Teatro

París

Camilla Tilling el nuevo ángel del Real

La soprano nórdica deslumbró como la única voz femenina de «San Francisco de Asís», y a partir de hoy será Mélisande, el personaje de Debussy, en la segunda ópera de la temporada

Bob Wilson y Sylvain Cambreling llevan al Real «Peléas y Melisande» de Debussy
Bob Wilson y Sylvain Cambreling llevan al Real «Peléas y Melisande» de Debussylarazon

Los vaqueros son ya una indumentaria adecuada para acudir a la ópera, aunque algunos no lo acaben de entender. Lo mismo ocurre con las divas de hoy fuera de escena. Si juzgamos por los resultados de la temporada anterior, probablemente una de las presencias más esperadas en el Teatro Real para la que acaba de arrancar era la de Camilla Tilling, que deslumbró en su papel de Ángel durante «San Francisco de Asís», la velada que Mortier organizó en el Madrid Arena. Su presencia es igual de angelical en el camerino, al que llega cinco minutos antes de la cita. No es de trasnochar, ni mucho menos de levantarse tarde, sobre todo porque sus pequeños, de un año y tres y medio, se despiertan con el vendedor de la ONCE que vocea en la esquina desde por la mañana. «Me gusta Madrid, pero, sobre todo, conozco los parques. En un par de años llevaré a mis hijos al Prado y al Thyssen, pero hoy por hoy distrutan más en los columpios». Tampoco exhibe divismo en la indumentaria, podría confundirse con cualquier turista de la plaza de Oriente, le encanta tomar cortado, ni presume de alcurnia: «Soy del campo, mis padres son personas con escasa formación», argumenta para explicar que ni siquiera era capaz de asumir la trascendencia de debutar en los grandes coliseos operísticos al principio de su vertiginosa carrera. Ha paseado Mozart por la Scala, el Convent Garden, el Metropolitan. Este año compartirá escenario con grandes orquestas y directores como Thomas Hengelbrock, Simon Rattle, Gustavo Dudamel y Riccardo Chailly.

Tilling aún tiene muy presente su primera gran experiencia operística en Madrid, «San Francisco de Asís». «Nunca había actuado en un espectáculo de esas dimensiones, con aquella cúpula... Estuve muy impresionada por el público, ya que era una larga velada en un entorno no demasiado confortable, y, sin embargo, estaban completamente embelesados con el espectáculo».

La otra parte
No solo los espectadores, la crítica también la mimó por su luminosa interpretación como ángel. Ella prefiere quitarse un poco de mérito: «El público necesitaba una presencia así entre tantas voces masculinas. La composición de esta parte es muy inteligente, me parece el fragmento más bello de toda la partitura», añade la cantante.

El desafío que comienza hoy es completamente distinto, en algunos aspectos, hasta opuesto. Debussy, precursor de las vanguardias que ejecutarán Schoenberg, Stravinsky y Bartok somete a los cantantes en esta ópera a un canto silábico, casi más de acompañamiento que otra cosa: «Mi voz nunca se había enfrentado a algo así –apostilla Tilling–. El fragmento en que más canto de forma continuada será de unos dos minutos».

Obsesión por la luz
Tampoco la personalidad de Mélissande tiene nada que ver con aquella criatura seráfica. La protagonista de la única ópera concluida por Debussy aparece, de repente, en el reino de Allemonde, donde transcurre la historia, sin recordar nada de su pasado, una mujer misteriosa que acaba por seducir a Pélleas, uno de los tres hijos del rey, ausente del trono por enfermedad. «Siento que Mélisande es una especie de obsesiva de la luz –describe la cantante–; mientras que el ángel era luz en si misma, esta lo necesita. Por eso encuentro que hay aún más similitudes que a simple vista entre ambos personajes». Reconoce que desde el verano lleva buscando pistas sobre quién es Mélisande y que cualquier situación le parece buena para encontrarlas: «Está marcada por el agua, además no tiene ninguna memoria de lo que le pasó, siempre vive el momento. En eso es como un niño», añade.

El libreto y la temática parecen escritos para Robert Wilson, que ya se había ocupado de esta producción para Mortier en Salzburgo y París. La atemporalidad y ese combate entre la luz y la sombra encajan perfectamente en el concepto escénico del británico, asiduo visitante de los escenarios de la capital, pero no tanto del Teatro Real. Enemigo del naturalismo escénico, hábil iluminador y coreógrafo de cada movimiento que hacen los cantantes en escena, preguntamos a Tilling cómo ha sido el proceso de creación con alguien tan particular. «Es extremadamente preciso en los detalles, presta atención a cada uno de los pequeños movimientos que realizo, incluso a la posición de cada dedo de mi mano. Cuando estás en el escenario no sabes muy bien qué estás haciendo, necesitas ver la foto completa para comprenderlo», apunta la soprano, que confiesa fuera de la entrevista que por primera vez le gustaría estar en el patio de butacas para poder asistir a la puesta en escena. Wilson, salvando las distancias, es mucho más parecido a directores como Pedro Almodóvar, que apenas dejan libertad de movimientos al actor, frente a esos otros, al más puro estilo Woody Allen, que suelen escribir una carta al actor antes del rodaje, donde le otorga las claves del personaje, y el resto es libertad. ¿Qué prefiere Tilling? Duda la cantante, tampoco quiere enfrentarse a otros estilos de dirección con los que se cruzará tarde o temprano, y al final resume: «Los dos tienen sus cosas buenas, pero me gustaría que todo el mundo tuviera la preparación de Wilson».

Sobre Cambreling, el director musical de la función, con quien también compartió ensayos para el montaje de Messiaen, destaca que su capacidad para crear buen ambiente en el equiò es lo de menos, al lado de sus conocimientos, que «son inmensos» y ofrece varios ejemplos de cómo las indicaciones del batuta le han hecho cambiar por completo la lectura que previa que ella había realizado de la partitura. «Soy una cantante mozartiana y esta obra es algo completamente distinto a lo que estoy acostumbrada a hacer», insiste. De hecho, su otro gran reto de la temporada es debutar como Fiordiligi en uno de los grandes títulos del compositor, «Così fan tutte», en el teatro de los Campos Elíseos de París. «Volver a Mozart me produce una sensación parecida a la de volver a casa con mi familia, que viene a ser una vez al año: siento que lo conozco bien, que todo está donde uno espera». Quizá pronto se reencuentre con el autor aquí.


Wilson, escuchar con todo el cuerpo
«Para escuchar la música es mejor cerrar los ojos, así que mi trabajo como director de escena es crear imágenes que ayuden a escuchar lo que sale desde el foso»; así de directo es Robert Wilson, pareja de baile en este montaje del director musical, Sylvain Cambreling. El director británico ha escogido un espacio atemporal y antinaturalista para situar la obra: «Odio el naturalismo. Mi trabajo es sobre todo formal, porque poner algo en escena es tan artificial que no debemos tratar de que parezca natural ni con la iluminación, ni el vestuario ni la forma de hablar». Reconoce que sus movimientos lentos casan perfectamente con esta partitura y que exige mucho a los cantantes, que «deben escuchar con todo el cuerpo, no solo con los oídos».