Caso Campeón

Blanco culpable

La Razón
La RazónLa Razón

Hace una semana defendía yo desde esta misma tribuna la tesis de que José Blanco, número dos del PSOE y todavía ministro de Fomento, era inocente de las acusaciones que sobre él se vertían en el sentido de que había pactado la recepción de un soborno mientras charlaba en el interior de su automóvil aparcado en una gasolinera. Daba yo argumentos que me parecían lo suficientemente poderosos como para suscribir esa tesis que exculpaba al ministro. Profundamente consternado debo confesar apenas siete días más tarde que lo que ha ido apareciendo en las últimas horas ha pulverizado mi fe en la impecabilidad del ministro de una manera que me atrevería a calificar de total e irreversible. Ya no se trata sólo de que Blanco decidiera imitar a Sonny Corleone escogiendo una estación de servicio para tratos como mínimo oscuros, es que además nos hemos ido enterando de que bastaba que el dueño de una empresa afirmara que era amigo del ministro para que facturara por un volumen más de treinta veces superior al del año anterior, precisamente cuando el gobierno echaba el freno a la obra pública. Hemos sabido también que bastaba lamentar ante Blanco el supuesto mal trato que se recibía en un aeropuerto para que echara mano del móvil que le pagamos con nuestros impuestos y solucionara ipso facto la solución. Hemos incluso confirmado sin el menor asomo de duda que Blanco mintió descaradamente en sede parlamentaria sobre las sanciones a las que se había hecho acreedora la empresa Ryanair y todo ello para, supuestamente, facilitar que se hiciera con unas sustanciosas subvenciones desprendidas de una norma que sólo podía aprovechar a esta compañía aérea. A lo mejor es cierto que, como ha dicho el propio Blanco, todos los días hace examen de conciencia y no tiene de nada de qué arrepentirse. A mí, sin embargo, el olor a santidad se me ha ido transformando en un nauseabundo tufo a corrupción. Y es que, pieza a pieza, el cuadro que se ha ido formando ante mis modestas entendederas es el de un ministerio de Fomento que, bajo el actual número dos del PSOE, se ha convertido en poco menos que en un cruce del puerto de Arrebatacapas con la casa de Tócame Roque mientras la nación se enfrentaba con la peor crisis económica del último medio siglo. Ahí es nada. En medio de un parón descomunal del sector del ladrillo, cuando no construía ni los aficionados a levantar castillos en el aire, una modesta sociedad limitada facturaba por más de cincuenta millones de euros gracias a la solidaridad galaica del ministro. Los más diversos organismos de control ponían el grito en el cielo por las irregularidades de una compañía aérea y el ministro le otorgaba subvenciones sin importarle lo que pudiera pasar a los viajeros en avión, algo normal si bien se mira porque él va en coche oficial y para en gasolineras. Y, por si fuera poco, rebasando la interpretación más creativa del derecho administrativo, para solucionar un contencioso nada mejor que cenar con Blanco y que este desenfundara el móvil como antaño hacía Gary Cooper con el Colt 45. Creo que me equivoqué por completo al considerar inocente a José Blanco. Los indicios señalan que es culpable y tan peligroso que no puede seguir un día más en el cargo.