Barcelona
Caminos de hierro por Ramón TAMAMES
¿Se acuerdan los lectores cuando algunos se referían a los ferrocarriles con la denominación del título de este artículo? Ahí siguen, después de 182 años, desde que Stephenson promoviera la primera línea de trenes a vapor en 1829, en el entorno de Liverpool.
Precisamente este verano de 2011, en las tres salidas que hice por razones de ocio o de negocio (a Marbella, la Costa Brava y Asturias), utilicé siempre el AVE. Una demostración de cómo un sistema inventado en el primer tercio del siglo XIX sigue siendo enormemente útil para el desarrollo económico y el medio ambiente.
Hay muchas críticas sobre infraestructuras excesivamente costosas, subrayando que los volúmenes de tráfico no son todavía suficientes para que España tenga una red de AVE como la que se está construyendo. Pero eso no es óbice para analizar las muchas ventajas de la Alta Velocidad Española sobre otros métodos de transporte individual o colectivo. Con ellos se vertebra el país, se evitan congestiones de tráfico circulando con energías limpias, y, salvo excepciones muy contadas, se saben las horas de salida y de llegada, sin el estrés de los aeropuertos.
Con el AVE hemos encontrado una nueva forma de ver los paisajes, sean las planicies de La Mancha, con sus lagunas y humedales en el invierno y la primavera, o la sierra de Córdoba, o el Montserrat como telón de fondo llegando a Barcelona desde Madrid; o las estribaciones de la Sierra del Guadarrama, que de camino a Valladolid se atraviesa por uno de los túneles más largos del mundo para salvaguardar las bellezas del maravilloso valle del Lozoya.
Son evocaciones de un verano que termina, que reflejan cómo una vieja técnica renovada nos acerca más, en un viaje a ras de tierra, a nuevas sensaciones sobre la naturaleza.
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