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A la cola

La Razón
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Mis queridos niños: la semana pasada dejábamos a medias un interesante tema en estas lecciones que tomamos en vacaciones y que, como sabéis, no sustituyen al colegio, pero ayudan a mantener el tono muscular de la educación. Hoy vamos a hablar de la cola, de hacer cola, de saber hacer cola y del español en una cola. Espinoso asunto.

El viernes pasado dedicábamos estas líneas al comportamiento humano y patrio en los aeropuertos y de ahí partimos para alertar sobre situaciones habituales que se han hecho pasar por normales pero que son sumamente lamentables. Es España, queridos niños, hacer trampa no sólo no es censurable, sino que pasa por admirable. No será la primera vez que contempláis la conversación de vuestros papás con algún amigo amante de defraudar a Hacienda y de colarle facturas falsas. Bien, habréis notado que, lejos de comentar la jugada en voz baja y tapándose la boca con la mano, ese amigo alardea y se le acaba poniendo el cuello como un botijo. En una cola pasa igual. El español, y desgraciadamente también otros especímenes a los que en su momento y en sus países no se les atizó un capón a tiempo, suelen tener la tentación de colarse y algunos, muchos, muchísimos, no son capaces de esquivarla. Este tipo de listo, en adelante «el listo de las narices», aprovecha algún desliz, algún grupo numeroso, alguna vía que se abre en la fila, para mirar hacia otro lado, e introducirse de golpe y sin que se le caiga la cara de vergüenza ni nada. También en grupo. Les reconoceréis porque tienen entre veinte y treinta, llevan una gorra al revés y poseen cara de estar pidiendo un tortazo. Para sus fechorías cuentan en muchas ocasiones con la ayuda de algún funcionario o empleado que, de pronto, suelta una cinta donde no existía, y allá que va el grupete avanzando posiciones a codazos, dejando a los que han pasado mucho rato haciendo cola con cara de gárgola. Estos «listos de las narices» no esconden su pillería y, cuando van en manada, miran a los pobres rezagados para pavonearse por el atajo encontrado.

En las colas, los españoles somos de cuatro tipos: pacientes, impacientes, insoportables y huevones. El paciente, especie ya en extinción, se caracteriza por poner buena cara al mal tiempo. Es diligente, prudente, amable con las ancianas. El impaciente, por el contrario, protesta por todo, bufa y riñe a la gente, además de lucir el gesto del que viene de una colonoscopia. El insoportable es aquel que además de impaciente, molesta. Suele empitonar por detrás con el carrito de las maletas a todo hijo de vecino y aunque sus niños estén endemoniados, sufre de sordera. Deja rastro en los talones ajenos y en el aguante también. El huevón, sin prisa nunca, jamás lleva un papel a mano. Pero al huevón español tendremos que dedicarnos en profundidad. Continuará.