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No sólo de bazares y «tres delicias» viven los chinos

Si ustedes clican «restaurante chino en Sevilla» en las Páginas Amarillas, encontrarán 35 resultados. El número de bazares no le va a la zaga. Pero tres décadas después del desembarco de los primeros «todo a 100», la comunidad china ha crecido en población y en pujanza.

 
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Aquella semilla ha conformado todo un árbol de negocios con ramificaciones en diversos sectores. Este crecimiento ha levantado las sospechas de los comerciantes hispalenses, para quienes las tiendas chinas se reproducen como «sanguijuelas». Denuncian la vulneración de la normativa de menores y las leyes laborales, así como la falta de control sobre su actividad y licencia. La Policía admite que en muchas ocasiones infringen las leyes, mientras que los sevillanos miran con benevolencia sus bajos precios y dudan de la calidad de sus productos.

Pero los chinos han venido para quedarse. Basta darse una vuelta por los polígonos industriales de la capital para tener una visión general de su expansión. Este colectivo domina el negocio mayorista y vende tanto a españoles como a chinos productos fabricados por el gigante asiático.

Esta expansión no está exenta de polémica. En noviembre del pasado año, dos mayoristas chinos fueron detenidos por comercializar en la capital 4.000 zapatillas deportivas de imitación, mientras que en 2008 una partida de caramelos chinos levantó las alarmas de los servicios sanitarios de la Junta de Andalucía.

Llegan los «Zara» chinos

Más allá de los bazares y los restaurantes, esta comunidad le ha «echado el ojo» al negocio textil. Las tiendas de ropa han proliferado en los últimos años. En Madrid o Barcelona, los chinos han abierto cadenas de moda barata (F&H, Mulaya, Xieli) a inspiración de nuestro Zara. Este fenómeno aún es ajeno a la capital hispalense, pero ya no es raro encontrar grandes locales repletos de prendas a precios económicos.

Otro ámbito en el que los hijos del gigante asiático –muchos de ellos ya totalmente radicados en Sevilla y con prole sevillana de pleno derecho– es el de la tecnología. Los chinos venden más barato lo que antes se importaba desde Japón u otras partes del mundo. Y lo hacen, como quien dice, a la puerta de casa, porque ya ningún distrito de la ciudad es ajeno a este fenómeno. Han conquistado incluso el casco antiguo, para disgusto de los comerciantes, favorables al desarrollo de negocios tradicionales. Barrios como Sevilla Este han asistido a un aumento espectacular de estas tiendas. Allá donde cierra un comercio, este colectivo abre un local, ya sea de restauración, ropa, o incluso acupuntura, medicina tradicional, supermercados u objetos curiosos. Más aún: ellos «inventaron» las sillitas de Semana Santa.

La coyuntura económica mundial juega a favor de la implantación y desarrollo de los chinos en España. Con un país deprimido por una crisis galopante y una China impulsada hasta niveles asombrosos –registró un crecimiento del 10 por ciento el pasado año–, su pujanza queda más que patente. La idiosincrasia de este colectivo juega a su favor. A diferencia de rumanos o subsaharianos, nos se les ve «en las calles» ni son motivo de disputas con la población hispalense; carecen de mafias reconocibles –aunque las hay– y ofrecen al ciudadano un servicio a precios irrisorios, a costa a veces de la legalidad.