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La caída de Gadafi
El sábado 20 era el rumor que arrollaba, el domingo 21 ya no estaba tan claro. Así han sido las noticias de Libia en casi cualquier momento. Los rebeldes se inflaman de ilusión cada vez que obtienen un éxito, pero luego resulta ser la mitad de la mitad.
Misrata, la tercera ciudad del país, ha caído dos veces, pero se sigue combatiendo en su periferia, aunque ya lejos del centro, desde hace dos meses.
Esos cuartos de éxito han sido acumulativos y se traducen en otro tanto de derrota para los gubernamentales. El cerco rebelde en torno a Trípoli se ha ido estrechando a lo largo del verano, y aguante Gadafi lo que aguante, está ya en las últimas. Si realmente se pone numantino, depende del material que le quede, que ya no puede reponer, y de los que le permanezcan leales.
Sería clave que los rebeldes proporcionaran un puente de plata a los mercenarios del África negra. En la medida en que no les quede otra posibilidad seguirán luchando. No tienen nada seguro que la rendición no les cueste el cuello.
Por otro lado, la gran esperanza de los occidentales a comienzos de la contienda, las deserciones dentro del régimen, por fin parecen materializarse en la última semana. El lento goteo parece que empieza a ser un chorro.
De lo que no cabe duda es que los rebeldes bombardean ya Trípoli, se combate en algunas calles y la población ha comenzado el éxodo, precisamente hacia los atacantes. La gente de Gadafi sigue con sus bravatas pero cada vez se parecen más a aquel ministro de propaganda de Sadam Husein que decía en la televisión que todo iba muy bien cuando ya tenía a los tanques americanos debajo de su ventana.
Sólo espero que la realidad se imponga para ponerme la medalla que con todo derecho me corresponde. Dije varias veces que no creía que Gadafi llegase más allá del verano. Nada científico. Pura intuición.
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