucas Haurie