Historia
Violencia de autor
Yo sé que es difícil de entender y que incluso puede producir asco y rechazo a la vez, pero es cierto que hace ya unos cuantos años una fulana del arroyo me dijo que le producían una especial excitación los hombres que, por algún motivo, al mismo tiempo que placer, podrían causarle temor. Me preocupó que no se refiriese al hombre rudo pero noble, del que una mujer mimosa puede conseguir que se arremangue en octubre y en media tarde le parta leña para todo el invierno, sino al tipo cambiante e inestable, de reacciones imprevisibles, del que en cualquier momento podría esperar un brote de violencia que no siempre sería un ruidoso e incruento puñetazo en la mesa. He escuchado muchas veces que hay mujeres que sólo se pueden enamorar del hombre al que admiran y sin embargo no era ese el caso de aquella mujer. Para ella lo razonable era enamorarse del hombre bronco e irreductible que comportase algún riesgo verdaderamente serio. Puntualizó que su modelo no era en absoluto el tipo siempre ebrio, el sujeto pendenciero que no entiende la vida sin heridas, sin dolor o sin sangre. Me lo dejó claro una madrugada que tomamos copas juntos en el garito en el que trabajaba: «Te hablo de violencia inteligente, de la brusquedad aleatoria del artista... ¡Violencia de autor! Fui novia de un pintor angustiado e inestable que en mitad de un beso era capaz de enfurecerse y perforarte un labio con los dientes porque no encontraba en el placer el camino que le devolviese la inspiración que cada día temía haber perdido para siempre. Aquel hombre no podía aceptar que la inteligencia no urdiese en su cabeza la fórmula del talento continuo, igual que retenía la mía la receta del guiso de calamares». Traté de que aquella mujer entendiese que la violencia del artista no era en absoluto menos reprobable que la del criminal y que había hecho muy bien rompiendo con aquel tipo. Me atajó sin darme opción a completar un sermón en el que probablemente ni yo mismo creía: «No, no, no… no es eso!.. Aun con los mismos resultados, hay violencias moralmente distintas. Tú sabes que yo no soy como las otras chicas aunque tengamos el mismo precio. Mi actitud ante el horror y el asco es distinta. Se puede ejercer la prostitución mezclada con la psicología y eso es lo que hago yo. Pues aquel tipo encontraba en la violencia el desahogo que necesitaba para que sus remordimientos le arrastrasen a pintar. Con su brusquedad no buscaba mi dolor, sino su obra. ¿Y sabes? Hubo un momento en el que pensé que mi cara amoratada por sus golpes en realidad no era el rostro de su víctima, sino el lúcido boceto de su autorretrato».
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